Revista Educación

Mi propio testimonio

Por Rosavison
En las futuras entradas voy a publicar una serie de testimonios porque creo que siempre nos gusta oír las experiencias de otras personas cuando tenemos un problema y cómo han mejorado y han conseguido solucionarlo. Y porque aunque yo siempre intento explicarme de la manera más sencilla que puedo, no hay nada como leer algo escrito por una persona que ha pasado por ello con palabras más sencillas aún.

Para empezar, he querido contaros mi propio testimonio. Creo que de esta manera los padres cuyos hijos tienen problemas escolares, sabrán que yo puedeo entender por lo que están pasando, tanto ellos como sus hijos, porque yo lo he vivido en primera persona.
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No soy una madre preocupada por su hijo, ni una niña que cuenta sus dificultades. Soy una adulta que ha vivido con su problema durante 37 años y esta es mi historia.

La escribo porque sé que algún niño y algún padre se sentirá identificado con ella. Y si contándola puedo ayudar a alguien que está perdido y que no sabe lo que le ocurre, o mejor dicho por qué le ocurre lo que le ocurre, quizás después de leer esto lo entienda un poco mejor.

Espero que no os resulte muy largo...

Cuando yo era pequeña, mis notas eran bajas. Me inventaba excusas para no hacer los deberes, porque no me gustaba hacerlos. Durante los cuatro 4 primeros cursos de lo que antes era EGB (ahora EP) iba arrastrando un par de asignaturas y finalmente repetí 4º. Los profesores se lo habían recomendado a mis padres alegando que como yo nací en Diciembre era lo mejor para mí y ellos pensaron que si me lo recomendaban y “era bueno para mí”, habría que hacerlo si con ello seguía estudiando. Pero repetí 4º y aún estando con niños más pequeños que yo en edad cronológica, mi interés por los estudios seguía siendo bajo.
Por fin acabé EGB y en la reunión que tuvo el director del colegio con mis padres claramente descartó que yo siguiera estudiando. Mis padres le dijeron que querían meterme en un colegio de curas (¡¡con lo estrictos que son!!) para hacer lo que antes era BUP y COU, y horrorizado, el director les dijo que “yo no servía para estudiar”, que como mucho me apuntaran a FP (Formación Profesional), pero que si me metían en ese colegio, ¡¡FRACASARÍA SEGURO!!
Afortunadamente, esta vez mis padres no siguieron sus recomendaciones y confiaron en el potencial que no habían conseguido descubrir ni despertar en aquel colegio. Esto fue un claro ejemplo de una mala metodología de enseñanza y conocimiento nulo de psicología.

Continúo con mi historia.

Empecé BUP con el miedo que eso me conllevaba: un nuevo colegio, nuevos compañeros y nuevos profesores. Pero lo más importante: era un colegio de curas, por tanto un colegio de niños donde un par de años antes habían empezado a meter niñas también en las clases. Así, cuando yo llegué, sólo había 2 niñas más en mi clase. Tras conocerlas y ver que eran “niñas de sobresaliente”, ¡¡ENCONTRÉ MI MOTIVACIÓN!! Yo no podía ser menos que ellas, yo no podía “ser la tonta”. Siendo sólo 3 niñas, si mis notas eran malas, no habría “montón” donde perderme, destacaría por mis malas notas y no quería. Así que aunque mi esfuerzo era mucho mayor que el de los demás, mayor que el de mis compañeras, logré sacar sobresalientes como ellas. Eso me suponía estudiar hasta las tantas, quedarme dormida en la cama con el libro y la luz encendida,… pero el esfuerzo merecía la pena. Me sentía integrada. Ya no era “la tonta”. Nadie en el nuevo colegio conocía mi trayectoria académica anterior y no debían enterarse. Lógicamente algunas asignaturas se me daban peor que otras (matemáticas, física y química), pero aún así, tuve el coraje de meterme en la rama de ciencias y mantuve mis buenas notas.
Me gustaba el dibujo y no me quedaba otra salida. Sabía que le iba a tener que echar muchas horas en la carrera de Arquitectura pero no me importaba, era lo que quería hacer.

Desgraciadamente mi trayectoria en EGB bajó mucho mi calificación media, y ni Selectividad me permitió meterme en Arquitectura o Aparejadores :-(

Perdida, no sabía qué estudiar.
En mis elecciones recuerdo que puse Óptica y Trabajo Social, por rellenar huecos en la ficha, pero sin ninguna intención de estudiar esas carreras. Pues finalmente me dieron Óptica, nada que ver con mi sueño de dibujar.

Terminé mi carrera año a año con alguna matrícula de honor incluso. Pero cuando empecé a trabajar, estar “vendiendo y montando gafas” no me gustaba. Para eso no había estado estudiando 3 años de mi vida. Me planteé de nuevo entrar en Aparejadores, pero en mi vida entró por casualidad el mundillo en el que me encuentro metida actualmente. Conocí de la existencia de la “Terapia Visual”: especialidad que en la carrera (en aquel momento) ni comentaron por encima.

Según iba haciendo cursos me iba gustando más. Me apunté a un Máster en Optometría Funcional y Terapia Visual y tras unos cuantos años (10) trabajando, y ampliando más mi formación, aproveché un traslado de mi marido por trabajo a California (EEUU), para hacer otro Máster más especializado en Optometría Comportamental y Terapia Visual.

Fue allí donde descubrí la causa de mis problemas de aprendizaje y por qué todo me costaba más esfuerzo que a otros. Allí empecé a relacionarlo todo, empecé a identificar todas mis dificultades y empecé a ver cómo todas las piezas encajaban. Todo tenía un origen.

A mis 34 años descubrí de la manera más tonta, un día concreto, que uno de los reflejos primitivos (el Reflejo de Moro), no lo tenía integrado. Lo sospechaba, pero al estudiarlo años atrás y evaluármelo, no dio manifiesto, pero sin esperármelo dio la cara en un restaurante (ya contaré esta historia en otro momento cuando hable de los reflejos primitivos o infantiles). Mis sospechas se confirmaron y me di cuenta de que era el culpable de mis problemillas académicos sobre todo en las matemáticas, además de otros problemas en la personalidad.
Como veis terminé una carrera y dos máster de especialización, pero todo lo relacionado con los números o que tuviera relación con ellos (cantidades, volúmenes, espacio, orientaciones, distancias, tamaños, etc.), me suponía un esfuerzo adicional. Había leído años atrás el libro “El Don de la Dislexia” y me había sentido totalmente identificada con aquellos pacientes que el libro comentaba que cuentan con los dedos, evitan toda situación en la que tienen que hacer operaciones básicas de sumas, restas, divisiones o multiplicaciones, cuentan por debajo de una mesa para que nadie les vea usar los dedos, hacen que piensan que operan mientras otros se adelantan en sus cálculos... Operaciones básicas que se realizaban en EGB pero que en el instituto, ya no eran necesarias. El mundo de las calculadoras era una gran ventaja para mí. Las integrales y derivadas ya no me suponían ningún problema, y me permitieron sacar Matemáticas con sobresaliente. Sin embargo, en una prueba psicológica que nos hicieron en 3º de BUP, manifestaba (palabras textuales del informe) "tener una enorme laguna en el área de las matemáticas". Pero nadie dio importancia a esto “¡¡si saca sobresalientes!!"... Sólo yo sabía a qué se debía, las operaciones básicas que había tenido que hacer en la prueba eran más difíciles para mí que cualquier operación de cálculo o álgebra.

Pero a todos estos claros problemas de números, se une el hecho de tener ligeros problemas en mi lateralidad. Por un lado a nivel espacial: sobre todo cuando ejerzo de copiloto en el coche y le tengo que indicar a mi marido hacia dónde tiene que girar. Como él me dice: “¿Hacia la derecha o hacia TU derecha?” O cuando conduzco yo y tengo que calcular si un coche está muy lejos para poder adelantar, o para saber si mi coche cabe en un hueco para aparcar, o sencillamente hacia dónde tengo que girar el volante cuando maniobro marcha atrás…
Y por otro lado a nivel temporal: Aunque soy muy organizada, no sé qué le pasa a mi tiempo, pasa y no me doy cuenta; según mi marido, planifico muy mal mis tareas y mi tiempo, pero no consigo hacerlo mejor...

Muchos problemas que antes no relacionaba, en ese momento tenían explicación. Mi reflejo no integrado indicaba que mi cerebro no había madurado funcionalmente como en otros niños, y que ciertas habilidades y actividades que debían estar automatizadas y ejecutadas por ciertas áreas del Sistema Nervioso Central (”subordinados”), no lo estaban. Por ello necesitaba más tiempo para hacerlas porque era mi cerebro (“el jefe”) el que tenía que hacerlas de manera consciente, con el esfuerzo energético que ello supone. Esto me creó mis problemas de lateralidad y con ello mi discalculia (no dislexia).

Tras confirmar todas estas cosas, con todo lo que había estudiado, intenté integrarme el Reflejo de Moro que era lo que estaba causando todo, pero he descubierto que aunque se mejora y esa mejora es apreciable (más autoestima, menos miedo a los cambios, menos necesidad de controlar todo, menos negatividad, menos ansiedad, menos miedo a todo lo social, más relajación, etc.), en los adultos es más difícil eliminar esa causa y poder ayudarles.

Ahora pienso en aquel director que dijo que yo no servía para estudiar, y me gustaría que me viera ahora. Ahora que no dejo de estudiar durante TODOS LOS DÍAS DE MI VIDA.

Eso es lo que me ocurrió a mí.
Rosa García.

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Cuando yo era niña desgraciadamente se sabía poco sobre el desarrollo de los niños, sobre su estimulación, y que la etapa del gateo era muy importante en el desarrollo general del niño. Cuando un profesor veía que un niño no atendía en el colegio, sacaba malas notas o le costaba ciertas asignaturas, le mandaban repetir (creo que a día de hoy eso en muchos colegios sigue ocurriendo), y cuando aún así, supuestamente con un año superior al resto de sus compañeros, seguía sacando malas notas, sencillamente era catalogado de “niño vago que no le gusta estudiar”. Los profesores no se paraban o no se paran a pensar antes de hacer repetir a un niño POR QUÉ SE COMPORTA ASÍ, cuál es el motivo de su conducta: falta de motivación, falta de potencial, falta de estímulos adecuados, falta de desarrollo funcional,…

No sólo a mi edad, sino en la edad de nuestros padres y en la edad de nuestros niños de hoy en día, el problema sigue siendo el mismo: Básicamente estos niños suelen tener dos motivos a su bajo rendimiento escolar, Y MUY RARA VEZ ES DEBIDO A QUE EL NIÑO ES “TONTO” O “NO QUIERE ESFORZARSE”:
  • Ese niño de hecho, se esfuerza más que cualquiera de sus compañeros que sacan buenas notas sin esfuerzo. Pero se cansan “de luchar” y llega un momento que tiran la toalla. No entienden por qué son diferentes, y peor aún, no saben lo que les hace diferentes. En algún momento de la vida de esos niños su desarrollo ha sido diferente, ha faltado cierta estimulación que ha hecho que “no funcionen bien”, ya sea a nivel visual, perceptual, auditivo, cognitivo, motor, neurológico, etc. Estos niños tienen un RETRASO MADURATIVO FUNCIONAL que les afecta al procesamiento de la información que llega del entorno. Ciertas áreas del cerebro no se ha desarrollado correctamente e impide que este funcione con eficacia. Si a estos niños no se les detecta este problema no se mueren por supuesto, pero su vida es un constante esfuerzo en lo que hacen, tanto de niños como en edad adulta. El cerebro de estos niños como defensa a este esfuerzo constante, crea un sinfín de estrategias para ayudarles a conseguir lo que otros consiguen sin esfuerzo. Podrán llegar a donde han llegado otros, pero con el doble, el triple,… de esfuerzo. El camino no es el mismo. Cuanto antes se les detecte su problema (LA CAUSA DE SUS PROBLEMAS), antes se les podrá ayudar para hacerles la vida más fácil. Tendrán más tiempo para jugar y para disfrutar su tiempo libre,… ¡¡Tendrán tiempo libre!!!
  • Otro motivo es una estimulación inadecuada en clase y en su aprendizaje, pero de eso ya hablé en otras entradas y Sir Ken Robinson lo explica genial. La falta de motivación en mi caso fue lo que hizo que no me esforzara en EGB y pero tras encontrarla, esforzarme el resto de mi vida siempre ha merecido la pena.

LO IMPORTANTE ES DETECTAR EL PROBLEMA PORQUE ESTOS PROBLEMAS FUNCIONALES Y COMPORTAMENTALES TIENEN SOLUCIÓN.

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