Revista Cine

Más madera

Publicado el 28 julio 2010 por Alfonso

No parece que sea julio, y no por la caló, que aprieta como todos los años, para qué mentir o liarnos con estadísticas, no lo parece por la cantidad de noticias que nos llueven, tan constantes como excremento de paloma en puerta de iglesia. Por ejemplo, nos dice la ministra oportuna que se acabó el comprar piso, que ahora toca vivir de alquiler: ¡que te crees tú eso, Beatriz! -así, con confianza-. Para los pobres, como siempre, a ir de caracol por la vida; para los ricos, cuatro cuartos de lo suyo; para los mediocres, lo que diga la banca. Continúan los informativos con que las comunidades autónomas, a pesar de andar endeudadas hasta las cejas piden llenar sus arcas, que más parecen oeneges que administradoras; los del foro, con un par de leones, mandan parar las máquinas, que mientras no aparezca Groucho Marx o su primo alemán pidiendo más madera, aquí no hay guerra. Los controladores aéreos, como viven en la miseria -no en las nubes, ni mucho menos-, piden más, que ellos son de altos vuelos y no los responsables de que las maletas decidan irse de vacaciones por su cuenta de vez en cuando. Del buen estado de las cajas de ahorros -lógico: si no dan préstamos, y habida cuenta que el mañana de ayer es hoy, sus recaudaciones las hacen flotar-, de sus consejeros y fusiones frías, y limonadas, tendremos hasta fin de año. De qué año, no se sabe.
Cambiando el tercio, pero sin salir de casa, o yendo a la del vecino, para evitar suspicacias, en Barcelona, mientras deciden si Catalunya -vaya, se quitan la castiza virgulilla y se ponen una i griega- suman cuatro provincias o siete veguerías, los de la barretina y señera – le pongo la eñe porque nace en mi Corona-, ponen a unos europeos a dar vueltas, tiros y saltos como si la deshidratación fuese cosa española, ajena por tanto, y aprovechan para amplificar su identidad decidiendo que, a los toros, ni sin minifalda ni con ella: cierre monumental y hasta que entre en vigor la ley el 1 de enero de 2012, a liarla parda, eso sin nombrar a los contrarios al Estatut, a los que opinan que el catalán es un dialecto y que la Casa fue aragonesa, y los que impiden que los muchachos de La Masía formen su propia selección balompédica. (Como aficionado taurino que soy -en la plaza muy de tarde en tarde, cierto- opino que el toreo es Arte, justo lo contrario de los encierros y festejos con vaquillas -de infante defendía lo inverso: ¡vaya involución!-, y también que es un anacronismo -salvajada no lo tengo tan claro; manifestación plástica afirmo que sí- y como estamos en el XXI pondría mi voto en la cesta de la muerte de la fiesta... si no hubiese más remedio, que tampoco me parece bien que salgan con las matracas años tras año a celebrar la muerte y resurrección de un crucificado, a pegar cañonazos para celebrar las batallas ganadas -perdidas, con dolor, por otros, no lo olvidemos- y admito al diferente tanto como al semejante. Ya puestos a pedir por los animales no estaría de más impedir las muy legales peleas de gallos en el archipiélago canario, la demolición de las envasadoras de atún, las granjas avícolas, multar a quien se lleve un trozo de jamón a la boca o encarcelar a quien, entre caña y caña, se monde y zampe media docena de langostinos a la plancha. El caso es empezar por algo: primero los cornúpetas. Quizá de lo que estén hartos algunos, entre los cuales me incluyo, no sea de los toros, sino de los toreros. Y de las familias de estos, disfrutando de quince minutos tras quince minutos de ¿gloria? televisiva.)
Y si nuestras antenas cruzan los Pirineos, nos encontramos con la Loveparade, la incompetencia de sus organizadores, policías, bomberos, ayuntamiento de Duisburg en pleno -el alcalde debería inmolarse o salir a la calle sin guardaespaldas-, las inoperancias a sumar al ansia del asistente por ser parte de la fiesta, un enfebrecido movimiento non-stop en el que algunos creyeron oler la feroz fragancia que creó Jean-Baptiste Grenouille, el perfume orgiástico y enloquecedor envasado en píldoras de luz y música, de pasión sin límites ni después, la estupidez que provocó un desenfreno que saldado con una veintena de cadáveres más parece milagro que cruel verdad. ¡Maldito desfile del amor! Desgracia fácilmente calculable y eludible, si alguien recordase situaciones similares, tragedias como las que ocurrieron en conciertos de Pearl Jam, Great White o The Who, por no remontarnos al stoniano Altamont. Pero si la muerte a ritmo de Simpathy for the devil sirvió para certificar el fin de una era, del hippismo -no relacionar con el hipismo, el caballo-, entendido el hecho como la perdida de la inocencia de toda una era, no sin la colaboración de la familia Manson meses antes, la Loveparade, por mucho que hoy se diga que no se volverá a celebrar jamás, no será más que un punto y seguido en la cultura de club y festivales. Bastaría para certificarlo con calcular cuál es el número de afectados por el aplastamiento masivo que va a renunciar en los fines de semana que quedan de este verano europeo a saltar a las pistas de baile, a moverse por las calles a ritmo emepetres. Y me quedo sin tiempo, ni ganas, para escribir de los viajes fantabulosos de Michelle, no ma belle, Obama, o de Julian Assange y su Wikileaks, aunque a éste, con permiso, le dedicaré una entrada o las que sean menester: ¡qué menos por 90.000 folios yanquis! Hasta entonces, show must go on!
MÁS MADERA
Loveparade (Duisburg, 24 de julio de 2010)

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