Y la tarde tiene pinta de explosivo, carne atenta masticando este atardecer…
La distancia poniéndose su traje de gala,
desvaneciendo los buenos momentos.
Le brillan los ojos ya a la nostalgia
y sabemos que esté sabor metálico en el paladar será lo que quede…
Al fuego le gritan las pócimas
de la mala suerte
y no hay viento.
La esperanza de las llamas
rota en una despedida.
Y para la vida sólo somos una estrella menos, pero al corazón le aúlla la agonía.
Las lágrimas, son nuestra forma de refugiarnos, de maldecir al veneno y comernos la boca.
Somos Molotov, armas cargadas,
ceniceros llenos de poemas y nuncas
que cometemos como infinito.
Las explosiones de rabial, la luz blanca de nacer y la negrura de la existencia.
Gargantas con inclinación a saturarse,
a comer cuerpos boca abajo
y rozar la arcada con la furia de mil erecciones.
A pesar de morir tantas veces en el intento,
follamos en canciones
y nos seguimos quemando.
La sensibilidad como arma de rotura,
de conexión, de aquelarre
y volver a encumbrar la revolución,
y volver a destrozar la duda.
Prender la mecha y escupir gasolina
a la boca del miedo.
Y si voy a arder, que sea de locura.
Morder esta piel llena de sal,
llevar al mar por el camino del exceso,
y que nos deje tantos pasos
que nunca volvamos
a llegar sin haber conocido el puto horizonte.
Fruta que cae traviesa
Por las comisuras de los labios…
Droga caliente, esperma en bucle…
Si no vas a reventar conmigo,
no te pienso llevar.
Ruedas de lengua de lija
Que convocan carreteras,
Amigos que convocan vicios…
Al final el atardecer ha implosionado
y nosotros somos la sombra de su última lluvia.
Road trip. “Viva México, cabrones”.
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