Revista Cine

“Medianoche en París”, magia y nostalgia

Publicado el 23 mayo 2011 por Cinefagos


 “Medianoche en París”, Magia y nostalgia.

“Seguramente haré otra excursion esta noche”

-Gil Pender (Owen Wilson).

Woody Allen siempre ha sido un personaje triste, terriblemente melancólico y nostálgico, que confiere en sus películas una válvula de escape a una vida, según él, misteriosa, accidental, circunstancial, sin sentido aparente. Pero hacía tiempo que no veíamos en Allen una visión tan romántica, surrealista y apasionada de la vida, con su habitual agilidad e incisión, dando rienda suelta a su mejor estilo, que nos remite a las películas que hiciera en su etapa más gloriosa, entre finales de los 70 y la década de los 80. Allen pertenece a esa clase de directores (en cierta forma como Tarantino) que necesitan rendir amables tributos y guiños en sus películas, como si estuvieran en deuda con todo aquello que les inspiró, así pues, como ya hiciera en sus primeros tiempos con Bergman, aquí sus guiños adquieren cierta universalidad, en una escalada de personajes que van desde Picasso hasta Man Ray, pasando por Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway.

Y es que “Medianoche en París” es una fábula preciosa, no estamos hablando de cine en mayúsculas pero si de una obra redonda, que sabe abrir y cerrar sus historias con sentido y coherencia. A los que estamos familiarizados con la obra de Allen nos remitirá directamente a “La Rosa Púrpura del Cairo”, al menos formalmente, por sus trazos fantásticos que conjugan una perfecta cohesión entre la realidad y la ficción. Sus personajes son típicamente Allen, no vamos a encontrar una mirada nueva del director, así que los que a estas alturas no hayan podido engancharse a su universo es mejor no probar con ésta.

 

“Medianoche en París”, Magia y nostalgia.

Como en el 90% de películas de este señor, la dirección de actores es soberbia, y aquí ha demostrado tener un ojo excepcional para el casting, cuidando con sumo detalle todos y cada uno de los secundarios -que no son pocos- que hacen pequeñas pero brillantes composiciones de sus personajes. Para empezar, encontramos que todo espectador que se precie “hará las paces” con Owen Wilson, un actor que nunca ha destacado y que siempre parecía fuera de lugar en sus películas. Aquí esta tremendamente contenido, no podemos evitar ver la sombra del director pululando en el aura del personaje, pero el actor consigue hacer suyo el personaje con sus característicos tics (que aquí encajan a la perfección), sin caer en histrionismos ni gestos fáciles, así que rápidamente conectamos con su personaje, sus anhelos y sus frustraciones. Marion Cotillard, su partenaire, compone un personaje tremendamente sugerente y seductor, que no dejará indiferente a nadie y que, como ya es habitual en el universo Allen, hará el contrapeso vitalista, romántico, alocado a un personaje gris, hundido en la rutina y en la melancolía, como es Gil Pender (Wilson). La química entre ambos funciona a la perfección.

Llegados a este punto creo que es del todo justo reconocer la gran labor de todos los secundarios en esta película, que si bien me faltarían líneas para evaluar a todos y cada uno de ellos (no hay ni uno solo que desentone, en serio) me voy a quedar con dos: la excelente composición de Corey Stoll como ese Hemingway apasionado, varonil, borracho y buscavidas que, en sus escasas intervenciones, posiblemente atesore las mejores frases de toda la película, o al menos las que nos puedan calar más hondo; y por otro lado tenemos a un irreconocible y desatado Adrien Brody como Dalí, casi a modo de cameo, otra oportunidad para hacer las paces con un actor que solo brilló de la mano de Polanski. Pero por supuesto tenemos también a Michael Sheen, haciendo un personaje genuinamente odioso, y a Kathy Bates como una más que convincente Gertrude Stein.

Allen dedica aquí otro “homenaje urbanístico” a una de sus ciudades predilectas, que como ya hiciera con Nueva York en “Manhattan” o con Barcelona en “Vicky Cristina Barcelona”, y dedica los primeros minutos de la película a esbozar un pequeño collage de imágenes que retraten París tal y como él la ve, como la ciudad de las luces que en su momento fue y que aún guarda vestigios de esa marcada personalidad.  Y es que estos primeros minutos sientan como un bálsamo perfecto para entrar suavemente en su universo de sueños, de fantasía, a dejarnos envolver por esa agridulce melancolía de “tiempos mejores”. Con su habitual acompañamiento de jazz, marcado por vientos (otra predilección del director) y esa fotografía cálida, cercana, aprovechando un clima perfecto para seguir a Gil en sus paseos nocturnos, estamos ante nuestra propia válvula de escape a la ruidosa y, posiblemente insatisfactoria, realidad.

“Medianoche en París”, Magia y nostalgia.

A diferencia de muchas otras películas del director en el que la conclusión de sus historias simplemente subrayan la arbitrariedad y el absurdo que es la vida, aquí nos regala un mensaje crítico pero positivo, bello y lírico, en sintonía con ese vitalismo clásico -casi naïf- de directores como Frank Capra, que es un soplo de esperanza y a la vez un jarro de agua fría para todo nostálgico que se precie, y construyen un mensaje que en manos de otro escritor se hubiera tachado de fácil o obvio, pero que aquí nos suministran con pequeñas dosis y suficiente sutileza como para que uno no rinda cuentas de ello hasta el último momento.

En conclusión, Allen parece rejuvenecer con esta película, devolviéndonos la ilusión por vivir con una buena dosis de ironía y buenas intenciones, alejándose de su -algo habitual- cinismo y construyendo una película muy sólida, con momentos realmente divertidos y con unas actuaciones en perfecta sintonía. Recomendada a todo aquel aquejado de una enfermedad llamada “nostalgia”.


TRAILER:


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