Revista Viajes

Mi nueva aventura y la mochila mejor hecha de mi vida

Por Bbecares

Casi no actualizo mi blog.  Pero es que trabajo muchas horas al día, y todas las horas que trabajo, lo hago delante del ordenador, y sumando a esto los mails y conversaciones con familia y amigos, también con la misma herramienta, cuando acabo, lo único que me apetece es escapar de este aparato que casi parece mi siamés.

Descansando con mi mochila en una playa de Koa Kinabalu, la capital de Sabah en Borneo.

Descansando con mi mochila en una playa de Koa Kinabalu, la capital de Sabah en Borneo.

Estoy en Brasil. En los próximos meses, tengo planeado pasar algunas temporadas en grandes ciudades de Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y regresaré dentro de unos meses a Colombia. Como las ciudades no son lo mío, por el camino también haré algún ‘break’ para conocer algunos de los mejores lugares del norte de Argentina y Chile (soy consciente de que el sur merece la pena, pero esta vez no tengo tiempo), y de los demás países mencionados.

Y será un viaje muy enfocado al trabajo. Muchos no sabéis lo que hago pero os cuento: llevo años trabajando, como freelance, para una empresa y, desde hace poco más de un año, me encargo de la página que informa sobre América Latina. Por eso es que estoy de paseo por esta región. Aunque América de Sur es una maravilla, a mí me llama más el este del mundo (sobre todo Oriente Medio, el Cáucaso y Asia Central). Pero me salió la oportunidad de viajar y trabajar a tiempo completo y eso estoy haciendo. Es un reto. Es cansado. Agotador, la vedad. Pero disfruto mucho.

En las ciudades de los países mencionados tendré que atender a ruedas de prensa, realizar entrevistas y, básicamente hacer contactos en el mundo de las tecnologías. Por eso que mi mochila es mi gran orgullo. Llevo, tanto ropa para irme a la montaña, como ropa para pasear un día cualquiera en un pueblo, como que me sirve para ir a un evento e ir lo más arreglada posible. Y todo en poco más de 10 kilos de peso (sin contar el ordenador). Todo eso en mi mochila de siempre, no la he cambiado, porque mis cervicales no soportarían una más grande, que me hago mayor, paso más horas trabajando sentada que hace un año y eso mi cuerpo lo siente.

Es un orgullo, porque tendríais que ver las maletotas que llevaba antes para irme un mes fuera de casa. Un sinsentido. El pasado año, en Colombia, hice algo similar con el trabajo, pero podía tener más ropa, porque tenía Bogotá como base y la casa de algún amigo donde dejar las cosas que no quería llevarme a mis viajes fuera de la ciudad.

Mis grandes aliados para una mochila así, son los jeggins. Mirad que odio comprar en Inditex, pero me tocó invertir 12 euros en una de las tiendas de Amancio Ortega para tener un jeggíng (otro lo tenía por casa), porque de segunda mano o en otras tiendas no encontraba. Son un concepto muy nuevo. Estos utensilios, que son como un vaquero elástico sin botones, sirven tanto para ir a la montaña, porque son tan cómodos como unas mayas, como para ponerte unas sandalias y una camiseta bonita y un poco de pintalabios y poder estar presentable para acudir a algún hotel de cinco estrellas a alguna comida de prensa.

También traje un pantalón corto que es muy elegante, aunque también lo uso para las situaciones informales y conseguí sacarle a una amiga un mono corto y que no arruga (la ropa que no arruga es lo máximo) que me gusta desde hace años pero no había conseguido que se deshiciera de él hasta ahora. Por lo demás, todo es más informal: tengo dos pares de shorts, varias camisetas, tres de ellas bonitas, dos chaquetillas que también son fácilmente combinables para diferentes circunstancias, un mono largo, que no me sirve para eventos pero sí es muy práctico, ocupa poco y es muy fresquito y, cómo no, mi chaqueta y mis zapatillas de montaña, que es lo que más me ocupa, pero más de una gran caminata pienso hacer y con lo que me gusta la montaña, merece la pena cargar con el peso.

Confesiones de una viajera presumida

Os confieso, para quienes no me conozcan, que soy una mochilera algo presumida. He conocido a otras viajeras que también les gusta arreglarse, pero por lo general, suelen preocuparse muy poco de estos asuntos banales, algo que yo entiendo y respeto porque con todo lo que estamos viendo en el mundo y aprendiendo, qué más dará tener rimmel en las pestañas…. pero me cuesta no echarme mis cremas. También es cierto, que muchas de las personas que conozco no se han pasado tantos años como yo con la mochila a la espalda, sino que lo hacen durante un periodo de unos meses de su vida.

Nací y crecí en un pueblo del norte de España donde la gente se arregla muchísimo, incluso para llevar a sus hijos al colegio a las 8 de la mañana. Y siempre queda algo de lo que te han sembrado. Pues en mi mochila también hay lugar para cremas varias (eso sí, ecológicas), mi plancha del pelo (sólo la uso para el flequillo, pero no sé vivir sin ella), la máquina eléctrica para depilarme (no voy a dejar que los pelos de mis piernas se pongan duros con la cuchilla por haberme hecho viajera) y para pintarme sólo rimmel, pintalabios y lápiz de ojos, porque nunca he sabido ni me ha gustado maquillarme.

Muchas veces se han reído de mí otros viajeros cuando me han visto sacar mi plancha y pasármela por el pelo antes de salir de ‘casa’ (casa, en el vocabulario viajero, es cualquier lugar donde te permitan dormir). Pero ya es bastante cansado tener que repetir tanto la ropa durante meses y meses y no poder ponerme un triste tacón en mis pies, como para encimar no ponerme cremas, echarme jabones exfoliantes o poner el flequillo en su sitio.

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