Revista Cultura y Ocio

Miércoles, 11 de enero de 2017: Sobre cementerios de libros olvidados y algunas conclusiones

Publicado el 11 enero 2017 por Benjamín Recacha García @brecacha

Miércoles, 11 de enero de 2017: Sobre cementerios de libros olvidados y algunas conclusiones

Hola, Toni.

Desde hace un tiempo nuestros intercambios de impresiones en abierto se han espaciado bastante. Supongo que la razón es que antes de ponernos con una larga carta queremos estar seguros de tener cosas nuevas e interesantes que explicar. También debe haber algo de pérdida de frescura y de ímpetu, pero, en cambio, creo que hemos ganado madurez.

Cuando empezamos este bonito (y muy enriquecedor) experimento éramos más inocentes y románticos (al menos yo) en lo referente a la aventura literaria y editorial. Dos años y medio después han cambiado algunas cosas y hemos aprendido otras muchas.

Lo que no cambia es nuestra determinación por escribir, dedicándole todo el tiempo posible, y por mejorar. Yo emprendí el camino de la autopublicación, que me ha proporcionado gratísimas experiencias, y tú, aunque también lo probaste, preferiste centrar el grueso de tus esfuerzos en crear material con la calidad suficiente para llamar la atención de alguna editorial. Y lo has logrado, cosa que celebro. No sé si el recorrido de Autotomía con Ediciones Hidroavión será largo o corto, pero en cualquier caso has conseguido que una editorial apueste (con mayor o menor riesgo) por tu obra, y eso es algo de lo que te debes sentir muy orgulloso porque todo el mérito es tuyo. No me cansaré de decirte que escribes muy bien, y no es sólo que se note que llevas muchos años haciéndolo, que te has preparado a conciencia y que no has dejado de buscar tu voz, sino que tienes una habilidad especial que no es tan común (el eterno debate sobre el talento. Ya sabes que yo sí creo en ese ingrediente “mágico”).

Tú siempre has celebrado cada paso que he dado. Te alegras sinceramente por mis avances y a la vez eres mi mayor crítico (cosa que sin duda ha contribuido a esos avances). Tengo la impresión de que demasiados escritores (o aspirantes a serlo) no valoran lo suficiente, o no lo hacen en absoluto, lo importante que es disponer de alguien con criterio que se preste a leer sus obras y opine sobre ellas con sinceridad, sin tener que disfrazar una crítica negativa. En general, tenemos un ego demasiado inflado.

Yo soy peor crítico que tú. Sin embargo, recibir tus valoraciones sobre mis textos me ha enseñado a leer de otra forma, a respetarme como lector. Es un concepto que puede sonar extraño. ¿Qué significa respetarse como lector? Diría que tiene que ver, por encima de todo, con respetar la literatura. Y, tristemente, hay demasiados libros que no lo hacen. Respetarse como lector significa, por ejemplo, abandonar una lectura cuando no nos aporta nada. Claro que a veces esa lectura no necesariamente tiene porqué ser mala literariamente, sino que no estemos preparados para ella o que no estemos interesados en lo que cuenta. Me pasó con Hambre, de Hansum, que a ti, sin embargo, te encantó.

De todas formas, mi razonamiento va más dirigido a las obras sin valor. Sé que es un concepto puramente subjetivo, porque algunas de esas obras que yo puedo considerar sin valor literario acaban siendo éxitos comerciales, de manera que para sus montones de lectores, sin duda, sí lo tienen.

Pero tampoco me refería a los best-sellers que tantos escritores aborrecen por el simple hecho de lograr el éxito comercial que a ellos se les resiste, sino a los miles de títulos que pueblan, sin pena ni gloria, básicamente las librerías digitales. Eso sí que es un colosal cementerio de los libros olvidados.

En tu última carta me hablabas de tus recientes aventuras como librero circunstancial y editor “invitado”, que te han acabado de reafirmar en la convicción de que el único camino factible en el mundo de la literatura es el que nos conduce por donde nos sentimos a gusto. No vale la pena torturarse con la búsqueda de la piedra filosofal. No existe ese ingrediente mágico que garantice el éxito comercial. Lo que sí existe es nuestra voz como escritores, nuestro estilo personal, en el que nos sentimos cómodos y gracias al cual sacamos lo mejor de nosotros mismos.

De esto hemos hablado a menudo. Es una simple cuestión de probabilidades. Seguramente es más fácil que a uno le toque la lotería que se convierta en un autor súper ventas, así que resulta absurdo preocuparse por ello. Lo que, sin embargo, nos debería ocupar hora tras hora es el anhelo de llegar a ser el mejor escritor posible. Puede parecer un contrasentido, pero tú y yo, y todos los que se dedican a esto porque es a lo que se tienen que dedicar, sabemos que no hay otro camino.

En estos últimos cinco años, desde que me planteé en serio escribir mi primera novela; es decir, desde que me lo planteé como un trabajo, no como un pasatiempo para los ratos libres, he ido moldeando mis opiniones sobre varios aspectos de los que intervienen en el mundo de la escritura y la edición. Es normal. Entonces yo no conocía nada ni a nadie del oficio. Tenía algunos prejuicios (respecto a la autopublicación, por ejemplo) y una visión romántica de lo que es escribir y publicar un libro. Confiaba casi en exclusiva en la vocación y en ese talento del que bastante gente con larga experiencia en este mundillo recela. Sigo creyendo en el talento, que en mi opinión es el ingrediente que acaba marcando la diferencia entre un buen escritor, alguien con oficio y miles de horas de aprendizaje a sus espaldas, y un escritor único. Sin embargo, ahora sé que esos escritores únicos acumulan a sus espaldas miles de horas de aprendizaje, de trabajo incansable por alcanzar la excelencia.

Ahora sé que no es que se pueda aprender a escribir, sino que hay que ser muy pretencioso (y muy necio) para pensar lo contrario. En definitiva, que escribir es un oficio para pacientes, para quienes no se marcan metas a corto plazo (me gusta cómo lo explica Isaac Belmar en una de las recomendables reflexiones que comparte en su blog). Un buen escritor se “cuece” a fuego muy lento, y, si es realmente bueno, nunca acabará de estar hecho del todo.

Por eso me apena y me da un poco de rabia la existencia de esos crecientes cementerios de libros olvidados, la inmensa mayoría de ellos escritos por autores que probablemente nunca han tenido una necesidad real de sentirse escritores. Pero igual que me apena reconozco que tienen todo el derecho a escribir y publicar lo que les apetezca. Es posible que algún lector accidental de mis libros opine que yo también pertenezco a ese grupo. Después de todo, igual que el que rellena cincuenta páginas de Word y las cuelga tal cual en Amazon, yo tampoco he pasado por el filtro de ninguna editorial, por muy convencido que esté de haber hecho un trabajo honesto y de calidad.

Miércoles, 11 de enero de 2017: Sobre cementerios de libros olvidados y algunas conclusiones
De izquierda a derecha: Isaac Pachón, Manuel Gris, Àlex Pler and myself.   Foto: PAE

Hace unas semanas participé en una charla sobre autoedición en la librería Documenta de Barcelona. La organizó la Plataforma de Adictos a la Escritura (PAE), un grupo de escritores independientes muy activos y con las ideas muy claras. Debo decir que desde hace un tiempo en Barcelona se está creando un caldo de cultivo muy interesante para la literatura independiente, apoyado y alentado por librerías como Sons of Gutenberg, que tiene como protagonistas a pequeñas editoriales y autores jóvenes que han escogido el camino de la autopublicación a conciencia. Es el caso de mis compañeros de charla en Documenta: Isaac Pachón, Àlex Pler y Manuel Gris.

Tenía la intención de dedicarle una entrada al encuentro. De hecho, grabé el audio y pensaba compartirlo, pero cuando me puse a ello me di cuenta de que lo había borrado, aún no tengo muy claro cómo…

La charla estuvo muy bien. Me gustó escuchar a mis compañeros y comprobar que se toman la aventura literaria con toda la seriedad que merece, que el hecho de haberse lanzado a la autopublicación, en su caso no tiene que ver con las prisas o la falta de calidad, sino que es una decisión premeditada. Ahora tengo claro, tres años y medio después de atreverme a sacar El viaje de Pau en papel, que este es un camino para locos inconscientes valientes.

Ya te he hablado de Isaac Pachón, otro badalonés soñador, y de lo mucho que admiro la apuesta que está manteniendo con su primer libro de relatos, Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café. Me alegro sinceramente de lo bien que le está saliendo, y me alegro por todos esos autores independientes que creen en su trabajo y que respetan la literatura y, por tanto, a los lectores.

Se ve que las buenas sensaciones respecto al encuentro en la librería Documenta no sólo las tuve yo. Debió resultar interesante de verdad, porque nos han invitado a repetirlo el 29 de enero, domingo, en el festival Rock & Read, que celebrará su segunda edición durante ese fin de semana en The Collective (un “laboratorio creativo” ubicado en el Raval de Barcelona), con un montón de actividades literarias y musicales. Esta vez espero no volver a cagarla con la grabación.

Igual que tus últimas experiencias como librero, editor y autor publicado te han servido para acabar de despejar dudas, algo parecido me ha sucedido a mí a raíz de lo vivido en el III Congreso de Escritores, donde como sabes participé a finales de octubre invitado por la Asociación de Escritores Noveles (AEN). He escrito varias crónicas sobre un evento magnífico, tanto en la organización como en el contenido, así que no voy a repetirme, pero sí voy a exponer algunas conclusiones (los suscriptores de la lista de correo de ‘la recacha’ ya las leisteis).

Miércoles, 11 de enero de 2017: Sobre cementerios de libros olvidados y algunas conclusiones
De izquierda a derecha: Adrián Martín, José Ángel Jarné, José Luis Corral, Covi Sánchez, Emilio Lledó, Ramón Alcaraz, Toti Martínez, Benjamín Recacha, Antonio Garrido.

Lo primero que acabé de confirmar es que, como digo, no hay fórmulas mágicas. No existe un modelo único que explique que un libro tendrá recorrido comercial. Al contrario, hay muchas vías posibles y, sin embargo, muchas posibilidades de que ninguna funcione. La suerte, el azar, la casualidad, llámese como se quiera, juega un papel indiscutible.

Por poner ejemplos concretos de autores de éxito, que se ganan la vida con la literatura, los caminos de entrada al mercado de Toti Martínez, Antonio Garrido y José Luis Corral fueron muy diferentes. Eso sí, en los tres hay algo común, que me atrevo a extender a todo escritor con cierto recorrido: trabajo y calidad. Escucharlos, tanto en las mesas redondas en que participaron como, sobre todo, en las suculentas charlas privadas que tuve el privilegio de compartir con ellos, fue como un curso intensivo sobre “entresijos editoriales”.

Para hacer carrera hay que escribir bien… y ser muy constante. ¿Cómo se aprende a escribir bien? Escribiendo y leyendo. Y dejándose aconsejar por quien nos puede ayudar.

Sin calidad no hay nada que hacer. Insisto en ello porque durante el congreso me dio la impresión de que algunos de mis compañeros autores buscaban esa fórmula inexistente o se escudaban en las socorridas conspiraciones del malvado mercado editorial para encontrar sentido a la dificultad para ser publicado o para lograr visibilidad.

Mi opinión personal es que las conspiraciones no existen, y sí, en cambio, una sobresaturación de aspirantes al próximo Nobel, Planeta o a ganarse la vida con un oficio en el que cada vez resulta más difícil hacerlo.

Me sorprende la ausencia de autocrítica entre autores que tienen por delante un larguísimo camino de aprendizaje. Y no me refiero sólo a los más jóvenes.

Me sorprendió, por ejemplo, el grado de exigencia y de crítica a las librerías, como si los libreros fueran los malos de la película por no poner en el escaparate obras que en un porcentaje demasiado alto están plagadas de errores.

La otra “gran” conclusión a la que he llegado definitivamente es que los obstáculos que lleva implícitos la autoedición pesan más en la balanza que los puntos a favor.

Es una constatación que ya “sufría en silencio”, y contra la que no tiene sentido empeñarse en luchar. Ello no significa que la autoedición sea tiempo perdido o una vía muerta de entrada. Ni mucho menos. Repito que estoy muy satisfecho y orgulloso de mis avances como escritor autosuficiente. Lo que pasa es que las limitaciones básicamente logísticas (la distribución es un obstáculo insalvable, así como la capacidad limitada para gestionar el envío de libros tanto a establecimientos como a lectores) dificultan enormemente el crecimiento y entorpecen la actividad creativa.

La única vía factible para un autor independiente es la del libro digital, pero si ya es complicado entender el mercado del libro en papel, intentarlo con el del ebook conduce irremediablemente a la locura.

En definitiva, que es muy probable que mis siguientes novelas sólo lleguen al formato físico si es a través de una editorial, a no ser que en los próximos meses/años aparezcan soluciones imaginativas y sostenibles para un autor independiente.

Al final, todos buscamos lo mismo: ser leídos. Es la conclusión sencilla y recurrente a la que llegamos por muchas vueltas que le demos al tema. ¿Y cuál es la vía que ofrece más posibilidades de hacer realidad ese deseo? Que te publique una editorial, grande o pequeña, que apueste de verdad por tu obra.

Hacerlo por tu cuenta, si eres constante, imaginativo, si tienes carisma y, por tanto, logras enganchar a la gente, si dedicas muchas horas a la promoción y a cuidar las relaciones que surgen de las redes sociales, si consigues convencer a un circuito de librerías repartidas por todo el país de que tus libros valen la pena y las mimas, si eres capaz de todo eso y además de escribir bien, ir por libre puede valer la pena. Desde luego, y si sólo miramos la cuestión económica, de ese modo vas a ganar más dinero que cobrando el 10% de royalties a través de una editorial. Teniendo en cuenta, además, que lo normal es que las tiradas no pasen de los quinientos ejemplares, vas a ganar mucho más dinero yendo por libre. A mí hasta ahora me ha valido la pena. A Isaac Pachón le está valiendo muchísimo la pena.

El problema llega cuando llevas más de tres años a un ritmo que te tiene con la lengua fuera, que no te permite dedicarle el tiempo necesario a escribir, y que resulta complicadísimo compaginar con la vida laboral remunerada y la familiar.

A mí ya no me compensa, de forma que los esfuerzos los voy a concentrar en escribir y, como no tengo la prisa y el ímpetu que me empujaron en un primer momento, lo que tenga que venir ya llegará. Por supuesto que voy a seguir prestando atención a mis obras ya publicadas, contactando con las librerías donde están distribuidas y atendiendo a quienes se interesen por ellas. Pero no voy a dedicar “horas extra” a la autopromoción ni me voy a marcar calendarios de publicación.

Bueno, llevo casi 2.500 palabras y empiezo a correr el riesgo de repetirme como el ajo, así que voy a ir despidiéndome por hoy.

Antes de acabar quiero celebrar los éxitos de dos amigas blogueras apasionadas por las palabras, que han apostado por su carrera literaria y les está saliendo bien, porque, por encima de todo, escriben muy bien.

Julia Santibáñez lleva publicados dos poemarios, Rabia de vida y Ser azar, y recientemente ha ganado la primera edición del Premio Internacional de Poesía Mario Benedetti. Su buen hacer la está llevando a ser considerada una de las mejores escritoras mexicanas de la actualidad, con presencia constante en medios de comunicación y acontecimientos literarios de su país y de Latinoamérica. Y yo puedo presumir de que fue una de las “lectoras cobaya” de Con la vida a cuestas. 😀

Mamen Gómez no lleva hecho tanto recorrido, aunque su blog ‘La chica de los jueves’ es uno de los vigentes triunfadores de los Premios 20 Blogs. Su pasión es escribir, y no ha parado hasta conseguir que su primer libro, Corazón de fondant, sea publicado por una editorial, La vocal de Lis (lo autopublicó primero en versión digital, con el título Obras de arte y otros relatos). El viernes 20 de enero lo presenta en Valencia. Estoy seguro de que será un gran día para ella.

Ellas, como nosotros y otros tantos apasionados por las letras, sueñan con el reconocimiento por lo que escriben, aunque no sea ese el motivo por el que lo hacen. Porque escribir, insisto, no es un medio para “triunfar”, sino, por encima de todo, una necesidad vital de expresión.

Un abrazo, amigo.


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