Revista Cultura y Ocio

Menuda sorpresa – @CosasDeGabri

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Pensaba escribir un relato erótico, incluso pedí permiso para hacerlo por si escribir algo sucio pudiera herir la sensibilidad de alguien, pero he decidido que no lo haré. No, porque cuando empecé a redactar me di cuenta de que estaba escribiendo el guión de una película porno. No, me niego a que penséis que soy un degenerado y un cerdo en la cama que folla como cualquier mujer soñaría. Paso de que piensen que tengo un pollón, no es agradable ser un trozo de carne. Me lo advertía una amiga, al decirme que no era buena idea escribir sobre sexo explícito, por el efecto llamada que eso produce. ¿Qué somos?, ¿animales en celo?. No, he decidido no publicarlo por otros motivos. El principal es la falta de inspiración. Para escribir un relato erótico no basta con hablar de la experiencia sexual, es necesario dotar de alma a los personajes. Si no se hace, sólo es un relato fálico más, puede que una vulgar invitación a la masturbación y no puedo caer en la vulgaridad, porque mi sentido de la estética me lo impide.

Pensaba relatar un encuentro sexual en un hotel entre un hombre y una mujer que acaban de conocerse. Mi idea era describirlo desde la perspectiva de cada miembro de la pareja, tratando de ahondar en las diferencias. Y lo intenté, creedme, pero mi texto resultaba demasiado primitivo, como si los genitales en un relato erótico se convirtieran de pronto en el centro del mundo. Pero la sexualidad es mucho más que eso y no sabría cómo aportar de forma creíble a un relato lo que significa el morbo. No puedo describirlo con palabras sin resultar artificial.

Intentaré explicarlo.

Javier tiene 38 años. Ana tiene 42, pero aparenta ser más joven que él, a quien una vida exigente se ha apresurado a dejarle marcado por la atractiva huella de la madurez. No tiene barba, se niega a doblegarse a una moda que le hace sentirse más viejo y que le pica en la cara. Bastante tiene ya con sus canas, por mucho que resulte más atractivo ahora a las mujeres de lo que era antes. No tiene un cuerpo cultivado en gimnasio, sólo mantiene una dieta equilibrada y está delgado, sin músculos, pero sano. Muchas mujeres consideran su delgadez y sus naturales curvaturas masculinas mucho más atractivas. Flaco pero grande. No es contradictorio porque es alto, mide 1,91 metros y tiene los hombros anchos. Ana, a su lado, parece mucho más pequeña de lo que en realidad es con su 1,74 con tacones. Le gustó esa cualidad de Javier nada más verlo y sin querer lo imaginó manejándola en la cama a su antojo. Cuando sus profundos ojos negros atravesaron con deseo el marrón claro de los suyos, Ana tuvo claro que terminarían juntos en la habitación de aquel hotel. Se había cambiado varias veces de ropa antes de salir de casa, el vestido sugerente pasó a ser una falda, unos leggins gruesos, unos pantalones y finalmente unos vaqueros que le hacían un culo bonito. Eran tan ajustados que se veía sumamente delgada, nada que ver con la hermosura de sus piernas, caderas y nalgas al quitárselos para quedarse en bragas. Brasileñas, por supuesto. Su melena lisa, de color marrón claro casi rubio, acariciaba sus hombros hasta la mitad de su espalda. Había elegido una camiseta ajustada sin mangas. Sus hombros era bonitos y tenían algunas pecas.

Ana se puso ligeramente de puntillas para darle un beso en la cara al encontrarse en la puerta hotel y Javier puso una mano en su cintura. Los labios estuvieron a punto de rozarse cuando retiró la cara lentamente después de decirle al oído que era mucho más guapa en persona que en las fotos, para que no le oyese la pareja que estaba al lado fumando, como ellos, después de bajarse del taxi. A ella le gustó que fuera un hombre seguro de sí mismo, sentir el tacto de su mano grande y aparentemente fuerte en su cintura. Le gustaba su perfume, tendría que preguntarle más tarde la marca. No usaba fijador, pero el peinado se mantenía perfecto. Le gustaba la sensación de tocar un pelo suave. Él intentó evitar una media sonrisa canalla al descubrir que tenía un culo bonito y respingón, que estaba deseando tocar para saber si era tan duro como parecía. Siempre le habían atraído las curvas, pero aquella mujer tan delgada tenía algo que le provocaba. Quizá fuera su aparente madurez tras aquellas ojeras que intentaban ocultarse bajo el maquillaje. Tal vez se tratara de su forma de mirar. No lo sabía, pero estaba seguro de que había sentido un cosquilleo y un latigazo en la base de su miembro viril. Señal inequívoca de que el deseo era fuerte. Le había parecido que ella había mirado el bulto de su pantalón, y era cierto, pero sobre todo se había fijado en los rasgos de su cara, en su gesto corporal y su olor.

Después de registrarse juntos en el hotel, mientras subían en el ascensor a la habitación 706 con terraza, ella deseaba besarle y tocar con su mano el bulto de su entrepierna. Él se moría de ganas de que lo hiciera.

El resto de la historia tiene bridas en una maleta y juguetes sexuales en la otra; en un equipaje condones de talla grande y en el otro las llaves de unas esposas. Él tiene fijación por los pies y ella disfruta un poco más si le duele. Él la besa nada más cerrar la puerta de la habitación y ella calibra con su mano, guiada por él, el tamaño de su pecado.

El sexo es tan abierto, natural, sucio y explícito entre ambos, que he sido incapaz de narrar lo que sólo entiende el instinto.

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