Más que padre … es un tío

Todos cambiamos con el paso del tiempo, pero la metamorfosis de algunos dejaría boquiabierto al mismísimo Kafka. Se trata de los papás que, separación mediante, mutan en tíos excepcionales. Divertidos, cancheros pero muy poco dispuestos a cumplir sus deberes paternos.

Lo conozco hace doce años. Como novio fue bárbaro, como esposo -en las buenas épocas- era intachable. Y, como si todo esto fuera poco, cuando nació mi primogénita, descubrí que era un papá fuera de serie. Recuerdo que cuando mi hija mayor era bebita, él se encargaba de bañarla, le cambiaba los pañales, la hacía dormir entre sus brazos, en fin, la mimaba a más no poder. Creo que no le dio la teta porque su fisiología no se lo permitió.

Pero, como lo bueno no dura para siempre, nuestro hermoso idilio llegó a su fin. Un día nos separamos. Yo me quedé en casa con los chicos y él se fue en busca de nuevos horizontes. Yo sigo siendo una mamá y él, lamentablemente, pasó de ser un buen padre a convertirse en un excelente tío de sus propios hijos.

Cuando una mina se separa se convierte en una “madre soltera”, tal vez mala, tal vez buena, pero madre al fin. Pero, ¿qué pasa con ellos? Mi experiencia personal me ha demostrado que algunos señores separados con hijos mutan en tíos, es decir, se transforman en hombres libres de responsabilidades, enfermedades infantiles, controles médicos, piojos, tareas escolares, conflictos hogareños, etc. Y, para colmo, limitan su extremadamente cómoda “paternidad” a unas cuantas horas, una o dos veces por semana, en las que someten a sus hijos a reiterados shocks de golosinas, comida rápida, atención por parte de abuelos / tíos (pero los de verdad)/ novias, y una increíble sucesión de momentos superficiales y frívolos que, inexorablemente, los alejan cada vez más de sus retoños.

¿Cuál es la variable que entra en juego en estas situaciones? ¿No es que cuando sos padre, lo sos para toda la vida? ¿Qué virus se te mete en la sangre para que logres tomar tanta distancia de la vida de tus hijos? Quiero creer que no se trata de una cuestión de género, porque todavía tengo fe en el sexo opuesto. Pero, lo cierto es que mis hijos hoy no tienen un papá full time, porque él ya no vive con nosotros. Sin embargo, tampoco tienen un padre part-time, porque ese “cargo” exige interés y compromiso. Este hombre que camina por las calles de Buenos Aires y que lleva a nuestros chicos de la mano los sábados por la tarde, se quitó el sobretodo de papá, (sí, ese que es difícil de llevar porque es pesado, por momentos incómodo pero que también abriga y contiene) y decidió ponerse el disfraz de Piñón Fijo. 

¿Será que a mí me falta tener una onda símil Panam? No, no lo creo. De lo que sí estoy segura es que antes de convertirme en la tía de mis hijos elijo seguir siendo: el sargento que pone límites, la bruja que los persigue con las tareas escolares, la que los felicita por sus logros, la sacapiojos oficial de casa, la dueña del hombro en donde escurren sus lágrimas, la que los toma de la mano para ir y venir del cole, la que calma los dolores con un “sana, sana…”, la que charla con ellos de lo que quieran hablar. En fin, elijo ser mamá.

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