Menos mal que ya he crecido, y que la edad, aunque no te convierte en sabio ni siquiera en menos tonto te da un cierto valor para decir lo que te pete. Es complicado poner mal a este libro, porque gente muy sesuda como José María Guelbenzu en El País lo llama "pequeña obra maestra", y porque su autora ha ganado con Olive Kitteridge el Pulizer, que no es poca cosa.
Hay cierta literatura que juega a la simplicidad casi extrema como estilo y forma de transmitir , lo cual bien hecho da rédito muchas veces. No sé cómo hay que hacerlo ni qué diferencia hay entre un autor y otro, pero a mí por ejemplo me impresiona Agota Kristof o Fleur Jaeggy, que con una escritura a veces casi tosca dejan un poso del carajo.
Sucede que en este caso a mí no me ha quedado tan clara la diferencia entre lo leve y lo nimio. Tal vez tanto elogio me la ponía demasiado arriba. Una obra fácil y agradable (me la he leído en dos horas), pero que no me ha tocado mucho la fibra. Puede ser que ya me haya hecho un tío duro, que me la traiga al pairo la población de la Norteamérica Profunda (¿venganza por haber votado a Trump?) o mi momento vital, pero se me ha hecho bonita pero tibia. Esperaba más.
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