Revista Opinión

Masones corruptos

Publicado el 09 septiembre 2015 por Habitalia
Cada vez que me invitan para una disertación sobre la Masonería el tema de la corrupción y el tráfico de influencias por medio de la membresía son cuestiones que no se dejan de plantear.

Así me preguntan: "¿La Masonería está corrupta? ¿Es una amplia conspiración internacional dedicada a algún oscuro fin inconfesable (como si el secreto fuese barómetro de la infamia)?". Y la sociedad civil en general, al leer las publicaciones en los diarios de los últimos tiempos, se cuestiona: ¿Son un conducto para sobornos, favores, tráfico de influencias y poder en el corazón de instituciones? Estas preguntas generan una inquietud general en toda la sociedad y en no pocos hermanos jóvenes que no resulta difícil de entender.

Dada la naturaleza humana, y sin propósitos de justificaciones, resultaría un hecho en verdad sorprendente si no existiera siquiera un cierto grado de corrupción en las instituciones públicas y privadas, y si parte de esta corrupción no implicara a la Masonería. Sin embargo, podríamos argumentar que esa clase de corrupción dice menos acerca de la Masonería en sí que acerca de las maneras en que la Masonería, al igual que otras estructuras similares, puede ser objeto de abusos. La codicia, la exageración de los logros propios, el favoritismo y otros males por el estilo han sido endémicos en la sociedad humana desde el comienzo mismo de la civilización y particularmente Latinoamérica no está ajena a ellos.

Son fuerzas que se valen v y operan a través de todo canal disponible, parentescos de sangre, un pasado común, lazos establecidos en los años de estudio o en las fuerzas armadas, intereses compartidos, simple amistad y, también, por supuesto, la filiación política. A la Masonería se la acusa, por ejemplo, de conceder dispensas especiales por su cuenta. La Masonería es solo uno de los muchos canales por los que puede fluir y prosperar el favoritismo; pero si la Masonería no existiese, la corrupción y el favoritismo prosperarían de todos modos. Tanto la una como el otro aparecen en escuelas, regimientos, empresas, organismos gubernamentales, partidos políticos, sectas e iglesias y en un sinnúmero de organizaciones. Ninguno de estos ámbitos es censurable per se. Nadie pensaría en condenar a todo un partido político ni a todo un credo porque algunos de sus miembros son corruptos o manifiestan una marcada disposición a favor de otros miembros y en detrimento de quienes no pertenecen a esa organización. Nadie condenaría a la familia como institución por su tendencia a favorecer el nepotismo.

En toda consideración moral del tema, es necesario mostrar una comprensión de psicología elemental y un mínimo de sentido común. Las instituciones son tan virtuosas, o tan culpables, como las personas que las componen. Si a una institución se la puede considerar corrupta en su sentido intrínseco, solo es posible hacerlo en esos términos si se beneficia de algún modo con la corrupción de sus miembros. Esta clase de corrupción podría aplicarse, por ejemplo, a una dictadura militar o en países totalitarios donde impera un único partido político en el poder, pero resulta muy difícil aplicarla a la Masonería. Nadie ha sugerido jamás que la Masonería se beneficiara alguna vez de las transgresiones de sus hermanos. Por el contrario, las transgresiones de un masón en particular son egoístas y sirven a propósitos personales.

La Masonería como institución se ve afectada por las transgresiones de un masón particular. En el tema de la corrupción, por lo tanto, la Masonería como tal no es la culpable, sino, al contrario, otra víctima de hombres sin escrúpulos que se disfrazan de masones para limpiar sus transgresiones a los ojos de la sociedad. La solución de esta mala imagen debe venir del interior de las instituciones al separar a los implicados y comunicar a la sociedad civil que aquellos ya no son tales. En pleno siglo XXI es inviable vivir a espaldas de la ciudadanía, pues si a ella nos abocamos para el logro del progreso, también a ella debemos rendir la situación de los males que nos afectan. La ciudadanía sabrá entender, pues más allá de todo esfuerzo, somos humanos y ciudadanos como todos, sujetos al error.


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