Revista Cultura y Ocio

Mi relato para el Taller nº 42 de Literautas

Publicado el 27 marzo 2017 por Yolandat @bt_yolanda

Mi relato para el Taller nº 42 de Literautas
Este mes los de Literautas, en su afán por estrujarnos las neuronas, han propuesto un reto algo más complicado. El título debía ser el mismo para todos los participantes: «El mentiroso». Y como reto opcional, el texto debía incluir estos tres objetos: un diccionario de latín, un antifaz y dos entradas de cine. Os animo a que leáis el despliegue de imaginación de los 190 textos presentados.
Este es el mío:
EL MENTIROSO
    No podía dejar de mirar a su mujer mientras se arreglaba frente al espejo. Después de quince felices años juntos le seguía pareciéndo igual de hermosa que cuando se conocieron. Al lado del joyero vio el antifaz negro de lentejuelas. Inmediatamente recordó la noche del carnaval. Este año habían jugado a ser dos desconocidos que daban rienda suelta a su pasión. ¡Cómo le gustaban esos juegos eróticos!
Se acercó a ella y la abrazó por detrás, besándole el cuello. Notó cómo se estremecía.
    —¿Preparada para una sesión de cine? —le dijo al oído al tiempo que le mostraba una de las entradas.
    Marta se giró con cara de asombro.
    —¿Era hoy? Lo siento, cariño, lo olvidé. Ya sabes que estamos a final de trimestre, así que he quedado con el resto de profesores para la evaluación. —Al ver la cara de decepción de su marido, añadió—: ¡Oh, siento haberlo olvidado! ¿Te parece bien si vamos el próximo sábado?
    Él asintió, con mirada triste. Y, entonces, reparó en algo. Su mujer iba demasiado arreglada para una reunión de trabajo. Exceso de maquillaje, vestido ceñido, escote muy revelador. Todas sus alarmas se dispararon, pero no dijo nada.
    Marta, coqueta, se dirigió al baño y David no pudo reprimir el impulso de husmear en su bolso. En lugar de exámenes y cuadernos de notas encontró un paquete de tabaco. Se quedó atónito. Marta no había fumado nunca. Era él quien lo hacía a escondidas. Si ella lo había descubierto, ¿por qué no le había dicho nada? El sonido de la cisterna lo devolvió a la realidad. ¿Qué significaba todo aquello? No quería pensar mal pero…
    Cuando salió del baño, Marta le besó, cogió el abrigo y el bolso y le dijo:
    —Quid pro quo, cariño
    Cómo odiaba que le soltara esas frases en latín, le hacía sentir infantil. Pero, como siempre, para no quedarse con la intriga, cogió el diccionario de latín. En ese momento, Marta salió del apartamento y David, haciendo caso a su instinto, salió tras ella.
    Mientras bajaba en uno de los dos ascensores abrió el pesado volumen y buscó la definición: cosa que sustituye a algo equivalente. A él aquella frase no le decía nada. ¿Qué le quería transmitir su mujer?
    Llegó al vestíbulo y, sin perder de vista a Marta, que ya salía a la calle, le pidió al portero que le guardara el diccionario en recepción.
   Caminaban en dirección al puerto. Ella ralentizó el paso al llegar al paseo marítimo. Buscaba a alguien. David, disimulando para no ser descubierto, fue consciente de que Marta le había mentido. Su mundo empezaba a tambalearse.
    Y entonces, una oleada de celos se apoderó de él al contemplar cómo su mujer se fundía en un abrazo demasiado prolongado con Fran, su mejor amigo. Nunca hubiera esperado de ellos semejante traición.
    Con la cara desencajada y los nervios a flor de piel, los siguió. Se comportaban como dos adolescentes enamorados, sonriendo tontamente y dándose empujoncitos cariñosos.
No lo soportó más. Se plantó detrás de ellos y, cegado por la rabia y el dolor, soltó sarcástico:
    —Enhorabuena.
    La pareja se giró. No parecían demasiado sorprendidos al verle.
    —¡Ah, hola, cariño! Te estábamos esperando.
    El dolor se convirtió en furia.
    —Vaya, queréis confesar vuestros pecados. Muy considerados.
    Marta no hizo caso de sus palabras y le preguntó:
    —¿Cómo te sientes?
    David, sorprendido por tanta frialdad, estalló:
    —¡¿Qué cómo me siento?! Traicionado y dolido. Si no fuera por la gente que nos está mirando —dijo cerrando los puños y dirigiéndose a Fran— ni tu madre te reconocería.
    —Bien —continuó Marta—, ahora ya sabes lo que se siente cuando te engañan. —Ante la cara de estupefacción de su marido, añadió—: David, estamos cansados de tus mentiras y preocupados por ti. Sé que fumas y bebes a escondidas —David se dejó caer en un banco, abatido—, y sé que le has pedido a nuestro hijo que te encubra. Puedo entender que no aceptes que ahora eres diabético pero no que permitas que destruya nuestras vidas.
    —Yo, yo… —La ira se esfumó. David estaba confuso y avergonzado y, sin mirarles a los ojos, preguntó—: Entonces, ¿vosotros dos…?
    —No —Fran se puso a su altura—, no estamos liados.
    Ahora fue su mujer quien se agachó y le abrazó.
    —Tan solo queríamos que entendieras lo importante que eres para nosotros.
    Carlos rompió a llorar, agradecido por estar rodeado de personas maravillosas, y por aquella dichosa frase en latín que le había enseñado una lección.

Se aceptan críticas y comentarios.

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