Revista Historia
Por Eduardo Montagut
La intensa represión
ejercida y la machacona propaganda contra los masones han provocado que en
nuestro país la Masonería sea muy poco conocida y, sobre todo, malinterpretada,
especialmente si comparamos su situación con la que se da en los países de
nuestro entorno donde tiene un prestigio elevadísimo, especialmente por su
vinculación con el fomento de valores ciudadanos y solidarios.
Precisamente por
ello, y en estos tiempos de tanta tensión, de enfrentamientos, de falta de
empatía hacia los demás y hacia los contrincantes políticos y de otro tipo, la
Masonería nos puede ofrecer principios y procedimientos fundamentales para la
convivencia. El trabajo que los masones y masonas han realizado en la Historia
contemporánea española es un ejemplo para el presente. Su intenso y continuado
esfuerzo para hacer de España un país moderno, civilizado y donde se pueda
convivir no puede seguir siendo desconocido, aunque en este artículo nos
centraremos en su represión y escarnio.
Pocos ciudadanos y
ciudadanas saben que, en el mes de marzo, que acabamos de terminar, entró en
vigor uno de los múltiples instrumentos legales represivos del franquismo.
Efectivamente, el Estado franquista promulgó el 1 de marzo de 1940 la Ley de
Represión de la Masonería y del Comunismo. En el preámbulo de la disposición se
condensaban las causas por las que la dictadura consideraba que debía perseguir
a la Masonería. Las denominadas sociedades secretas habrían sido uno de los
factores fundamentales de la decadencia de España, siendo la Masonería la
principal de todas ellas. Además, había constituido un ejemplo para otras
organizaciones subversivas, casi todas vinculadas al Comunismo, así como a las
denominadas “fuerzas anarquizantes”. El franquismo hizo en este preámbulo un
ejercicio propio de interpretación historiográfica al considerar que la
Masonería había participado activamente en la pérdida del imperio colonial,
promovido la crueldad de la Guerra de la Independencia y en las guerras civiles
del siglo XIX, fomentado las perturbaciones que llevaron a la crisis de la
Monarquía Constitucional de Alfonso XIII y la caída de la Dictadura de Primo,
para terminar siendo responsable indiscutible de los “numerosos crímenes de
Estado”, y en el proceso que se había llevado para que España fuera “satélite y
esclava de la criminal tiranía soviética” en tiempos de la Segunda República.
Así
pues, quedaba justificada la persecución legal de los masones. El artículo
primero establecía que era delito la pertenencia a la Masonería, al Comunismo y
“demás sociedades clandestinas”. Los artículos siguientes hablaban de la
disolución de las distintas organizaciones y ampliaban el delito a la
propaganda de las ideas de la Masonería o del Comunismo, consideradas como
“disolventes contra la Religión, la Patria y sus instituciones sociales”,
además de perturbadoras del orden.
La
ley estipulaba quiénes eran masones, comunistas y anarquistas. En el primer
caso era agravante haber llegado a altos grados. Por otro lado, se daba la
oportunidad de retractarse ante las autoridades según un modelo que se
establecería. La colaboración con la autoridad a la hora de delatar a otros
masones sería considerada como un atenuante, así como haber colaborado en el
golpe del 18 de julio.
Pero
no sólo se perseguiría judicialmente el delito de ser masón, sino que, además,
ya se penaba con la depuración funcionarial y/o del puesto de trabajo.
Para
la persecución de los masones se habilitó un órgano judicial propio, el
conocido como Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y del
Comunismo. Se puso en marcha en abril de 1941 y estuvo vigente hasta los años
sesenta, aunque la represión llegó hasta principios de los años setenta,
incoándose expedientes que afectaron a miles de ciudadanos y ciudadanas, en
sesiones secretas, con las habituales “garantías” procesales de la dictadura.
Terminamos
como comenzamos. El ejemplo del trabajo de aquellos españoles y españolas y de
su injusto sufrimiento nos puede enseñar mucho en este país de desmemoria
esculpida con el cincel del olvido interesado. No dejemos pasar esta
oportunidad.