Revista Europa

Memorias de Serbia (I) : Cruzar la frontera

Por Desde Hungría
Durante mis años de estancia en Szeged, ciudad al sur de Hungría, viajé varias veces a la vecina Serbia. Su cercanía (la frontera está a poco más de una docena de kilómetros) y la posibilidad de salir de la Unión Europea y el espacio Schengen añadían atractivo a un viaje ya de por sí interesante.

Mi intención era comenzar a escribir sobre Voivodina, Subotica, Novi Sad y Belgrado, pero luego me di cuenta de que en realidad el hecho de haber cruzado la frontera de este país varias veces acumulaba suficientes anécdotas como para dedicarle una entrada del blog.

En los últimos años las cosas han cambiado. Serbia ya no es ese país al que llegábamos un pequeño grupo de estudiantes extranjeros y el policía de la aduana se nos quedaba mirando con cara seria, su uniforme parecía permanecer congelado en el tiempo desde la caída del comunismo y al que solamente hubieran arrancado la chapa de la estrella roja, y preguntaba, sorprendido, qué planes teníamos en Serbia. Porque aquí se acababa eso de viajar cruzando las fronteras como Pedro por su casa. Tocaba parar, y una larga espera bajo la mirada del águila bicéfala de la enorme bandera Serbia que ondeaba en el puesto fronterizo.

Hoy, el país balcánico está a las puertas de su entrada en la UE. Para entrar a Serbia tan solo es necesario el pasaporte (y creo que incluso vale con el DNI, ya que la última vez que fui había húngaros con su documento nacional solamente), eso sí, sin pasaporte no habrá sello de recuerdo. Es curioso el de los húngaros que la cruzan a menudo, y que tiene todas las hojas llenas de sellos cuidadosamente puestos para no desperdiciar ni un milímetro de la hoja (algunos la cruzan a diario).

La primera vez que viajé desde Szeged a Subotica (la primera ciudad de Serbia), fue en tren. Era un fin de semana de invierno, bajo una intensa nevada. Un viaje de apenas 40 kilómetros que duró más de 2 horas, en un pequeño y lento tren diésel de un solo vagón, al que se subió el policía que mencioné, y que estuvo parado en la frontera casi una hora. No es la opción más rápida, y no la recomiendo.

Memorias de Serbia (I) : Cruzar la frontera
Este fue el pequeño tren con el que viajé a Serbia por primera vez.


El resto de ocasiones he tomado el autobús, que también une Szeged y Subotica, y que es el que utiliza la mayoría de la gente local, especialmente los húngaros étnicos del norte de Serbia y la zona fronteriza con Hungría, que viajan a Szeged para trabajar o acudir a la universidad. Los viajes más concurridos son, sin duda, los del viernes al mediodía, cuando la gente va a pasar el fin de semana a Serbia con su familia, y los del domingo por la tarde, cuando vuelven a Szeged para comenzar otra semana de trabajo o estudio. Es más rápido que el tren. El horario de este autobús se puede comprobar haciendo click aquí.

El cruce de la frontera, sin embargo, puede ser rápido o tardar mucho, eso depende del momento en el que se llegue y la cola que haya. Si le añadimos que es una importante ruta euroasiática y la parsimonia de la policía de aduanas, cruzar este doble puesto fronterizo puede demorarse varias horas.

Memorias de Serbia (I) : Cruzar la frontera
Paso fronterizo de Röszke, entre Szeged y Subotica, en un atípico momento de inactividad que ilustra wikipedia. Aduana serbia.

Hay diferentes pasos para vehículos particulares, autobuses o camiones. Puede que justo coincidan varios autobuses (y cada autobús supone la comprobación de unos 40-50 pasaportes si va lleno), o llegar y que el guardia esté esperando (esto es más raro). Normalmente los extranjeros no tenemos muchos problemas en cruzar, peor lo tienen los locales que cruzan casi a diario el control, ya que son los que más posibilidades tienen de realizar contrabando, y suelen inspeccionar los maleteros, especialmente a los vehículos de matrícula húngara o serbia.

Primero toca control en la frontera húngara, la policía sube al autobús y se lleva todos los pasaportes para comprobarlos. Tras un rato, vuelve, deja los pasaportes a los pasajeros de la fila delantera (mejor no sentarse ahí), y estos se encargan de entregarlos a sus dueños, uno por uno, con el autobús ya en marcha. Y deben hacerlo rápidamente, pues a los pocos metros, tras cruzar la tierra de nadie, toca de nuevo control en el lado serbio, la misma historia.

Experiencias en este autobús del domingo (volviendo tras pasar el fin de semana en Serbia) he tenido unas cuantas. Recuerdo un Febrero de 2010, de noche, bajo una fuerte nevada, el autobús totalmente lleno de húngaros del norte de Serbia, universitarios que volvían a Szeged tras el fin de semana (pasillo incluido, iríamos más de 80 personas fácilmente, la mitad de pie). Poco antes de llegar a la aduana, el autobús paró para que los que iban de pie cruzasen la frontera a pie y, oficialmente, el autobús lo hiciese con todos los pasajeros sentados. Yo tuve la suerte de estar sentado, y esperar dentro del bus a que la policía comprobase los pasaportes, pero los que iban de pie y bajaron, tuvieron que esperar para subirse un buen rato, bajo una tejadillo metálico, con un frío terrible y nevando sin parar. Y lo mismo en la aduana húngara. Ni rechistaron. Se notaba que estaban más que acostumbrados.
Otra vez tocó registro, y la policía nos mandó a todos bajar del autobús, dejando allí bolsas y maletas. Cruzamos andando el control, y esperamos a que la policía registrase el autobús, para volver a subir. Luego me enteré de que habían encontrado varios kilos de marihuana en el autobús anterior al nuestro. Por suerte, los objetos de valor iban conmigo, porque el equipaje de todo el mundo se quedó en el bus.
En otra ocasión llegamos a la frontera y había media docena de autobuses esperando (es decir, grosso modo unos 300 pasaportes por delante). Nos bajamos del autobús, algunos paseaban, otros fumaban, otros tomaban el aire con cara de disgusto. A los pocos minutos, el conductor llamó por teléfono a algún policía amigo de la frontera pidiendo que por favor le abriese un paso solo a él (lecci, lecci, lecci... decía (por favor, por favor, por favor). El caso es que salió un policía y efectivamente nos abrió un paso solo a nosotros, volviéndolo a cerrar después. La cara de los viajeros de los otros autobuses (muchos de ellos de Eurolines, que recorren Europa de una punta a otra) era un poema. Ventajas de viajar en línea local.

Para viajar en este autobús hay que comprar el billete al conductor del mismo, al subirse. En Szeged no tiene ninguna complicación, pero en Subotica la cosa cambia. Allí hay que pagar en la ventanilla de la estación de autobuses una especie de "tasa" (en dinares serbios), supongo que por usar la estación (la cantidad es simbólica), y con ese ticket se accede a las dársenas (en el que hay un revisor que solo deja pasar a quienes tienen billete). Una vez en las dársenas, se compra el billete al conductor del autobús pagándole en forintos húngaros (ojo con acordarse de guardar algunos forint para el billete de vuelta, sobre todo si vamos a tomar el último autobús). Es algo raro, pero la compañía de autobús es húngara, los chóferes son húngaros, y ese debe ser el acuerdo que tienen con las autoridades locales serbias.

El autobús se detiene en algunos pueblos, como Palic o Horgos, antes de terminar en Subotica. Desde aquí parten trenes y autobuses a Belgrado, y también a Novi Sad, que se encuentra a mitad de camino y es la segunda ciudad de Serbia y un gran polo cultural y universitario.

Desde Budapest nunca he viajado directamente a Serbia. Hay varios trenes que van directamente a Belgrado y tardan unas 8 horas, siendo el nocturno probablemente el más recomendable. También hay autobuses de Eurolines.

Desde Subotica, como dije, hay autobuses hacia Novi Sad y Belgrado, que realizan el recorrido rápida y cómodamente, siendo esta la manera más recomendable de moverse por Voivodina y el norte de Serbia en general.

También hay trenes. Solamente una vez viajé en tren desde Novi Sad a Belgrado, y fue un viaje tan surrealista que no he vuelto a repetir. Por algún motivo, el tren que comunica la segunda ciudad del país con la capital tan solo tenía dos vagones. De Novi Sad salió ya totalmente lleno, y poco a poco fue subiendo más gente, hasta el punto de que, como en el pasillo no cabía un alfiler, la gente comenzó a entrar por las ventanas del tren (saltando desde el andén) a los compartimentos de 2º clase, donde viajaban de pie. Los revisores y personal de las estaciones lo único que hacían era reírse. Ignoro si alguien fue montado en el techo del tren, como hacen en la India. Al llegar al hostel, cuando contamos la historia, los dueños se rieron y nos dijeron "welcome to Serbia", aunque terminaron reconociendo que aquella situación no era habitual. Aún así no repetí, por si acaso.

Las otras veces, como decía, tomé el autobús, que iba relativamente vacío, era bastante cómodo y en general, las carreteras serbias, al menos las que unen Voivodina con Belgrado, son sorprendentemente buenas (hay que recordar que el norte de Serbia es la zona más próspera del país).

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