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Mientras dure la guerra

Publicado el 04 octubre 2019 por Pablito

Habrá quien se pregunte qué necesidad tenía un director de la trayectoria de Alejandro Amenábar, que en líneas generales gusta tanto a público de izquierdas como de derechas, de rodar una película como Mientras dure la guerra (2019), tan aparentemente proclive a disgustar a alguno de los dos bandos. Y digo aparentemente porque, para quienes la hemos visto, lo último que pretende la película es caer en el maniqueísmo y los clichés en los que han caído algunas películas españolas sobre la guerra civil. En su séptimo largometraje, el director de Abre los ojos y Tesis no busca glorificar a un bando y cargar las tintas sobre el otro, sino explicar que la realidad es tan poliédrica como el personaje central del film, Miguel de Unamuno, quien precisamente caía mal a ambos bandos por sus continuos vaivenes ideológicos. Film arriesgado y valiente, Mientras dure la guerra no nace para provocar, como los mismos fanáticos de siempre apuntan, sino para reconciliar. Porque, por encima de ver cuál de los dos bandos cometió más disparates, con lo que verdaderamente hay que quedarse de este documento fílmico sobre la contienda española es con su llamada a la reflexión y, así, evitar que los errores del pasado se vuelvan a repetir. 

Mientras dure la guerra

La película narra el proceso por el cuál el célebre intelectual de la llamada generación del 98 Miguel de Unamuno pasó de apoyar públicamente la sublevación militar -por su disconformidad con muchas de las acciones del Gobierno republicano- a renegar de ella. Comprobar cómo lo que él inicialmente pensaba que iba a construir el nuevo régimen -una especie de Tercera República- no se termina pareciendo a lo que finalmente terminó siendo -lo que llevó a muchos de sus amigos a sufrir represalias franquistas- fue determinante para que el filósofo bilbaíno renegara del bando nacional y los golpistas. La película narra de forma -excesivamente- sobria pero determinante todo este proceso, hasta desembocar en un emocionante clímax final en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el gran punto álgido del film y gran punto de inflexión en la vida del escritor. Por instantes como este es por lo que se salva una película que no consigue extrapolar estos chispazos de maestría a todo el metraje. 

El resultado es una película con momentos realmente conmovedores, pero que al fin y al cabo no dejan de ser eso, momentos sueltos. Se echa en falta un mayor empaque emocional, que el espectador se indigne, se retuerza en el asiento o se contagie de parte de la fuerza arrolladora que lleva intrínseca un capítulo tan decisivo de nuestra historia como este. Pero nada de eso ocurre. ¿Decepción? En absoluto, pero sí cierto coraje porque un director tan capaz y con tanto manejo del lenguaje cinematográfico como Amenábar era capaz de mucho más. Y tenía en sus manos un material explosivo para construir no la película definitiva sobre la guerra civil -ese mérito, en mi opinión, siempre recaerá en la magistral Balada triste de trompeta (Álex de la Iglesia, 2010)-, pero sí un documento histórico que indignase y conmoviese. Perdida esta oportunidad, lo que nos queda es su claro carácter pedagógico -mérito de un guión escrito por el propio director en colaboración con el reputado Alejandro Hernández, que en la medida de lo posible simplifican la historia para hacerla accesible al gran público-, que sería ideal para proyectar en todos los colegios -la cinta se construye bajo la máxima de que es imposible entender el presente sin conocer el pasado- o, simplemente, para que los que todavía siguen enfrascados en la guerra de las dos España, la de rojos y azules, comprueben que en el fondo no hemos cambiado tanto. Sí, claro, ahora mismo no nos matamos en una guerra civil, pero existen otras guerras: la del odio, la de las banderas -que la película se abra y se cierre con una bandera, incluso que aparezca en su cartel promocional, es bastante ilustrativo-, la visceralidad y, la más peligrosa, la guerra provocada por la falta de raciocinio. A partir de la falta de razón, precisamente, es sobre lo que se construye el fascismo: el que refleja la película y el que, en pleno S.XXI, ha vuelto a resurgir con tremenda fuerza.

Mientras dure la guerra

Frente a la sinrazón, Mientras dure la guerra lo tiene claro: la razón siempre -muy significativa resulta la escena en la que Millán-Astray, amigo íntimo del Jefe del Estado y fundador de la Legión, se ríe de Unamuno por querer cambiar el mundo a través de sus libros, y no desde la trinchera-. Olvidan los fascistas, los fanáticos de cualquier bando, que la verdadera trinchera se construye a partir de los libros. Tras su presentación mundial en el Festival de Toronto y su paso también por el Festival de San Sebastián, Mientras dure la guerra nace con una única y clara convicción: que sea entendida por gente de izquierdas y derechas. Ese será su verdadero triunfo. El suyo y el nuestro. 


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