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Método Emmi Pikler: el bebé se desarrolla de manera autónoma

Por Mamikanguro @MamiKanguro

Emmi Pikler concebió una nueva forma de ver el niño pequeño. Para ella el bebé es un ser capaz de desarrollarse de forma autónoma. Las diferentes fases del desarrollo motor se dan cuando el bebé está preparado para ello, sin la ayuda del adulto. Éste se convierte en mero observador de las actividades del niño, mostrándole su apoyo y cariño en momentos especiales, como en los cuidados cotidianos.

bebe

Los bebés aprenden a moverse solos

No es poco común que, cuando nace un niño, sus padres, aunque disfrutemos plenamente de cada etapa, imaginemos con ilusión el próximo paso del bebé: cuando sostenga la cabeza, cuando se siente, cuando camine… Y también es muy corriente que “ayudemos” a nuestra cría a hacer movimientos que, por su edad, todavía no puede realizar. Así, por ejemplo, los sentamos protegidos y hasta sostenidos por almohadones para que no puedan caerse, porque todavía no pueden mantenerse erguidos. O, con pocos meses de vida, los ponemos de pie pensando que ellos lo piden, malinterpretando una necesidad del niño de ser llevado en posición vertical para observar el mundo desde esa perspectiva. Pero puede ser que –como observó la pediatra Emmi Pikler en el hogar para niños que dirigió en Budapest– esta intervención no sea necesaria, y que por el contrario sea perjudicial.

Pikler estaba convencida de que el desarrollo motor es espontáneo; y aseguraba que, si se les proporcionan ciertas condiciones, los niños alcanzan por sí mismos un desarrollo motor adecuado. El adulto no “enseña” movimientos ni ayuda a realizarlos, y los niños se mueven y se desarrollan regidos por su propia iniciativa. Por otro lado, no se le impide al niño la realización de ningún movimiento, por lo que en este sentido es completamente libre: si un niño que camina quiere reptar y rodar, no hay nada de malo en eso.

¿Pero no es bueno que los adultos “ayudemos” a nuestros niños y les “enseñemos” a realizar los movimientos? A esta pregunta Emmi Pikler respondía que “ayudar” a los niños cuando ellos no están listos para realizar ciertos movimientos por sí mismos es perjudicial. Y explicaba que muchas veces el adulto actúa motivado por la costumbre: estamos habituados a hacerlo, y eso nos resulta habitual. Pero que exista el hábito no significa que sea beneficioso.

En su libro Moverse en libertad, la pediatra observa varios inconvenientes de esta ayuda modificadora del adulto:

  • Primero, al poner al niño en una postura que no podría adoptar por sí mismo lo obligamos a estar inmóvil: el niño no puede salir de esa posición. Si, por ejemplo, echamos boca abajo a un bebé pequeño, en contraposición con dejarlo boca arriba, donde puede moverse, tomar sus pies, mirar para los costados, estamos frenando su capacidad de movimiento.
  • En segundo lugar, las posiciones en las que ponemos a los niños no son normales para él o ella; como consecuencia, la postura de los músculos no es natural, es forzada, y los músculos quedan tensos o con malas posiciones.Por último, el niño que hemos puesto en una posición a la que no puede llegar solo queda condenado a depender del adulto para cambiar de postura. Estaremos fomentando su dependencia del adulto y frenando su desarrollo autónomo.

Además, con intervención del adulto, el niño pierde etapas intermedias de su desarrollo motor, como el reptar (muchas veces cuando un niño que está sentado decide deslizarse para reptar, sus cuidadores lo levantan y vuelven a sentarlo, inhibiendo su voluntad y ejerciendo una prohibición sobre el movimiento) o el gatear, etapas que son necesarias antes de adoptar posturas nuevas y de conquistar destrezas más avanzadas.

Para permitirles libertad de movimiento a los niños, dice Emmi Pikler, es importante que ellos tengan espacio suficiente para moverse y ropa que les permita mover sus miembros cómodamente. El espacio para los niños debe además ser seguro y estar adaptado a ellos. Y si bien el adulto está siempre junto al niño y lo incentiva a desarrollarse, no debería ofrecerle su ayuda en lo que a movimientos respecta: no se lo sienta, no se lo pone de pie, no se le ofrece un dedo para que pueda sostenerse ni se lo “tienta” con juguetes para que avance. La autora aclara que la no intervención del adulto no se debe a una falta de interés en el niño; por el contrario, los adultos festejan con regocijo el adelanto del niño, como lo harían si ellos hubieran intervenido en el desarrollo de manera activa. Por último, el adulto debe mantener con el niño una relación paciente y respetuosa.

Pikler observa que los niños que aprenden los nuevos movimientos por sí mismos tienen mejor equilibrio, mayor coordinación, mayor seguridad en sus actividades y por eso son menos propensos a sufrir accidentes. Además, vivencian más “a fondo” el proceso de aprendizaje y tienen mayor seguridad en sí mismos. Sus estudios concluyen que las enseñanzas y la ayuda del adulto no es condición necesaria para el desarrollo motor del niño, y que además pueden perjudicarlo al ponerlo en situaciones para las que no están maduros todavía.

Por último, la pregunta obligada: ¿quiénes progresan más rápido? ¿Los niños de Lóczy o los educados según métodos tradicionales? Las anotaciones de Emmi Piker lo develan: luego de comparar sus estudios con seis tablas confeccionadas por especialistas, la pediatra observa que las edades son inferiores en el caso de sus pupilos por lo general progresaban más rápido. Sólo nota atrasos en dos etapas: volverse de la posición ventral a la dorsal y ponerse de pie. La causa del retraso del primer movimiento la atribuye a las circunstancias dadas en su instituto: “el niño sólo realiza este movimiento tras haber aprendido a volverse de la posición dorsal a la ventral”, dice. Y continúa: “El retraso referente a la posición de pie es probablemente debido a una mayor libertad de movimientos, al gran espacio de que dispone para desplazarse reptando (…). El niño que pasa poco tiempo en la cuna aspira más tardíamente a la posición vertical”.

Es probable que si estamos acostumbrados a ayudar a nuestros hijos en sus movimientos, nos resulte difícil no precipitarnos a intervenir en su desarrollo motor: uno, como padre, quiere lo mejor para sus bebés; y que aprendan a moverse rápidamente y sin contratiempos puede parecernos parte de ese “darle lo mejor”. Pero informarnos sobre distintas corrientes y estudios referentes a su desarrollo, y considerar darles una oportunidad, puede ser beneficioso para ellos y, como consecuencia, también para nosotros.

Etapas principales del desarrollo motor

Las principales etapas del desarrollo motor, según las describió Emmi Pikler, son las siguientes:

  • En un principio, el niño está echado boca arriba y sus movimientos van haciéndose cada vez más vigorosos.
  • Luego sube un hombro, levanta la pelvis, gira el tronco y se pone de costado.
  • Más tarde aprende a girar para quedar boca abajo. En esta posición puede levantar la cabeza por un tiempo prolongado.
  • Se sostiene con los brazos y más adelante sobre los cuatro miembros. Puede desplazarse rodando y reptando. Por último, aprende a gatear.
  • Es capaz de adoptar una posición semisentado, con una mano apoyada en el suelo. Luego puede mantenerse sentado.
  • Se pone de rodillas con el tronco erguido y luego comienza a ponerse de pie sosteniéndose con algún objeto.
  • Por último, puede permanecer de pie sin sostén, para finalmente aprender a caminar.

El bebé y las experiencias sociales

El bebé vive la mayoría de sus experiencias sociales durante el cuidado cotidiano, es decir, mientras le alimentan, le bañan, le cambian los pañales o la ropita. En el Instituto Lóczy en Budapest se le da muchísima importancia a toda la actividad relacionada con el cuidado y, en especial, a lo que acontece entre el bebé y el adulto. Precisamente en esta situación el niño tiene la oportunidad de estar a solas con la cuidadora y ésta le puede prestar una atención diferenciada y completa, que es la base para la construcción de su relación recíproca. Durante el tiempo que duran los cuidados la persona adulta tiene la oportunidad de cuidar del bebé de una forma más personal. Naturalmente, también es importante en estas situaciones el aprendizaje autónomo por parte del niño del vestirse y desvestirse, comer o lavarse las manos.

Además el niño aprende durante el cuidado a reconocer sus necesidades, diferenciarlas y mostrarlas; aprende a expresar, de qué manera quiere que se satisfazcan sus necesidades y si durante el cuidado se siente bien y contento. Desde nuestro punto de vista ésta es una condición indispensable para que el bebé pueda mostrar interés por el medio que le rodea. El bebé aprende, durante los cuidados y en relación a la satisfacción de sus necesidades, a conocerse a sí mismo así como a la cuidadora o a sus padres.

Al principio el bebé vive sus necesidades corporales en forma de tensiones inseguras y desagradables. El bebé todavía no “sabe” que lo que tiene es hambre, sed, que tiene frío o calor y tampoco, que algo le duele. Es la persona adulta que lo cuida quién le libera de todas estas sensaciones desagradables.

Se habla a menudo de la importancia de las sensaciones táctiles y del contacto a través de la piel entre el bebé y el adulto para el desarrollo emocional. Si durante el cuidado los movimientos de la mano no son cuidadosos y empáticos, sino insensibles, indiferentes, mecánicos, rutinarios y presurosos el niño siente molestia, en lugar de alegría y felicidad en el contacto corporal. Entonces el cuidado no es motivo de alegría, sino un mero acontecimiento diario, que se repite y es tolerado. En orfanatos para bebés y guarderías tiene una importancia especial, ya que la compensación de dichos contactos desafortunados cuenta con menos oportunidades que en el ambiente familiar.

Quiero destacar una vez más, que solamente un cuidado empático cumple realmente una parte de la labor educativa, mientras que un cuidado impersonal, técnico, obstaculiza un desarrollo sano de la personalidad del niño. Cuando sus necesidades básicas no se satisfacen como corresponde, la carencia de sensación de seguridad física cohibe el interés del niño hacia sí mismo y hacia el mundo circundante, y dificulta el desarrollo de su actividad interior y de su incorporación social activa.

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