Revista Cultura y Ocio

Mi marido es de otra especie - Yukiko Motoya

Publicado el 05 abril 2021 por Elpajaroverde

Reconozco que lo primero que me sedujo de la lectura que os traigo hoy es su título. Ciertamente, Mi marido es de otra especie es un título extraño, curioso. ¿Comedia? ¿Ciencia ficción? Podría considerarse que esta novela cuenta con algún elemento propio de la fantasía, especialmente en su resolución. También hay momentos en los que casi me da la risa por la absurdidad de algunas situaciones relatadas; una absurdidad, por otra parte, muy real y cotidiana. Y tal vez sea por esa realidad y esa cotidianidad tan bien plasmadas por lo que esa comicidad, que probablemente no exista y solo percibo yo, me produce pavor. ¿Novela de terror? La rutina, con el engranaje continuo de la monotonía que la sustenta, puede ir distorsionando la homogeneidad que la caracteriza. Supongo que podría explicarse como algo así como una cadena de montaje en serie con un mínimo margen de error. Día tras día tras día transcurrido uno igual al anterior y así año tras año. Uno de esos días, a saber por qué, nuestra atención se despierta en estado de alerta. Los errores mínimos concatenados se revelan de pronto alcanzando cotas de máxima inquietud. ¿Dónde, cuándo, cómo se operó el cambio y por qué? Lo que dábamos por real y seguro sin cuestionarlo se desvanece entre nuestros dedos y esa otra realidad extraña que se mantiene semioculta pero pugna por invadirnos asusta. Pero no, Mi marido es de otra especie no es un libro de terror, como tampoco lo es de humor ni de ciencia ficción. Todo lo que en él se narra sucede en la vida real de manera habitual. Solo que se trata de ese tipo de cosas que cada uno se guarda para sí y que no acostumbramos a compartir. Porque nos resultan absurdas, porque chocan con las leyes no escritas bajo las que hemos construido nuestras vidas, porque nos dan miedo.

"Un día reparé en que mi cara se había vuelto idéntica a la de mi marido".
Mi marido es de otra especie - Yukiko Motoya

Así comienza esta brevísima novela que da título al libro que la contiene, con la toma de conciencia por parte de San de que su cara se ha vuelto idéntica a la de su marido. Asistiremos también a cómo él se va pareciendo cada vez más a ella e incluso a cómo sus rasgos parecen desvanecerse. Las facciones del marido mutan y se descuelgan. Son cambios imperceptibles de los que solo San parece darse cuenta. Suelen producirse cuando el marido está ensimismado en algo, solamente cuando están solos, nunca en compañía de otras personas.

A San le inquieta esa cada vez mayor fusión de su rostro con el de su marido, lo suficiente como para comentarlo fuera del hogar. Alguien le aconsejará poner algún objeto entre los dos. No os cuento si San pone en práctica el consejo o si, por el contrario, lo deshecha, al fin y al cabo, "muchos matrimonios son muy parecidos. Esa decisión no deja de ser igualmente correcta".

Al marido de San le gusta despreocuparse. Una vez que regresa a casa del trabajo no quiere que nada le perturbe. Le encanta acomodarse en el sofá frente al televisor y ver un programa de variedades. Casado en segundas nupcias con San, afirma haberse casado con ella porque con Sanchan puede mostrarse tal y como es.

San dejó de trabajar al casarse. La empresa que la tenía contratada adolecía de escasez de personal y ello repercutía en la carga de trabajo que soportaba nuestra protagonista. El sueldo de su marido era goloso y eso la animó a despedirse del trabajo. No ha tenido hijos y, con toda clase de comodidades disponibles en su hogar, lleva una vida de ama de casa muy despreocupada. Esa despreocupación, junto a la de su esposo, es algo que, quizás, está empezando a cuestionarse por primera vez. Es posible que esos rostros del matrimonio que parecen mimetizarse hayan desencadenado ese cuestionamiento.

Sí, volvemos a las caras que cada vez se parecen más; volvemos a esa primera frase de esta novela. No puedo evitar que me recuerde a ese dicho popular que asegura que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición. También me viene a la mente esa creencia de que los perros se parecen a sus dueños. En esta novela no hay perros pero sí gatos. De hecho, es un gato el que permite el desarrollo de una de las subramas de la misma. Es la dueña de ese gato la que le declara a San: "¿Sabes? Me da qué pensar cómo la felicidad empieza a venirse abajo por tan poca cosa. Aunque, claro, cuando decidí cuidar de Sansho, no podía imaginar que ocurriría algo así. Solo quería vivir con un marido y un gato, eso era todo lo que deseaba, y creía que era suficiente para ser feliz en la vida, pero ya ves, basta con el pipí del gato para que... Eso le da a una mucho que pensar". Y lo que a mí me ha dado por pensar es si ese pipí de gato equivale a los rostros de ambos esposos que cada vez se parecen más, si ese parecido actúa a modo de chorro de orín que se cuela entre los ladrillos y corroe la argamasa que sustenta el matrimonio; si esas distorsiones de ese montaje en serie defectuoso no son sino eso: meadas sobre nuestra inestable felicidad.

Desconozco si en Japón, el país de Sanchan y de Yukiko Motoya, comparten esa creencia sobre el parecido entre los perros y sus dueños. Imagino que lo que sí les será ajeno es nuestro refrán sobre los que comparten colchón. Pudiera ser que tuvieran algún proverbio que advirtiera sobre algo parecido. Cada cultura tiene sus dichos, sus historias, sus mitos; como también en cada círculo íntimo se dan los propios. Esta novela también se apoya, a modo ilustrativo, en anécdotas e historias. Se nos cuenta en ella, por ejemplo, el cuento, no sé si existente en la realidad o creado por Yukiko Motoya para la ocasión, de la bola de serpientes:

"-Oye, Sanchan, ¿conoces el cuento de la bola de serpientes? ¿No? ¿Dónde lo habré leído? Tal vez alguien me lo contó hace mucho tiempo. Dos serpientes están juntas y cada una empieza a comerse a la otra por la cola. Van devorándose con rapidez y en la misma proporción, hasta que solo quedan las dos cabezas, que parecen una bola. Entonces, cada una se come la cabeza de la otra y las dos desaparecen por completo. ¿Comprendes? Tal vez la imagen mental que tengo del matrimonio sea algo así. A lo mejor, cuando nos demos cuenta, tanto yo como mi pareja habremos desaparecido, aunque puede que me equivoque, sí, puede que sea una sensación errónea.

-Hmm, una bola de serpientes, ¿eh? -Tomé con los palillos un trozo de la anguila depositada sobre el arroz blanco, imaginando que era una bola blanca recubierta por completo de escamas-. Desde luego, es una visión bastante penetrante del matrimonio.

-¿Te lo parece de veras? -replicó Hakone, y tomó un sorbo del té verde que había sacado del expendedor automático-. Pero esa teoría solo es sostenible cuando los dos se devoran al mismo ritmo".

El cuento de la bola de serpientes condensa muy bien lo que nos cuenta Yukiko Motoya en esta novela: esa pérdida de individualidad dentro del matrimonio, ese dejar de ser uno para ser parte de una bola, también la disparidad entre los dos componentes de esa bola, pudiendo llegar al caso de que uno devora y el otro es devorado e incluso se deja devorar. En el matrimonio hay quien se despierta un día y se pregunta de repente quién es el extraño que duerme a su lado; peor aún, hay quien se mira en el espejo un día y descubre que el extraño es él.

Además de la pareja formada por San y su marido, que llevan cuatro años casados, completan el elenco de personajes de esta historia un matrimonio que dura ya veinticinco años y el hermano de San, que convive con su pareja sin estar casado.

"-Y, lo mires como lo mires, vivir juntos no es lo mismo que estar casados -añadí.

-¿Ah, no? ¿Dónde está la diferencia?

-Está, por ejemplo, en la densidad de la relación".

Os he comentado al principio de esta entrada que lo primero que me llamó la atención fue su título. Lo que realmente me decidió a leerla, sin embargo, fue su sinopsis, que revelaba el tema que trataba y la curiosa forma elegida para hacerlo. De su autora, nada sabía. Lo que ahora ya sé y por tanto os cuento es que Yukiko Motoya ha resultado ser todo un descubrimiento. Mi marido es de otra especie ha sido una muy grata sorpresa. Ha sido un soplo de aire fresco: por su sencillez, por esa manera de exponer, de narrar hechos cotidianos y dejar desnudo lo que acontece detrás. A destacar una escena en la que San se disculpa ante una extraña por un comportamiento de su esposo, llegando a responsabilizarse de él y casi a comportarse como si hubiera sido ella quien hubiera cometido ese acto trivial. El final también me ha gustado mucho, sobre todo por la imagen tan hermosa a la que Yukiko Motoya recurre.

Pero por si no era ya poca mi alegría, suceden a esta novela, de muy breve extensión, tal y como ya os he comentado, tres relatos de la misma autora. El primero de ellos, y mi favorito, es el de Los perros.

Perros de pelaje blanco como la nieve que se mimetizan con el paisaje nevado en el que transcurre esta historia son los únicos compañeros de la protagonista de la misma. La mujer ha sido contratada para realizar un trabajo que muchos rechazarían por tedioso y por el aislamiento que conlleva, pues es necesario para desarrollarlo trasladarse a una cabaña bastante alejada de la población más cercana. Para esta mujer, en cambio, que gusta en exceso de la soledad, tener la oportunidad de habitar esa cabaña es casi un regalo. Aun así, se ve obligada a visitar el pueblo para proveerse de víveres, visita en la cual detecta cierta hostilidad hacia los perros. La mujer, sin embargo, cada vez se siente más cercana a ellos. A pesar de esto, un día, en una escena muy simbólica, coge la escopeta, se asoma a la ventana de la cabaña y apunta con el arma a los cánidos, gesto que ahuyenta a los animales. "¡Perdón, solo había querido ver otros colores!", les grita disculpándose. Tal vez esté comenzando a sentirse tan blanca como la nieve aislante y como los perros de los que los hombres son temerosos. No en vano, hacía tiempo, le había pedido "una cosa a Papá Noel, que al despertarme por la mañana no hubiera en el mundo nadie más que yo".

A este relato le sigue El baumkuchen de Tomoko. Es ese postre del título, precisamente, lo que se encuentra preparando Tomoko cuando da inicio este cuento. Sus dos hijos, aunque a sus cosas, están también con ella en la cocina de la casa. Tomoko encuentra seguridad en acariciar el cabello de su hijo mayor y en agarrar el dedo del menor. Así se siente fuerte, como si la familia estuviese a salvo (¿de qué?). Al igual que le sucediera a San con su marido, pero de distinto modo, en algún momento de esta historia Tomoko mirará a sus hijos y su mirada le devolverá a unos extraños, le resultarán momentáneamente irreconocibles.

Es este segundo relato en donde se hacen más patentes esas distorsiones de la realidad de las que os hablaba al principio de esta reseña. De hecho, me he acordado mientras lo leía de Marie Luise Kaschnitz, que es maestra en mostrar esos momentos en los que un apenas perceptible estímulo externo hace que algo en nuestro interior haga clic. Ese clic hace ceder nuestra resistencia a asomarnos a esa otra realidad, a saber si la verdadera, que subyace bajo la realidad superficial a la que nos agarramos insistentemente para no caer. El clic puede estar producido por un simple cambio de intensidad de luz, como el que detectará Tomoko en su cuarto de estar. "La luz invernal que calentaba la tela del sofá se extendió de improviso y Tomoko se asustó: era como si alguien ajustara la luminosidad. Daba la sensación de que habían preparado amablemente aquella luz para remachar que no había ocurrido nada nuevo en la casa. [...] La sala de estar de la casa estaba tan pulcra y bien ordenada que podría haberse utilizado en la portada de un catálogo, y se sintió confusa. Tenía la impresión de que la sala de estar la estaba seduciendo, tratando de que cayese en una trampa terrible". "Por lo demás, si tenía cuidado, la vida era la misma de siempre, algo para ella sorprendente. Si se empeñaba en buscar algún cambio, diría que al leer un libro se ponía tensa. Desde entonces, cada vez que aparecían expresiones como "inesperadamente", "no sé por qué", "de alguna manera" y otras similares, le brotaba el sudor en la frente y no podía concentrarse en el relato. Por mucho que se empeñara, no encontraba el motivo; sin embargo, tenía la sensación de que en el fondo sabía algo".

Completa el volumen con el que Alianza Literaturas nos recomienda a Yukiko Motoya Un marido de paja. La mujer de ese marido de paja, que comparte nombre con la protagonista del relato anterior, se muestra feliz y afortunada con su elección de cónyuge. Está a punto de descubrir, sin embargo, que la paja es algo que se desprende con facilidad y que arde aún más rápido de lo que se pierde. Será una discusión lo que provoca ese descubrimiento. Una discusión motivada por algo trivial, por ese tipo de cosas sin importancia pero que nos causan profundo malestar y nos instala en la mezquindad y el reproche. Es un motivo y un tipo de discusión muy habitual entre las parejas. Otra vez, pues, la cotidianidad para desvelar lo que subyace detrás y lo que de verdad motiva nuestros comportamientos; otra vez el instante en el que lo que damos por cierto da un giro inesperado. "¿Por qué me he casado con semejante cosa? ¿Por qué estaba contenta después de haberme casado con un ser de paja?", llega a preguntarse Tomoko en una reflexión que no deja de tener algo en común a esa otra que San nos deja en Mi marido es de otra especie y que dice así: "El matrimonio es una cosa extraña. A pesar de que estábamos tan cerca, de que dormíamos en la misma cama, no había tenido la menor idea de" lo "que él quería ser [...]".

Como habréis podido advertir, en Un marido de paja la escritora nipona vuelve a retomar el tema del matrimonio, convirtiéndose así este libro no en una bola de serpientes, como el cuento tan revelador que en él contiene, pero sí en una serpiente cuya cola retorna a la cabeza. Una esfericidad perfecta como perfecta e impecable es Yukiko Motoya como escritora.

Traductores: Keiko Takahashi y Jordi Fibla

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