Revista Cultura y Ocio

Mira, pero disimuladamente – @GraceKlimt + @demotico

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Soy un hombre. Cuando digo hombre no me refiero al Universal kantiano o la Idea platónica de Humano. Al Dasein heideggeriano, menos. Hablo de pene. Polla, tranca, trabuco, rabo, nabo, pito, pepino y otros etcéteras vegetales, tubulares o alargados. No pretendo olvidaros. De testículos, cocos, bolas y etcéteras esféricos. No quiero aburrirte, sólo hay que dejarlo claro. Soy heterosexual, eso también. Para decirlo no hay tantos sinónimos en castellano como para lo que tengo entre las piernas. Si fuera de otra forma, podría rebosar todas las carpetas que contiene esa estantería de pared entera a tu espalda. En mi situación, encuentro sólo la palabra «normal». Y normal lo será su puta vida.

Soy lo que ocurre. Me he comprado unas medias de seda con costura trasera y un liguero de encaje negro. Ha sido en el último momento, mientras volvía a casa paseando, con mucho cuidado de evitar rozar a cualquier ser humano que se cruzase en mi camino, de regreso de la tripería de las afueras. Las tijeras, “especiales para matanzas”, me ha dicho el muchacho lleno de acné mientras era incapaz de apartar sus ojos de mi escote y disimular su erección tras el mandil de matarife, “son perfectas, pero puedo afilarlas un poco más si quieres”. “Hazlo”, le he pedido con mi tono de voz más dulce, mientras imaginaba el tijeretazo rebanando su polla. Acabo de probarme las medias y el liguero. Sólo llevo eso. Le miro, con la mente puesta en mi nuevo juguetito, ahora escondido entre las carpetas de la estantería, y sonrío.

Soy un hombre. Tengo una polla por cerebro y mi cerebro te va a vender mi culo. Algo así, lo decía una canción de Afghan Wighs, pero es el tipo de cosas que no sé si me atrevería a poner en Facebook. No sé qué pensarías tú, por ejemplo. Bueno, por ejemplo no. Lo único qué pienso es lo que pensarías, cada vez que te veo coger el móvil seguro que para cosas del trabajo, pero no puedo evitar preguntarme a quién va esa media sonrisa perenne en tu cara, que a veces se amplía un poco más de la cuenta. Igual que cuando alguien dice un comentario un poco idiota para que las risas despresuricen la sala y tú miras a tu alrededor y tus ojos resbalan una milésima de segundo sobre mí. Joder. Me estoy empalmando.

Soy lo que mira. Mis párpados se dejan caer levemente, como por despiste. Es sólo un instante, un leve pestañeo perfectamente programado, de exactitud matemática, estudiado mil y un millones de veces para parecer casual. Los microsegundos en los que permanezco a ciegas, mi mente vuela a la velocidad de la luz y mi cuerpo gana ingravidez. Ahora le siento como un pulpo, con sus tentáculos enroscándose en mí, invadiendo sinuosos centímetro a centímetro mi piel, serpenteando entre mis muslos, dejando un rastro inconfundible a su paso. Los párpados vuelven a su lugar. El pestañeo termina. Siento que me mira, pero disimuladamente. Y yo, disimuladamente, poso casi de forma imperceptible mi mirada en él. Imagino las tijeras troceando sus tentáculos. Me relamo. Su excitación es imposible de ocultar. Como la mía.

Soy un hombre. Es más fácil si no tienes biografía, sólo pulso. Ni memorias ni escarmientos. No dejarse llevar, todo lo contrario: ser… No sé por qué no puedo. Pienso en el solipsismo. Sí, en lo de que nada existe al margen de ti mismo, ni tu cuerpo, sólo tu conciencia que lo puede estar imaginando. Es la manera en que funcionan el noventa por ciento de nuestras relaciones. Y es el cepo en el que estoy ahora. Imaginando las palabras que diría y a la vez es completamente imposible que diga. Martilleando en mi cabeza como sus curvas… Perdonad si no entendéis de qué mierda estoy hablando. Seguramente ella tampoco lo entendería si me levantara y se lo explicara. Es más, tal vez ni me dejara hablar, molesta por las miradas a la parte superior de su tronco y el bruto irremediable en la parte inferior del mío. Joder, en cualquier momento voy a tener que levantarme a cambiar el tóner y sigo ahí. Invoco a Sponoza, invoco a Descartes y quién haga falta pero nada. Vosotros tampoco. No sé de qué me servís, putos lectores.

Soy su musa. Así me llama cuando, desesperado tras noches en vela, botellas vacías, y las garras de la frustración arañando sus entrañas, yo me dejo ver y le susurro al oído. Mi musa, dice. Y hay veces que le digo que le eche huevos de una vez, que venda la M y compre una P, y noto como se empalma. Entonces sonrío, pobre mortal, y me quedo a su lado. Cree que soy suya, pero es mi obra maestra. Me cuelo en su mente y me hago real por un rato. Jugamos, ¿sabrá él que esto es un juego?, y cuando está agotado, agarra el bolígrafo como si apretase fuerte el filo de las tijeras de la estantería, y escribe, desangrándose. Le regalo, disimuladamente, un abismo en forma de escote donde pueda lanzarse a mirar. Y me quedo a vivir un instante infinito en sus letras que son orgasmo.

Soy un hombre. Debería ir a hacerme una paja al retrete. Cumplir el guión. Cerrar el capítulo, el cuaderno, dejar el blanco de la página como un chiste soez que sólo tú entiendes, lo sé. Debería ser todo patético y melodramático. Perfecto. Pero yo soy sólo un hombre. Ya ni siquiera pregunto quién estaba escribiendo a quién.

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