Revista Libros

Mondadori al habla*

Por Gfg
Mondadori al habla* He leído por ahí, no sé si es cierto, que tu primera experiencia en el mundo editorial consistió en trasladar el almacén de Tusquets. Y que lo hiciste a petición de tu tío Toni López de Lamadrid. Sí, es cierto. La editorial estaba en la calle Hospital militar de Barcelona, en el piso de Beatriz de Moura, pero cuando se les quedó pequeño decidieron trasladar las oficinas a la calle Iradier. Y necesitaban brazos, claro, brazos para acomodar los libros, que en esa época venían en paquetes, paquetes pequeños pero que pesaban como ladrillos. Toni nos llamó a Mariano Roca, un gran amigo, hoy gerente de Tusquets en Buenos Aires, y a mí. Cuando terminó el traslado seguí durante un tiempo ocupado en labores parecidas. ¿Recuerdas que antes los libreros anotaban el precio de los libros a lápiz en una esquina de la primera página? Pues cuando llegaban las devoluciones, había que borrarlo, ya que los precios variaban de año en año. Y a eso me dediqué durante una temporada, a borrar precios de los libros de Tusquets con una gomita. Un trabajo de chinos (ríe). En todo caso, yo no lo viví como una carga laboral sino como una suerte inmensa. Por aquel entonces tenía diecisiete años y mantenía una relación muy estrecha con mi tío Toni. A mí me gustaba la literatura y él me prestaba libros, incentivaba mi afición. Era un hombre muy generoso, muy paternal pese a no tener hijos. Pero bueno, lo del paternalismo es algo que nos viene de familia: los López de Lamadrid somos todos muy paternalistas. Y ya te quedaste en Tusquets. Sí. A los dieciocho años empecé las milicias, y entre la academia de infantería de Toledo y las prácticas de sargento al año siguiente, Toni y Beatriz me mandaron a París, a trabajar con el editor Christian Bourgois. Viví allí unos seis meses. Para aprender el oficio, se supone, aunque lo cierto es que no aprendí demasiado, entre otras razones porque mi nivel de francés era lamentable (ríe). Una vez terminado el servicio militar, ya de regreso en Barcelona, me incorporé a la editorial Tusquets, ahora sí en el departamento de edición y redacción. Tengo entendido que la colección Andanzas, una de las más veteranas del panorama español y seguramente la más reconocible visualmente, fue idea de tu tío. Es probable. Yo aún no trabajaba en Tusquets cuando la lanzaron al mercado. Lo que sí recuerdo es a mi tío comentando que el detonante de la idea, la génesis de Andanzas, fue la lectura de El factor humano, de Graham Greene, que publicó Argos Vergara en 1980. Hasta ese momento las colecciones de la editorial eran Ínfimos, Marginales, Sonrisa vertical, Acracia y alguna más. Colecciones estupendas todas, pero limitadas, de nicho. Tras la lectura de El factor humano decidieron que la editorial necesitaba una colección de vocación más amplia, mayoritaria, con un formato más grande. Recuerdo alguno de los primeros títulos, El valle del Issa de Milosz, El jardín de cemento de Ian McEwan… Costó arrancar, pero cuando lo hizo ya no dejó de crecer. Yo me incorporé en esa época, muy a principios de los ochenta, cuando Andanzas ya tenía cinco o seis títulos y empezaba a producirse la eclosión de la editorial y su transformación en una empresa solvente y de gran peso cultural. Recuerdo incluso el momento de inflexión. Fue con la publicación, el mismo año, de dos títulos que se convirtieron en estupendos fenómenos de venta: Hollywood Babilonia, de Kenneth Anger, y El amante, de Marguerite Duras. Estuviste allí hasta los veintinueve años. Sí. Después de diez años había que cambiar. Primero porque era una empresa familiar, y ya se sabe que llega un momento en que hay que salir del entorno familiar (aunque solo sea para poder volver más tarde), y segundo porque Beatriz se sobraba y se bastaba para seleccionar y contratar los autores. Tras salir de Tusquets me dediqué durante un tiempo a ganarme la vida traduciendo y escribiendo crítica literaria. Trabajé para El Observador y para Babelia, traduje a Tom Spanbauer, a Northop Frye… Creí que estos oficios me iban a gustar, pero lo cierto es que no fue así. Ni mi inglés era lo suficientemente bueno ni el rigor de mis lecturas lo suficientemente profundo como para evitar la sensación de extrañamiento. Me sentía casi, casi, como un pequeño impostor. Releídos esos trabajos ahora no me parecen tan malos, pero eso no compensa lo mal que lo pasé para llevarlos a buen puerto (ríe). ¿Y a continuación ya entras a trabajar en Mondadori? No. Primero, durante un tiempo, compaginé la traducción con el trabajo como freelance en Círculo de Lectores. En la época de Tusquets trabajábamos de cuando en cuando con Norbert Denkel, un diseñador alemán radicado en Barcelona que era el director de Arte de Círculo de Lectores. Gracias a él y a iniciativa de Hans Meinke, director general del club, Ignacio Echevarría y yo nos embarcamos en la creación y el desarrollo de Galaxia Gutenberg. Labores de edición y lo que hoy se conoce como servicios editoriales. Recuerdo preparar ediciones ilustradas con pintores como Alberto Gironella, que ilustró Bajo el Volcán, o maravillosas ediciones de, por ejemplo, El Criticón de Gracián, ilustrado por Antonio Saura. El nombre del Ignacio Echevarría ya ha aparecido un par de veces en la conversación… Ignacio Echevarría es, aparte de mi amigo del alma, Il miglior fabbro, que decía Dante. Es una persona de penetrante inteligencia, un estupendo crítico literario y el mejor técnico editorial que yo haya conocido. Educado por dos maestros como Norbert Denkel y Francisco Rico, ha llevado a cabo un trabajo memorable en el desarrollo de las Bibliotecas Universales y las Obras Completas, colecciones ambas de Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. Trabajamos juntos en Tusquets, trabajamos juntos para Círculo… es como un hermano, mi cuate. Llevamos vidas paralelas. Me decías que después de trabajar como freelance para Círculo de Lectores entraste en Mondadori. En ese tiempo todavía no formaba parte de Random House Mondadori, ¿verdad? No. Yo entré a trabajar en Grijalbo Mondadori, un grupo distinto, más pequeño. Me contrató Gonzalo Pontón, pero entré casi al mismo tiempo que otra persona, alguien que, como mi tío Toni, acabó siendo crucial en mi vida personal y profesional: Riccardo Cavallero. Llegó de Italia y capitaneó la fusión entre Grijalbo y Plaza Janés, esto es, entre Mondadori y Random House. Nuestra relación fue muy pronto más allá de lo profesional, hasta el punto de que hoy, tiempo después de que se volviera a trabajar a Italia, se sigue contando entre mis grandes amigos. Riccardo pasó por España como un torbellino. Llegó sin saber una palabra del idioma y se fue de vuelta al cabo de los años dejando una legión de amigos detrás de él. Toni y Riccardo han sido mis dos mentores en el mundo de la edición. ¿La integración fue difícil? Fue difícil, sí, como supongo que lo son todas las integraciones. Nerviosismo, gente que perdió su puesto de trabajo, conflictos y ajustes tanto aquí en España como en Latinoamérica, pero con el tiempo se demostró que la idea era buena. Hoy, a los diez años de la fusión, el grupo no solo goza de una buena salud financiera, que diría un tecnócrata, sino lo que es más importante, de un excelente clima de trabajo, y eso es mérito de todos los que trabajamos allí desde la fusión. Las siete personas que conformamos el comité directivo llevamos juntos muchos años, formamos un equipo en el que nos conocemos todos. Es una cohesión difícil de conseguir, y solo se logra capeando juntos todo tipo de situaciones. Y si me siento orgulloso de mis compañeros del comité directivo qué voy a contarte de aquellos con los que trabajo diariamente, los editores, los diseñadores, la gente de prensa… He tenido la fortuna o el buen ojo de saber rodearme siempre de las mejores que se pueden encontrar. Pero el sello Mondadori es la niña de tus ojos, ¿verdad? Sí, claro. En esa colección fue en la que volqué toda mi energía desde los primeros días en Grijalbo, en un momento, tampoco nos engañemos, en que era fácil crear un catálogo personal desde cero, entre otras cosas porque la competencia era escasa y dispersa. Literatura Mondadori se posicionó rápidamente como un sello de referencia en la literatura más nueva, y ahí sigue hoy, perfectamente consolidado y caminando firme bajo la batuta de Mónica Carmona, directora literaria del sello, que es compañera y amiga desde hace más de diez años. Hay algo que me llama la atención de tu currículum. Entre los sellos con los que trabajas en Random House Mondadori, se cuenta Lumen, fundado por Esther Tusquets, hermana de Óscar Tusquets, cofundador a su vez de la editorial donde empezaste. ¿Cómo afecta esta consanguineidad al negocio? ¿No crees que los editores de esta gran familia catalana compartís algunos tics profesionales? Puede que compartamos un cierto estilo, más que tics. A fin de cuentas, yo no soy familia de Esther Tusquets. Lo que sí es cierto es que los editores vivimos en un mundo muy reducido, un mundo pequeño en el que nos conocemos todos porque todos vamos a las mismas ferias y a los mismos cócteles, en el que todos nos peleamos por los mismos libros. Y más si cabe en Barcelona, que como bien sabes es el epicentro de la edición. Desde fuera se ve distinto, la gente cree que nos detestamos y que no dejamos de darnos puñaladas, pero lo cierto es que nos relacionamos mucho y generalmente bien. Piensa por ejemplo en el ya extinto Premio Lara, que durante varios años consiguió reunir en torno a una mesa a editores de todo pelaje y condición bajo el auspicio de Planeta, tradicionalmente “el enemigo”. No se me ocurren otros gremios en los que suceda algo semejante. Almacén, edición de texto, traducción, crítica… Entre unas cosas y otras, has ejercido casi todo lo que se puede ejercer en la industria. ¿Con cuál de todos esos trabajos te quedas? Sin lugar a dudas con el de editor, con acento en la e. Reivindico la edición de texto, que es algo que las nuevas generaciones han ido descuidando. Es una lástima, porque se trata de una parte fundamental de nuestro oficio. Eso es algo que aprendí y que le tengo que agradecer a Beatriz de Moura, que me hizo recorrer todas las áreas: selección de manuscritos, revisión de traducciones, el comité de lectura… Pero editar los textos, trabajar con el autor, o con la traducción, y encima hacerlo de forma anónima, sin dejar rastro de autoría. Es fascinante porque tocas la esencia misma de tu cometido: el editor trabaja para el autor, y no viceversa. ¿El oficio de editor ha cambiado mucho estos últimos años? Ha cambiado en el sentido que antes apuntaba. A los habituales cometidos de selección, edición, etcétera, de un tiempo a esta parte se le han añadido nuevas asignaturas. Hoy en día un editor no se limita a seleccionar un texto y prepararlo para la imprenta. Con la eclosión del mundo digital y las redes sociales, la distancia entre el creador y el lector casi ha desaparecido. Lo que queda entre uno y otro, los intermediarios, somos los que estamos en peligro si no cambiamos radicalmente de actitud. El editor es un prescriptor y tiene que saber que su futuro pasa por el diálogo directo con el consumidor final. La imagen clásica del editor como un intelectual ajeno al mundo y encerrado en su oficina rodeado de libros está muerta. Hoy en día un editor tiene que dar la cara y defender sus elecciones. Porque en un futuro muy cercano el editor va a ocupar el lugar que hasta ahora ocupaban las marcas de referencia. ¿No te animas a escribir un libro? Estoy seguro de que te lo publicarían. ¡Yo, me lo publicaría yo! (ríe). No, no tengo el más mínimo interés. A mí, además, lo que me gusta es leer. Al traerlos al mundo, los editores escribimos un poco todos los libros que publicamos; es el mejor oficio del mundo. Eso es mucho decir. ¿Del mundo entero? Para mí, desde luego. Y para más gente, por lo que parece. Es como si el trabajo de editor hubiera recuperado últimamente parte del glamour, del romanticismo que había perdido. No sabría decirte por qué, pero así es. Supongo que tendrá que ver con que es un oficio mucho más fácil que el de escritor. Antes la gente quería escribir, ahora parece que la vocación de editor gana enteros tras el progresivo bajón de la de disc jockey. Los cursos de postgrado y los masters de edición abundan, al tiempo que florecen incontables sellos independientes, como Libros del Asteroide, Blackie Books, Periférica o Alpha Decay, por citar solo algunos de los más amigos. Puede ser. Me da la impresión de que también hay una reacción contra el asunto digital, contra esa euforia tecnológica en la que ya llevamos instalados retóricamente bastante tiempo, y de que mucha gente quiere volver a un modelo artesanal, más pequeño y más cuidado. Yo lo que creo es que es precisamente gracias a la revolución digital que hoy pueden nacer sellos editoriales casi unipersonales. Solo hace falta un ordenador y una buena agenda de contactos para poder montar una editorial, que además puede ser portátil o estar radicada lejos de los centros de decisión. Ahí radica el cambio de paradigma. Tenemos el ejemplo de Jacobo Martínez de Irujo, sin ir más lejos, quien tras vender Siruela en el 2005 se instaló a vivir en el Ampurdán y desde allí fundó Atalanta con su mujer, Inka Martí. ¿Cómo? Con un ordenador, una conexión a internet y una agenda de contactos. El cambio de paradigma no se ha producido solo en el mundo editorial. Piensa por ejemplo en el cine: David Trueba ha rodado su última película en el extrarradio de la industria: dos actores, un espacio cerrado, una cámara y el mínimo equipo. O en la música: músicos que se graban en su casa, se filman con el iPhone, cuelgan la peliculita en Youtube y de ahí al estrellato. Son casos concretos, puntuales, pero hablan de una posibilidad que antes no existía. Te voy a plantear un problema clásico del oficio editorial. La catedral del mar, La conjura de los necios, Harry Potter y la piedra filosofal, El Ocho, Ulises, Cien años de soledad, El tercer policía, El código Da Vinci, Lolita y Los nombres del aire. ¿Cuál es el común denominador de todos estos libros? (Piensa) No lo sé, porque me descoloca un poco que incluyas La catedral del mar. Son superventas que fueron rechazados antes por muchos e insignes editores. Ah, pero es que ese no es el caso de La catedral del mar. No sé lo que habrás oído, porque mira que se han dicho estupideces sobre la génesis de ese libro, entre ellas que lo escribió un equipo de negros. Te puedo asegurar que eso no es cierto. De hecho, La catedral constituye un ejemplo modélico de colaboración y trabajo entre el autor y su editora. ¿Y los demás? Porque la de que fueron rechazados es quizá una leyenda que se cuenta de todos los bestsellers y luego resulta que no ocurre. Los periodistas ya sabes cómo somos. No, pero sí ocurre. El Ulises fue rechazado por Leonard y Virginia Woolf, nada menos. Y estoy seguro de que varios de los ejemplos que citas también. Te puedo asegurar que Harry Potter pasó por la mesa de todos los editores de España, la nuestra incluida, y se nos pasó. Y no es que quiera hablar solo de Salamandra, pero el siguiente gran ejemplo también es de ellos: El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson. También pasó por la mesa de muchos de los editores de España. Así que ocurre hasta en las mejores familias. Claro. Recibes tal cantidad de manuscritos que es imposible que no se te escapen. Y te llegan otros, como el de Jonasson, escritos en idiomas que ni tú ni nadie de tu equipo conoce. Pero no me justifico. Es algo que sucede y que va a seguir sucediendo. Se nos pasarán manuscritos, rechazaremos libros o apostaremos por el título equivocado. Pero eso no es lo que más me preocupa. Me inquietaría mucho más que no contaran con nosotros a la hora de pasar oferta por un libro. El ninguneo. Durante la feria Frankfurt, por ejemplo, se habló mucho de un libro, que subió y subió de precio hasta un punto en el que decidimos retirarnos. Pero lo hemos decidido, que es lo importante. Quizá hayamos acertado, quizá nos hayamos equivocado y el libro luego se venda como churros. Pero lo grave hubiera sido que ni siquiera nos hubiéramos enterado de su existencia. Un editor francés, Olivier Cohen, dijo aquello tan famoso de que “un editor no debe ser juzgado por los buenos libros que no editó, sino por los malos que publicó”. Me imagino que es algo más fácil de decir cuando editas menos libros, pero estando en Random… No creas. En el fondo nosotros no editamos tantos libros. En Random dirijo la llamada división literaria, formada por los sellos Debate, Lumen, Mondadori y Caballo de Troya. Debate y Lumen, por ejemplo, publican treinta y cinco títulos al año cada uno. Caballo apenas diez. Mondadori un poco más porque tiene Reservoir Books, pero también ha reducido el volumen. El mercado no puede absorber tantos títulos, y en los dos últimos años los hemos reducido entre un quince y un veinte por ciento. Mi objetivo es mantener la facturación poniendo menos libros en el mercado. Cosa, como te podrás imaginar, harto complicada. ¿Dónde se nota más la caída del mercado? En todas partes, pero de forma más acusada en la edición de bolsillo. Que en principio parece la oferta más preparada para resistir la crisis, ¿verdad? Pues no. La recesión afecta más precisamente a los compradores habituales de bolsillo. Y es un problema más grave de lo que parece, porque el bolsillo constituye el fondo de las editoriales. Por eso tenemos puestas las esperanzas en la digitalización. Con el tiempo, este mismo fondo ya no será de bolsillo, sino digital. En todo caso, el negocio no va mal del todo. Si consulto la lista de los diez libros más vendidos día de hoy me encuentro con que cinco son de sellos de Random House Mondadori. No, a Radom en concreto no le va mal. Piensa que ahora tenemos a Ken Follet con El invierno del mundo y a Javier Cercas con Las leyes de la frontera, que son dos pesos pesados. Pero sobre todo piensa que mis colegas de la división comercial publicaron antes de verano los tres tomos de Cincuenta sombras de Grey, de E. L. James, un fenómeno editorial de enorme impacto y a nivel internacional. Si nosotros vendemos dos millones de ejemplares, por ejemplo, en Reino Unido ya han vendido veinticuatro millones en el mismo tiempo. ¡Eso es uno de cada tres británicos! Es algo descomunal. Una de esas cosas que pasan una vez en la vida, sin saber muy bien cómo. Mis números, los números de mi división no se pueden ni comparar con los números de los sellos Plaza y Grijalbo. Pero la convivencia de sellos es muy buena, ya que gracias al éxito de algunos de sus títulos, nosotros podemos invertir en el descubrimiento de nuevos talentos. Nos vamos a poner un rato en la piel del autor. He oído a Beatriz de Moura reivindicar una cosa llamada “el montón”, que son “los libros que llegan a una editorial sin recomendación alguna”, para decir que del suyo, de su montón en Tusquets, salió Luis Landero, por ejemplo, con Juegos de la edad tardía. ¿Se sigue echando mano a ciegas de este montón? A ciegas, no. Llegan muchos manuscritos; se miran y muchos se leen; pero pocos, poquísimos, pasan los filtros pertinentes y finalmente se publican. La época de la que habla Beatriz, la de Luis Landero, era otra, pero tampoco se descubrieron muchos libros del montón. Sí, es cierto. Juegos de la edad tardía, que leyó y recomendó Ignacio Echevarría, era un manuscrito que había llegado de forma anónima a la editorial. Por cierto, aún recuerdo que el manuscrito de Landero que llegó a la editorial llevaba por título Faroni en su siglo. Beatriz le sugirió el cambio. Hoy seguimos trabajando con autores que no tienen agente literario, pero cada vez son menos. Si quieres publicar una novela, enviarla directamente a una editorial no es la mejor idea. A eso voy. Imagina a un autor joven, inédito, desconocido y con apellidos vulgares, que ha escrito una novela y quiere publicarla. ¿Le recomendarías que enviase su manuscrito a las editoriales… (Niega con la cabeza) o que intentase antes conseguir un padrino que pudiera poner unas palabras por él? Que intente conseguir un padrino. Que intente recabar la opinión favorable de dos o tres personas que le sirvan de carta de presentación. O que escriba una primera página fascinante. En la Escuela de Letras te enseñan que las editoriales solo se leen la primera página de los manuscritos. (Ríe) La primera no, pero tres sí. Yo creo y afirmo, sin miedo equivocarme, que es muy fácil descartar un libro en tres páginas. La gran mayoría de los que llegan a las editoriales se caen, se derrumban antes siquiera de arrancar. Lo complicado es saber si un manuscrito es lo suficientemente bueno como para publicarlo. Sucede también que el libro arranca bien, lo que te obliga a seguir y seguir leyendo para darte cuenta a las ciento veinte páginas de que no funciona. Pero eso es algo que también está cambiando. Los escritores noveles cada vez disponen de más herramientas para autopublicarse. Son los autores consagrados los que tienen que mantener un nivel de calidad y de cumplimiento de expectativa para poder seguir publicando en las condiciones en que lo venían haciendo. Lo he oído. Elvira Lindo nos comentó cuando la entrevistamos que hay que tener coraje para escribir, porque un día “vas a hacer un libro bueno, otro uno regular y otro uno que esté medio bien”, y hay que saber aguantar que en algunas ocasiones “te hagan mucho caso” y en otras, ninguno. Claro. Yo ahora tengo entre manos el manuscrito de un autor consagrado que no voy a publicar, porque no me convence. Así de fácil. Es un autor tan reconocido y un libro tan arriesgado que si se tratara de un autor de la casa, de uno con quien trabajamos habitualmente, tal vez lo publicaríamos. Pero empezar con él precisamente con este libro, pues no, porque no aportaría nada nuevo a nuestro catálogo. Si se tratara de un autor novel siempre podría recurrir a la autoedición, pero si eres un autor consagrado tomar la decisión de dar ese paso te va a costar mucho más porque necesariamente lo verás como un retroceso en tu carrera. Tengo un amigo, un escritor joven llamado Matías Candeira, que cuando le preguntan por la dificultad de publicar siendo primerizo suele responder lo mismo: “Publicar no tiene que ser sencillo”. No sé si estás de acuerdo. (Piensa) Pues no sé qué decirte, la verdad. Si el libro es bueno, no tendría por qué ser así. No debería ser así. A la hora de contratar un libro entran en juego muchos factores. Se rechazan manuscritos con gran dolor, libros buenos que no encajan con tu catálogo. Rechazas a autores consagrados porque ya tienes el número suficiente con el mismo perfil, o porque no podrías publicarlos hasta al cabo de mucho tiempo… El timing, el equilibrio, los recursos, la oportunidad son factores que hay que tener muy en cuenta a la hora de programar. Del mismo modo que no puedes programar a Philip Roth y a Salman Rushdie el mismo mes, tampoco podrías publicar juntos a Rodrigo Fresán y Jordi Soler porque se estorbarían. O sea, que la primera lección del editor sería que el libro no es un valor absoluto. Exacto. Hay que tener en cuenta la ocasión, la oportunidad, la relación que mantenga con el resto de la oferta, etcétera. Y el sello, que es muy importante. Lo peor que le puede pasar a un libro es aparecer en el sello equivocado. Hay autores grandes que funcionan por sí solos, pero los jóvenes dependen mucho del catálogo en el que se les publica y del momento en el que salgan. Esa es quizá la parte más difícil, y más deficiente, del trabajo de editor, aunque te digo algo: también es una de las más fascinantes. Hablando del valor añadido del libro; Rafael Díaz, cofundador de la editorial Valdemar, nos contó que en el momento en el que se pusieron de moda los autores jóvenes empezaron a llegarles originales acompañado de una foto, para que en la editorial vieran que era joven. ¿Es la juventud un valor a la hora de publicar? Lo es. Como también lo es, sí, la apariencia. Hasta tiene un adjetivo: promotable. Los agentes te mandan autores y te dicen que se trata de escritores promotables, promocionables. Quiere decir que tienen un look vendible. Chicos jóvenes, gente guapa, todo eso. Da un poco de vergüenza, lo sé, pero es un reclamo al que se sigue recurriendo para vender a un autor. Me acuerdo del boom de La soledad de los número primos, de Paolo Giordano. Había artículos en los que solo se hablaba de que el autor era un físico laureado, muy joven y además guapísimo. Claro. Es que un autor con empatía ayuda mucho. La promoción es algo importantísimo, y si tienes un autor carismático, has recorrido una parte importante del camino. Del mismo modo te encuentras con autores muy antipáticos, lo que no ayuda para nada. Los hay de todo tipo, divos, fóbicos y otros directamente insoportables. Y lo peor de todo es que tienes que aceptarlos tal como son, y regañarlos si viene al caso, sí, porque esto de la edición también tiene un componente de baby sitting. Yo he viajado por todo el mundo con muchos autores, los he acompañado en sus giras de promoción, y me considero afortunado de haber podido compartir mi tiempo con António Lobo Antunes, Orhan Pamuk, Javier Cercas o Alejandro Jodorovsky, pero te puedo asegurar que más de una vez me han entrado ganas de levantarme de una mesa y dirigirme al aeropuerto para no tener que seguir aguantando las excentricidades de un autor. Y si no que le pregunten a las encargadas de la prensa. Ellas sí que tienen que aguantar situaciones inauditas. Tuve un profesor que decía que para que una película funcione en taquilla la productora debe invertir la mitad del presupuesto en producción y la otra mitad en la promoción. ¿Funcionan estos porcentajes también para un libro? Lamentablemente no sucede lo mismo. No disponemos de tanto dinero para gastar en promoción (ríe). Y es un problema, porque con el tsunami de oferta que sacan las editoriales, la mayoría de los libros pasan desapercibidos. Si no haces nada para distinguirlos, no es que estén muertos, pero casi. Por desgracia, el negocio editorial es demasiado pequeño como para apoyar todos los libros con los mismos recursos. Ni siquiera las grandes. Por eso en el sector hablamos de libros A y de libros B. Libros A son los que tienen destinado un presupuesto para una campaña en prensa, de márketing, etcétera. Los Libros B son los que se van a trabajar solo en prensa. La clasificación, claro está, depende de las expectativas de venta, de la tirada prevista, vamos. La reducción del número de novedades se hizo también pensando en esta escasez de recursos. La idea es publicar menos libros para poder hacer más caso a todos y cada uno de ellos. Cambiando de tercio, Claudio. ¿Cuántas veces te han preguntado ya por el desafío del libro digital? Muchas, claro, pero a estas alturas el libro digital ya no es un desafío, es una realidad. O bueno, sí, es verdad, sigue siendo un desafío, el gran desafío que afronta el mundo de la edición. Yo soy un defensor a ultranza del libro digital. Defiendo la convivencia del físico con el papel, claro, pero también creo que a pesar de todos sus riesgos, de las cosas que estamos haciendo mal, la conversión digital es un imperativo en el futuro de la edición. Es más; creo que es la salvación de la literatura. ¿Tanto? Tanto. Me explico: piensa en fondos como el de Lumen o Mondadori, por ejemplo, con títulos de novedad de los que vendes, no sé, ochocientos o novecientos ejemplares. ¿Qué perspectiva de futuro tienen? Ninguna. Y eso no va a mejorar, porque los libros son carísimos y porque las ventas están cada día más fragmentadas. Así que esos títulos dejan de salir al mercado. Otro ejemplo: ¿cuántas veces has querido conseguir un libro, pero no puedes porque ya no está en las librerías porque se ha descatalogado? Pasa con muchos, con muchísimos libros, que se agotan y no se reimprimen porque la perspectiva de venta de esas reimpresiones no justifica en absoluto la inversión en papel. ¿Y con respecto a las novedades? También. La novedad debería seguir funcionando en papel, como es lógico, pero el digital le dará un gran valor añadido porque con el tiempo los libros podrán llegar al rincón más alejado del mundo. Piensa en Bolivia, por poner un ejemplo. Es un país demasiado lejano y demasiado pequeño como para enviar una remesa limitada de ejemplares de un determinado título, incluso cuando se trata de un lanzamiento. Y no te quiero ni contar sobre hacer una edición local allí. Así que no enviamos nada, o solo enviamos lo que nos piden a través de un distribuidor, que tarda un mes en llegar y además llega a un precio prohibitivo. Y es probable que haya diez, o cincuenta o cien lectores para muchos de nuestros títulos a los que hoy, sin embargo, no logramos abastecer convenientemente. Eso cambiará con el libro digital. Yo imagino un futuro en el que se harán tiradas muy ajustadas en papel y en paralelo la edición en formato digital, bastante más barata y siempre accesible al público. Es en ese sentido en el que creo que el libro digital será la salvación de los fondos literarios. Si accedo con mi móvil a la tienda Android Market, ahora llamada Google Play, lo primero que me encuentro es un catálogo de libros “a menos de cinco euros”. Es justo decir que los que valen menos de cinco euros son libros más bien antiguos, en plan Utopía de Tomás Moro y cosas así. ¿Qué porcentaje de esos cinco euros crees que recibe el autor? De los que están libres de derechos, como Tomás Moro, ninguno (ríe). El digital afronta hoy dos grandes retos, a su vez muy relacionadas entre sí. El primero es solucionar el problema de la piratería y el segundo el pricing, dar con el precio al que hay que vender los libros digitales. En muchas ocasiones no se sabe a qué precio debe venderse un libro digital para que funcione, o ni siquiera cuál es su precio real de mercado. Es la queja de muchos lectores, que los libros son muy caros. Y es uno de los argumentos que se dan para justificar la piratería, junto al de que muchos títulos no están legalmente en la red. Las dos son buenas razones. Por eso, en mi opinión, las estrategias para acabar con la piratería son dos: resultar accesibles, por una parte, y tener precios “justos” por la otra. Imagino que el problema es que no se pueden bajar los precios todo lo que uno quiera. Para empezar, hay que conseguir que una serie de personas consigan vivir de la literatura, cosa que cada día es más complicada. Exacto. Creo que con el tiempo, y esto es una suposición personal, el precio de la novedad digital se acabará fijando en torno a los nueve o diez euros, más o menos. Como también creo que el reparto de royalties variará, porque el actual habrá quedado desfasado. El reparto actual, en torno al 25% sobre el precio neto, es un estándar internacional, y todos los contratos llevan una cláusula de revisión a corto plazo. Pero el precio, por cierto, no depende en muchos casos de las editoriales. El del precio —para muchos, abusivo— del libro digital es uno de los sambenitos que nos cuelgan a los editores, aunque ya que me das la oportunidad, lo aclaro. Son los agentes literarios los que en muchos casos nos obligan a nosotros, y no al revés, a elevar el precio del digital y firmar esos precios. La mayoría de esos contratos de agencia exigen que el precio digital no pueda ser inferior al treinta o cuarenta por ciento del precio de tapa. Hay quienes creen que es la forma de preservar la industria tradicional en papel, sin caer en la cuenta de que esta práctica a todas luces abusiva es la que muchas veces lleva a descargar ilegalmente esos contenidos de la red. Si en Amazon le dan al autor un 80% creo que los editores merecen un castigo: han abusado de los autores toda la vida”. Esto nos lo dijo Alfonso Ussía. Y mucha gente dice cosas parecidas, en bastantes casos porque no tienen ni idea de lo que hablan. Para empezar, comparando el trabajo de Amazon con el de las editoriales así, sin más. Piensa en la labor de márketing, de posicionamiento y de promoción, por ejemplo. En el almacenaje, en el transporte… O simplemente en el producto; es mucho más simple editar y distribuir un libro digital que uno en papel, y por tanto más barato. El mundo físico y el mundo digital tienen leyes distintas, distintas cargas. Es difícil triunfar en Amazon, pero hay autores que lo han conseguido. Son autores que han sabido jugar bien sus cartas, que se han arriesgado y lo han hecho bien, apostando con los precios bajos y trabajando muy bien todo el tema de la comunicación. Juan Gómez-Jurado es un caso claro de autor que ha jugado bien sus cartas en el mundo digital. Lorenzo Silva o Paloma Bravo, a diferente escala y con diferentes objetivos, también. Pero no olvides que estos autores que triunfan en la red aspiran a repetir el éxito en el mundo tradicional del libro físico, y allí las leyes son totalmente distintas. No se puede tener un agente, pedir un adelanto estupendo, llegar a una editorial, exigir una campaña a medida, un lanzamiento toda la promoción y luego decir “vale, pero quiero las mismas condiciones que me daría Amazon”. Pero la mala fama está en boca de todos. Hace unas semanas entrevistamos precisamente a Juan Gómez Jurado, y nos decía que “los márgenes de beneficio de la industria cultural no son justos para el creador”. Sí, leí la entrevista. Igual que antes te decía que Juan había sido muy listo a la hora de ingeniar una estrategia personal de venta digital, una estrategia arriesgada con el precio, valiente y novedosa, hay declaraciones en esa entrevista que entran de lleno en la demagogia, porque no creo que fueran de mala fe. Allí escribe, por ejemplo, y cito, que “la editorial, sobre esos 22 euros que cuesta el libro, se lleva más o menos siete euros de beneficio”. Es falso y él debería saberlo, puesto que también publica en editoriales tradicionales. Te resumo las cuentas reales: el autor se queda un diez por ciento del PVP, mientras que la editorial se queda entre un seis y un diez por ciento del precio neto. Para que nos entendamos: de los 22 euros hay que quitar el cuarenta por ciento que se lleva el canal de distribución, lo que hace que una venta neta de 13,2. El beneficio que obtiene la editorial de esta cantidad oscila entre un seis y un diez por ciento. Un euro, pues, uno y medio en el mejor de los casos. ¿Qué fama vamos a tener los editores cuando se envían mensajes como este? Y más triste que esos mensajes los lance alguien como Gómez Jurado, que tiene cien mil seguidores en Twitter, y en consecuencia una responsabilidad con las declaraciones que hace. Se manipula la información para mantener una imagen de progresismo. Me gustaría saber lo que piensan de sus declaraciones sus editores de Planeta. Sigo con la batería. Hernán Casciari, que un día se enfadó y abandonó los sellos de Random House Mondadori con los que publicaba (Plaza & Janes, Grijalbo y Sudamericana) y renunció a seguir escribiendo en El País y La Nación, ha dicho que “la famosa crisis de la industria, de la que tanto se habla, no es económica, sino que más bien es moral: es una crisis de codicia”. ¿Cómo lleváis los editores este papel de supervillanos que muchas veces se os atribuye? Pues hombre… (ríe). En su día Casciari afirmó que dejaba los sellos de la casa porque le habían tocado el estilo, y que dejaba El País porque la entrada de publicidad variaba el formato de sus entradas sin previo aviso. Son dos buenas razones para hacer lo que hizo. No sé dónde ve la gente la codicia de los editores, el oro de la industria. No nos veo paseando en yate o rodeados de secretarias, haciéndonos ricos con el sudor de los escritores. Me parece que nuestro trabajo es esencialmente vocacional, y que si quisiéramos ganar dinero estaríamos trabajando en otra industria. Lo que ha hecho Casciari, a fin de cuentas, es convertirse en editor. Con una fórmula novedosa, vale, pero no por eso más o menos amoral. Y le ha ido bien, es algo de lo que puede presumir y de lo que yo me alegro. Pero de ahí a que el resto nos movamos por codicia… Si nos moviésemos por codicia, créeme, no estaríamos en el negocio de los libros. A mí lo que me llama la atención es la visceralidad con que solemos tratar este debate. La propia exministra de Cultura, Ángeles González Sinde, lo denominó “una guerra de religiones” cuando pasó por Jot Down. Y Diego Manrique nos dijo que “en ese tema, digas lo que digas, te van a dar de hostias”. Sí, es un debate muy enconado. Sobre todo el de la piratería. Y creo que parte de esta crispación, por llamarla así, empieza por la terminología, que en muchos casos no se ajusta a la realidad. No creo que esto sea un debate entre defensores de la piratería y defensores de la propiedad intelectual. Creo que por un lado están los que defienden el libre intercambio, la cultura libre, etcétera, y en el otro aquellos que defienden el derecho de los autores a no tener que regalar su obra si no quieren hacerlo. Lo que está claro, o al menos esa es mi impresión, es que lo segundo está mucho peor visto que lo primero. Te voy a contar una anécdota personal sobre esta confusión de conceptos de la que hablas, a ver qué piensas tú. En la gala de los premios Goya de 2011 una serie de activistas contrarios a la Ley Sinde organizaron la denominada “Operación Goya” frente a la entrada al evento en el Teatro Real. Unos días antes de eso, uno de los organizadores contactó conmigo para pedirme ayuda y que contribuyese a publicitar la convocatoria. En el e-mail que me envió, decía que había que “acabar con la censura de quienes quieren cobrarnos ilegítimamente por el entretenimiento”. Son los mismos que luego filtraron a la prensa los números de teléfono de toda una serie de gente contraria a sus ideas, cuyos familiares empezaron a recibir amenazas telefónicas. Es a lo que lleva el desconocimiento de la cuestión. A hablar de “censura”, a hablar de “cobrar ilegítimamente”, a confundir el entretenimiento con la cultura… Y a afirmar que porque Alejandro Sanz no quiera regalar su música en Internet es una especie de monstruo, ya desde el punto de vista ético. A mí también me gusta mucho la idea de que los libros y las películas sean gratis, claro, y creo que hay que experimentar y arriesgar, regalar incluso muchas veces. Pero creo que son los propios creadores los que tienen que elegir lo que quieren hacer con sus propias creaciones. No quiero decir con esto que esté de acuerdo con la legislación, ojo, ni que conozca la solución al problema, pero el debate sobre la propiedad intelectual es completamente necesario. Yo apuesto por la educación, ya que este es un problema de fondo. Yo tengo dos hijos, de veinticuatro y dieciséis años, y es complicadísimo convencerlos de que uno no puede estar todo el día descargando contenido gratis de la red. No lo entienden. *** Acabamos de saber que Random House se va a fusionar con Penguin y que este acuerdo, según The New York Times, “consolidará la posición de Random House como el mayor editor de libros de consumo del mundo angloparlante”. ¿No te da vértigo? No, nada. En primer lugar porque es un movimiento que a nosotros apenas si nos afecta. Penguin no opera en España, por lo que aquí no hay nada que fusionar. Por otro lado, a nadie se le esconde el motivo fundamental del merge. Se trata de unir fuerzas para poder competir o, como mínimo, plantar cara a los grandes players digitales, Amazon, Apple y Google. Creo que seguirá habiendo movimientos en esta dirección pero no sé si ya es demasiado tarde. A veces pienso que el mundo editorial se ha dormido en los laureles, que ya ha perdido la batalla contra esas megacorporaciones sin apenas haber opuesto resistencia. Luchan las unas contra las otras, y en esa lucha se llevan por delante todo lo que se cruza en su camino, ya sean pequeñas librerías, diversidad cultural o propuestas diferenciadas. Yo adoro la experiencia de compra de Amazon, el one click, su algoritmo, la limpieza, facilidad y amplitud de su catálogo. Pero una cosa es el e-commerce y otra muy distinta la voracidad exclusivista de su propuesta. Cuanto más unidos estemos los editores mejor nos irá. Y más novedades. Random House Mondadori, la división hispanohablante de Random House, perderá la denominación Mondadori. Berltersmann ha comprado el 100% de la división, cuando antes tenía el 50%, y se dice que dentro de poco seréis Penguin Random House. ¿Qué podemos esperar a partir de ahora de vosotros en el mundo hispanoparlante? La adquisición del 100% de Random House Mondadori por parte de Bertlesman se entiende en el contexto que acabo de explicar. Random House quiere expandirse en mercados que ellos consideran estratégicos: China, India… y Latinoamérica, Brasil incluido. Mondadori, en cambio centra su estrategia futura en el mercado interno y en el desarrollo de un proyecto digital global. No ha habido desentendimiento ni ruptura. La Feria del Libro de Guadalajara, en México, es ya la más grande en presencia editorial del mundo, y la de Buenos Aires es la más grande en asistentes. ¿Esto es algo bueno para España, es algo malo o es algo que no hay que valorar, como la ley de la gravedad? No es ni bueno ni malo, como dices. La feria de Guadalajara es una feria muy interesante pero de momento interesante solo para los editores de lengua española. A nivel de negocio te diría que sigue estando muy por detrás de la de Londres y, sobre todo, de la de Frankfurt, que en el fondo es la única feria imprescindible del año. ¿Quién se interesa más por quién, España por Hispanoamérica o Hispanoamérica por España? Por muchos que ellos digan, nos interesamos nosotros más por ellos que ellos por nosotros. Yo publico a mucho autor latinoamericano, y sin embargo en Latinoamérica es complicado publicar a autores españoles. Marsé, Cercas… cuesta muchísimo venderlos allí. Excepto unos pocos elegidos como Vila Matas o Pérez Reverte, los autores españoles tienen mucha menos presencia de la que tienen sus compatriotas aquí. Lo curioso es que ellos mantienen lo contrario. A ti que conoces a muchos autores, te pregunto. ¿Quién crees que sobrevivirá en el recuerdo? ¿Quién de nuestros coetáneos seguirá vendiendo libros dentro de tres, cuatro o cinco siglos? ¿O quién, al menos, merecería hacerlo? Mis escritores favoritos, cada uno en su estilo, son Juan Marsé y Rafael Sánchez Ferlosio. Y Javier Marías, sin duda, pervivirá también. A lo mejor son apuestas muy personales, ¿eh? Hace tiempo, cada vez que Marsé sacaba un libro nuevo sentía la necesidad de conseguirlo, en muchas ocasiones el mismo día en que se ponía a la venta. Ahora no, claro, porque los edito yo (ríe). Es algo que también me pasó durante una temporada con Eduardo Mendoza. Por eso siempre digo que tengo el mejor trabajo del mundo. Llegar una mañana a tu despacho y encontrarte con un manuscrito de Marsé es algo impagable. Imagino que en tu mente también ha cambiado un poco el concepto de la literatura. Para ti el libro no es un algo absoluto y acabado, sino un producto maleable. Exacto. Algo que puedes tocar, cambiar y transformar, o intentarlo, en algo mejor. Por eso insisto en lo que te decía al principio: tengo el mejor trabajo del mundo.
* Entrevista de Jot Down a Claudio de la Madrid, editor de Mondadori.

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