Revista Opinión

Mientras las ciudades crecen

Publicado el 23 enero 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

El crecimiento de la población urbana aumentará en las próximas décadas hasta alcanzar los 6.300 millones de personas que se prevé que vivirán en ciudades en 2050. Los retos que enfrentarán las grandes urbes, como la consolidación de los suburbios o la pobreza urbana, podrían paliarse, precisamente, con el desarrollo rural.

Cuando se hace una descripción del mundo contemporáneo, normalmente aparecen conceptos como tecnología de la información, sistema económico mundial e incluso cambio climático. Pero existe también una tendencia actual que reviste cierta importancia: la concentración de la población mundial en ciudades, un hito demográfico sin precedentes. En la primera década de los 2000, por primera vez en la Historia, el número de personas que vivían en zonas urbanas fue mayor que el de los habitantes de zonas rurales. Actualmente, el 54% de la población mundial habita en ciudades, y las previsiones auguran que el porcentaje continuará creciendo.

Mientras las ciudades crecen
En la actualidad hay 31 ciudades con más de diez millones de habitantes. En menos de 20 años habrá 41. Fuente: Population Growth

Las ciudades del mundo albergan tal cantidad de personas que se habla ya de megaciudades —o megalópolis— para referirse a las urbes con más de diez millones de habitantes. En 2016 se contaban 31 ciudades en esta categoría, la mayoría de ellas situadas en Asia, como Tokio, Delhi, Daca o Shanghái, y para 2030 se espera que unas diez ciudades más se sumen a la lista. Serán países como Nigeria, Pakistán, India y China los que asumirán un mayor aumento poblacional y, por ende, donde se esperan grandes crecimientos de sus ciudades. Pero ¿están preparadas las ciudades para la población que viene?

Para ampliar: “La Historia de la urbanización, 3700 a. C. – 2000 d. C.”, Max Galka, 2016

Objetivo: sostenibilidad urbana

Está claro: el futuro será urbano. Es fácil recurrir al imaginario de urbe futurista con edificios altos, amplias avenidas y pantallas led por las calles, pero la realidad es que la manera en que se están expandiendo las ciudades es casi lo contrario y, en muchos casos, preocupante. Precisamente porque serán la ubicación protagonista en el futuro, las ciudades se enfrentan a una serie de desafíos, como el creciente número de suburbios o barrios marginales, el incremento de la pobreza urbana, la insuficiencia de servicios básicos e infraestructuras, el aumento de la contaminación o el descontrol en el propio proceso de urbanización.

Las condiciones precarias de las viviendas e infraestructuras son, de hecho, una de las mayores preocupaciones urbanas en este momento, ya que afectan a millones de personas en todo el mundo. Según cálculos de ONU Hábitat, el organismo de Naciones Unidas para los asentamientos urbanos, en la actualidad África subsahariana cuenta con 199,5 millones de personas que residen en asentamientos precarios; Asia meridional cuenta con 190,7 millones y Asia oriental, con 189,6 millones, y en Latinoamérica la cifra es de 110,7 millones. Estas cifras corresponden a una proporción bastante representativa de la población mundial.

Mientras las ciudades crecen
Suburbio en Nairobi. Fuente: ONU Hábitat

Cabe destacar también que la pobreza urbana —o cuarto mundo— es un fenómeno del que se advierte desde hace décadas y que se está acentuando: el 75% de las ciudades del mundo tienen niveles más altos de desigualdad que hace dos décadas. Además, este tipo de situaciones son más visibles que nunca en los grandes núcleos urbanos; son evidentes las diferencias entre zonas o comunidades adineradas frente a los barrios marginales y asentamientos. Mientras las ciudades crecen, también lo hace la pobreza.

Para ampliar: “Nueva agenda urbana”, ONU, 2017

Los núcleos urbanos crecerán, queda claro, pero cómo lo harán será importante. La sostenibilidad urbana que propone la ONU como objetivo para 2030 pretende el aumento de la urbanización inclusiva y la capacidad para la planificación y gestión de los asentamientos humanos, quizá también para evitar situaciones en las que está aumentando mucho más rápido la expansión urbana —es decir, la urbanización como tal— que la población urbana debido a un aumento del consumo de suelo urbano por parte de los más pudientes. Con todo, las grandes ciudades cada vez albergan más gente. Mientras se aplican políticas acordes a la sostenibilidad, hay quien ha buscado alternativas en uno de los orígenes del crecimiento de las ciudades: las migraciones desde el campo.

Nueva vida en la ciudad

Cuando gran parte de la población se muda a la ciudad buscando nuevas oportunidades sociales o laborales, es por algo. Y las estadísticas, los estudios y los informes avalan esa especie de sabiduría popular histórica: existe una relación entre urbanización y crecimiento económico, entre ciudades y progreso socioeconómico. Independientemente de otras causas de las migraciones, como los conflictos bélicos o los desastres naturales, esto es algo que tiene muy en cuenta la Organización Internacional de la Migración en su informe sobre migraciones urbanas. La institución confirma que la mayoría de las migraciones tienen lugar dentro del mismo país y que las motivaciones suelen estar relacionadas con la búsqueda de una vida mejor, con lo que parece que se reproduce un flujo migratorio que ya existía desde tiempos antiguos: del campo a la ciudad —éxodo rural—. Solo que esta vez los desplazamientos están produciéndose más rápido y, conforme las ciudades crecen, el campo se estanca en población.

Muchos de los que eligen emigrar del campo a la ciudad lo hacen por voluntad propia, pero pueden señalarse una serie de factores que los empujan a ello. El primero de ellos, por histórico y evidente, es la pobreza rural: la mayoría de la población pobre mundial reside en zonas rurales y en muchos casos carece de recursos o conocimientos para invertir en sus tierras. De hecho, la pobreza extrema se ha reducido en todo el mundo, pero las zonas rurales continúan siendo las más pobres. Por otro lado, los conflictos relacionados con el acaparamiento de tierras, en los que inversores, proyectos de agricultura intensiva o industrias extractivas de otros países se apropian de unas supuestas tierras de nadie, empobrecen aún más a los trabajadores del campo, los cuales encuentran en la emigración una salida a su situación tan desesperada como injusta. En 2016 la Corte Penal Internacional definió esta práctica como delito, lo cual supone un avance en la lucha de los derechos del campesinado.

Distribución de la población rural mundial en 2016. Fuente: Banco Mundial

Dentro de los factores que fuerzan el abandono de la agricultura y, por tanto, de las zonas rurales hay que mencionar obligatoriamente el cambio climático, que dejó de ser una amenaza desde hace tiempo para convertirse en realidad: las sequías, los fenómenos meteorológicos extremos o los cambios en la salinización del agua, entre otros efectos, los sufriremos todos, pero ya afectan especialmente a las personas dedicadas al sector primario. Lejos de que el estatus de refugiado climático les sirva de mucha ayuda, sin apenas apoyos para hacer frente al cambio de clima y, en ocasiones, con conflictos derivados del problema climático, los campesinos pueden optar, en el mejor de los casos, por emigrar a la ciudad, donde en teoría el clima es indiferente para la subsistencia, pero hacia donde arrastran la pobreza. Al final, todas las causas mencionadas pueden resumirse en una: las personas se van del campo a las ciudades por falta de oportunidades.

Repensando el campo

Con un panorama como el descrito, puede haber quien prefiera ver a los jóvenes trabajando en el campo antes que malviviendo en un suburbio, siempre que se compensen los desequilibrios con los que el mundo rural cuenta actualmente. El desarrollo rural es la baza con la que se puede jugar para aliviar las migraciones, evitar el abandono de las zonas rurales y reducir la pobreza en el mundo. Asimismo, reduciría la llegada masiva de migrantes —cuya situación empeora en muchos casos al instalarse en las urbes— y mantendría un equilibrio entre población rural y urbana muy recomendable para la sostenibilidad del planeta.

El desarrollo rural es fundamental también para la seguridad alimentaria. En relación con el crecimiento demográfico mundial, las previsiones parecen señalar que la demanda mundial de productos agrícolas se incrementará un 50% para 2050, de manera que la productividad agrícola precisa urgentemente de mejoras y avances para evitar que el hambre continúe siendo una realidad. Por otro lado, problemas nutricionales del mundo desarrollado, como la obesidad o la diabetes, relacionados con una ingesta de productos sobresaturados, podrían encontrar una solución en el consumo de alimentos producidos en el entorno. El sistema de producción agroindustrial y las cooperativas se revelan como alternativas eficaces para el sector, y tanto iniciativas de los Estados como proyectos de ONG se afanan en divulgarlos y fomentarlos. Aun así, las aspiraciones del desarrollo rural chocan con dos cuestiones: la falta de financiación y el mantenimiento de la población en zonas rurales, especialmente la gente joven. ¿Cómo convencerlos de que hay futuro en el campo? ¿Cómo hacerlo más atractivo?

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En Europa hay una clara tendencia de abandono rural y concentración en las grandes ciudades: el color azul indica pérdida de población y el rojo, aumento. Fuente: BBSR Bonn.

En países en vías de desarrollo, propuestas como el fomento de ciudades pequeñas y medianas que sirvan de enlace entre las zonas rurales y las grandes urbes resultan muy interesantes para la mejora de las condiciones de vida de los pequeños agricultores, familias con granjas o comunidades rurales enteras. Si se dotan de infraestructuras y servicios, como carreteras, escuelas o electricidad, se estimula el comercio y otras actividades, por lo que se resta protagonismo a la agricultura de subsistencia —se come de lo que se produce— y se garantiza un sistema económico cuyo objetivo final es el desarrollo de la comunidad y la erradicación de la pobreza y el hambre. A ello se suma facilitar el acceso a nuevas tecnologías que favorezcan la producción, la eterna asignatura pendiente en el campo en muchos puntos del planeta.

En países más desarrollados, la progresiva eliminación de la brecha digital se vuelve imperiosa. Y ello obliga a reflexionar sobre la extensión de esta brecha: ¿de qué sirve la mejor aplicación móvil del sector si hay una mala conexión a internet? Además, si se pretende una reactivación del interés de los jóvenes por el campo y estos se han desarrollado habituados a internet, incluirlo dentro las posibilidades que ofrece la vida rural se hace necesario.

Ellas resucitarán el campo

Las necesidades y el contexto de cada comunidad rural son diferentes y el presupuesto, limitado. Por eso conviene que el reparto de la financiación y el acceso a créditos o recursos sea certero. Históricamente, las mujeres se habían encargado de muchas labores rurales de manera informal o simplemente se consideraba que era parte de su ocupación como mujer: plantación y adquisición de semillas, vigilancia del ganado, recolección de agua, administración de los recursos y la economía, preparación de la comida y cuidados de la familia… Los proyectos de empoderamiento femenino dignifican estos trabajos y relanzan a las mujeres a posiciones de liderazgo para una continuación más efectiva de este tipo de tareas. Además, promueven el desempeño de nuevos roles femeninos en el campo, como emprendedoras o diseñadoras de estrategias contra el cambio climático.

En algunas comunidades, el protagonismo de las mujeres en el campo es más complicado. El acceso limitado a la propiedad de la tierra por el simple hecho de ser mujer, la necesidad del permiso de los maridos para conseguir algún tipo de titularidad o financiación o la brecha salarial son algunos de los obstáculos con los que se encuentran. Teniendo en cuenta que su trabajo y su capacidad de gestión contribuyen de forma definitiva a la economía rural, es más que necesaria la continuación del empoderamiento femenino en las zonas rurales. Muchas de ellas encuentran en la ciudad una salida para educarse, experimentar nuevas libertades, desarrollarse profesionalmente y alejarse del rol de género impuesto, pero esto solo indica que la lucha por la igualdad de género en las zonas rurales resulta esencial.

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Distribución mundial de mujeres que son titulares agrícolas. Fuente: FAO

Por supuesto, la elección de dónde quiere vivir cada persona es completamente personal. Nadie puede obligar a quedarse en el campo a quienes han nacido en él, y menos ante las mayores oportunidades de progreso en la ciudad. Pero conviene paliar las presiones socioeconómicas que provocan un éxodo rural masivo. Frente al riesgo de que las ciudades sean incapaces de acoger de forma digna y sostenible a una población cada vez mayor, la reconsideración de la importancia de las áreas rurales es necesaria. Hay bastante en juego: implicaciones en la seguridad alimentaria mundial, en la nutrición en los países desarrollados y en la lucha contra el cambio climático. Además, como si de un efecto dominó se tratara, desde el desarrollo rural pueden combatirse al mismo tiempo el hambre, la pobreza y la desigualdad de género. Mientras las ciudades crecen, el campo debe revitalizarse. Y también crecer.


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