Revista En Femenino

Mi madre (por Germán)

Publicado el 08 marzo 2012 por Imperfectas


Mi madre (por Germán)

Ahora tenemos que conseguir que se haga realidad...


Cada año, lo primero que hacía cuando veía a mi madre unocho de marzo, día de la mujer trabajadora, era felicitarla. Sin necesidad deninguna explicación ella recibía esas felicitaciones con una amplia sonrisa yme daba las gracias llena de satisfacción. En realidad, ella nunca fue lo queoficialmente se reconocería como una mujer trabajadora. Sin embargo, era unamujer de una actividad incesante con una envidiable capacidad para cosecharamistades y rodearse de seres queridos. La prueba definitiva de esto la tuve elocho de marzo del año pasado, cuando la sala del tanatorio donde se encontrabapermaneció abarrotada durante toda la jornada. Habían transcurrido muchos mesesde constante lucha contra una enfermedad inesperada. En este tiempo hubieratenido todo el derecho del mundo a arrojar la toalla, pero combatió hasta elfinal manteniendo siempre la esperanza y las ganas de seguir adelante. Esta fueuna nueva demostración de la entereza y vitalidad con las que se enfrentaba alos azares que le planteaba la vida. Mi madre era una mujer, como tantas de aquellos años, a laque sacaron de la escuela una vez supo leer, escribir y manejarse condificultad con las cuatro reglas básicas. Su sueño de llegar a ser enfermeranunca pudo llevarse a cabo, pero ella no dejó de acudir a la Cátedra, laescuela para adultos donde le enseñaban un poco de lengua, matemáticas ogeografía. Me mostraba orgullosa sus dictados, escritos con esa letra irregularen la que se reconoce todo el esfuerzo y empeño que se ha puesto paraconseguirla. O las fichas sobre el cuerpo humano, clasificadas y archivadascuidadosamente como si se tratara de valiosos manuscritos. Esa misma pasión porno dejarse vencer por las dificultades la llevó hace diez años, cuando me fui avivir fuera de España, a aprender a enviar y recibir correos electrónicos,justo a la vez que usaba un ordenador por primera vez en su vida. O a mandar yrecibir mensajes en su teléfono móvil, donde gestionaba con fluidez su abultadaagenda de contactos. Durante mucho tiempo, cuando iba a casa, me preguntabacontinuamente cómo hacer estas y otras tantas cosas que le suponían toda unanovedad. Se equivocaba, se le olvidaba y volvía a empezar, pero me enseñó quepor encima de las pequeñas y grandes dificultades, siempre han de prevalecer lailusión y la perseverancia. Cuando andábamos juntos por el barrio yo solía bromeardiciendo que parecía el Papa. A cada paso se paraba a saludar a algún vecino o acomentar algún suceso con un conocido. Ella relataba con orgullo cómo habíaconseguido que pusieran semáforos en un peligroso cruce del barrio, o cómohabía realizado las gestiones para que los padres de una vecina por finpudieran tener aquella plaza de aparcamiento reservada para minusválidos quetanto necesitaban. O sus momentos de reivindicación por las dotacionesvecinales, que la llevaron a cortar la gran vía del barrio. O su rebelióncontra unos parquímetros que consideraba innecesarios y perniciosos. Ella, lamadre de una familia sin coche. Me contaba con sorna cómo la concejala deldistrito la llamaba a casa para preguntarle si ese año también pensaban haceralgún acto de protesta, o si por fin podría dar el pregón de inicio de lasfiestas en paz. O para saber cuál era el parecer de los vecinos ante ciertosproblemas del barrio. Todo esto se resume mediante una sencilla frase, tancomún que puede parecer obvia, pero que me repetía continuamente y que conservocomo uno de sus muchos tesoros que ahora me pertenecen: “No puedo con lasinjusticias”. Porque creía que las cosas se pueden cambiar, que ante losproblemas la respuesta nunca es el inmovilismo. Y que todos podemos hacer algopor mejorar la vida de los demás. Ella lo creía y lo hacía.Y todo esto lo hacía movida por un carácter y unapersonalidad arrolladores, alejados del papel de ama de casa sumisa quesupuestamente le debería haber correspondido. Porque nunca se resignó a aceptarlas cosas con las que no estaba de acuerdo tal y como le venían. En un momentoy unas circunstancias donde esa posición correspondía a los hombres, ellabatalló para reivindicar el lugar de la mujer en la sociedad actual. Sinrenunciar a su papel de ama de casa. Sin dejar de atender a sus hijos, de pasarnoches en vela cuando enfermábamos, de acudir a cuanta reunión escolar hubo, dedar la razón a nuestros profesores cada vez que nos recriminaban en algo, deescuchar nuestras preocupaciones. A través de ella he aprendido a reconocer elesfuerzo que tantas mujeres hacen a diario. A valorar su capacidad de entrega,de superación, de sacrificio. Su lucha en una sociedad en la que parten con claradesventaja. He aprendido a querer y admirar a las mujeres que me rodean.Pero si hay algo que recuerdo especialmente de mi madre, es cómome demostró a diario que la vida merece la pena ser vivida. Gracias a ella heaprendido a disfrutar de los momentos que esta te ofrece. A intentar sacar lomejor de cada circunstancia. A procurar abordar los problemas con optimismo,con la mayor entereza posible. A no perder nunca la ilusión. Me enseñó quesiempre hay cosas nuevas por descubrir, cosas por hacer. Que la vida está llenade motivos para ser feliz. Que está plagada de razones para no conformarse yluchar. Que tu felicidad sólo es posible si es reflejo de la de aquellos que terodean.Por esto, cuando el ocho de marzo de hace hoy justo un añoel azar quiso que de entre los numerosos ramos y coronas que la acompañaban, elempleado de la funeraria escogiera para colocar encima de su féretro uno quefirmaba “Mujeres para un distrito”, pensé que quizás el destino quería rendirleun merecido homenaje. Porque cuando alguien se marcha después de haber hecho loposible por ayudar a los que le rodean, cuando te ha proporcionado losmecanismos necesarios para que puedas intentar convertirte en un adulto justo,optimista y feliz, cuando ha contribuido a hacer que la sociedad avance, entonces,esa persona nunca termina de marcharse. Esa persona permanecerá más allá denuestra memoria, como una mujer que contribuyó a que este mundo, y las personasque lo habitamos, seamos mejores. Gracias mamá.

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