Revista Cultura y Ocio

Mística de la enfermedad y de la salud

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Mística de la enfermedad y de la saludPedro Paricio Aucejo 

En la experiencia cotidiana, la enfermedad se percibe como una frustración de la fuerza vital natural que afecta a todos los seres humanos y supone un momento de crisis personal y tribulación existencial. Desde la perspectiva de la fe, esta no elimina la presencia de aquella, pero la transforma y la delimita dentro de un horizonte de ultimidad, de manera que la enfermedad ya no tiene la palabra definitiva. El tratamiento de la salud y de su alteración patológica tuvo una consideración especial en la abundantísima correspondencia epistolar de santa Teresa de Jesús.

Si la monja abulense mostró siempre una generosa actitud comunicativa, especialmente evidente en sus cartas, es lógico que la descalza castellana se sirviera de ellas para evaluar o revisar situaciones ligadas con la salud y la enfermedad. La lectura de su epistolario confirma que solo una cuarta parte de él ignora tratar este tema, lo cual supone que, en más de trescientas cartas, Teresa de Ahumada expresó su preocupación por la salud de sus destinatarios, de terceras personas conocidas o por la suya propia.

En este sentido, para Jerzy Nawojowski¹, lo primero que hay que señalar al respecto en el epistolario teresiano es que su manera de abordar inicialmente el tema se enmarcó dentro de la fórmula tradicional de la época a la hora de escribir una carta, reflejando la preocupación por la salud al comienzo de ella, en forma de pregunta o simple información (“Plega a su Majestad se sirva de dar tan presto salud a esos señores que no me vea yo tan lejos de vuestra señoría… Estoy buena, gloria a Dios”). Del mismo modo, al concluir la epístola, Teresa pedía información futura sobre la salud (“Siempre me avise de su salud…”) o la deseaba al destinatario en el momento de la despedida (“Yo estoy mejor de salud que suelo. Désela Dios a vuestra merced en el cuerpo y en el alma, como yo deseo, amén”).

Ahora bien, para este carmelita descalzo nacido en Polonia, si se hace un análisis más profundo de dichas cartas considerando el aspecto espiritual del proceder de la religiosa castellana en este tema, su epistolario podría aparecer como un registro en el que se transmiten indicios de sus experiencias místicas sobre la salud y la enfermedad. Aunque quedarían por dilucidar para futuros estudios cuestiones importantes –como la exacta determinación de la intensidad de dichas experiencias o si son vivencias que indican ya la plena unión con Dios–, se puede plantear ya –al menos– el valor que, desde la espiritualidad, presentan la salud y la enfermedad como realidades de la vida cotidiana abordadas místicamente.

Así sucede con el enfoque que del cuidado de la salud hace la carmelita universal en varias ocasiones. Una buena ilustración de ello es, sobre todo, el intercambio epistolar con su hermano Lorenzo, en el que queda patente la visión teresiana de que Dios no quiere, ni desea, nuestro malestar. En concreto, Teresa advierte a Lorenzo más de una vez que las penitencias excesivas pueden dañar la salud física e incluso le manda dormir lo suficiente (“Digo y aun mando que no sean menos de seis horas”).

Por propia experiencia, la Santa fue muy consciente de que las enfermedades y la falta de salud forman parte de la vida. Mientras que, por una parte, afirma que las enfermedades son como “las mercedes que el Señor me hace en darme lo que siempre le pido”, por otra, no deja ella misma de cuidarse e incluso se queja también y pierde la paciencia en aguantarlas (“Quitáronseme las cuartanas; mas la calentura nunca se quita, y así me purgo mañana. Estoy ya enfadada de verme tan perdida, que si no es a misa no salgo de un rincón, ni puedo”). De esta forma, Teresa no solo no concibe la enfermedad como un obstáculo en la misión que Dios exige de ella, sino que cree, si bien ya en su vejez, que con el descanso también puede servir al Señor. Está segura de que de tal manera responde igualmente a su gran amor (“Si Dios fuere servido, no andar ya más, que estoy muy vieja y cansada”).

En definitiva, en sus cartas, la vivencia de la enfermedad no aparece expresamente como una forma de expiación, ni como un estilo de vida que perciba los males corporales unidos a los sufrimientos de Cristo. Tampoco el Dios que revela Teresa en ellas tiene rasgos de un curandero que haga milagros. Se presenta, más bien, como el Señor de la salud y de la enfermedad (“Cuando el Señor ve que es menester para nuestro bien, da salud; cuando no, enfermedad. Sea por todo bendito”), que no se queda sordo ni ciego frente a esta, sino que, por el contrario, está siempre cercano al ser humano, de modo que se interesa por él y, además de crearlo y transformarlo, nunca lo abandona.


¹Cf. NAWOJOWSKI, Jerzy, “Cartas de Teresa de Jesús: mística de la vida cotidiana”, en eHumanista/Conversos, Journal of Iberian Studies, EE.UU., Departamento de español y portugués de la Universidad de California-Santa Bárbara, 2018, vol. 6, pp. 178-196 [http://www.ehumanista.ucsb.edu/conversos/6].

 

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