Revista Coaching

Monólogo de una mujer moderna

Por Junito @junito1977

10.09.2014 17:14

¡Buenas noches queridas seductoras! Y digo que son buenas por pura cortesía, porque de buenas tienen bastante poco. A las 10 de esta noche de miércoles estoy tan cansada que no soy capaz de moverme del sofá ni para hacerme la cena, ni para darme una ducha, ni para nada de nada. Imagino que nos pasará a todas más o menos lo mismo: empezamos la semana con muchas ganas y mucha energía y pensando "esta semana me la como yo con patatas desde el lunes hasta el viernes, esta sí", pero cuando llega el jueves y el despertador no deja de sonar como una metralleta "ratatatá, ratatatá, ratatatá", yo, al menos, de lo único que tengo ganas es de cogerlo y estamparlo contra la pared. Bueno, me dan ganas de eso, de seguir durmiendo y de quedarme en casa cocinando, escuchando música, cantando, paseando al perro (que si tuviera tiempo lo tendría); lo que sea menos salir de casa, meter primera y poner el cerebro a funcionar.

Monólogo de una mujer moderna

¿Y es que a mí me gustaría saber quién fue la bruja imbécil, la madre de todas las feministas, que tuvo la grandiosa idea de reivindicar los derechos de la mujer, y por qué hizo eso con nosotras, que nacimos después de ella? Así dicho esto puede parecer una ida de pelota de una loca poco sensata, pero os lo explico. La época de nuestras abuelas: ellas se pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus amigas, decorando la casa, podando árboles, plantando flores, recogiendo legumbres de las huertas y educando a sus hijos. ¡Ojo! Educando a sus hijos, porque lo que hacemos las mujeres de hoy día es parir hijos, porque a educarlos no nos da mucho tiempo. En la era de nuestras madres la cosa se puso mejor, porque llego el teléfono, las telenovelas, la píldora, la tarjeta de crédito. Nota mental: ¿no sé qué invento es mejor si la píldora o la tarjeta de crédito? ¿Cuál puede producir mayor placer? Fin de la nota mental. Y nosotras, ¡nosotras ahora tenemos internet! ¿Pero veis cuántas horas de paz nos estamos perdiendo por culpa de una descerebrada a la que por lo visto no le gustaba el corpiño, ni dedicarse al hogar y que vino a contaminar a otras rebeldes con ideas raras sobre " vamos a conquistar nuestro espacio"?

¿Pero qué espacio ni que leches? ¡Si ya teníamos la casa entera! Y si se nos quedaba pequeña en algún momento, todo el barrio era nuestro. Las mujeres se juntaban a hablar de sus cosas en la carnicería, la verdulería o la peluquería y regresaban a sus casas a seguir siendo las reinas. Sí, ya sé que estaréis pensando " vaya vida de marujonas". Pues perdonar que os diga pero no es ni más ni menos que lo mismo que hacemos ahora sólo que decimos que " nos vamos de shopping con las amigas". Nuestras casas antes eran eso, nuestras, única y exclusivamente. El sofá se ponía dónde nosotras decíamos y ni un vaso se movía sin que se nos pidiera permiso. Anda que no vi yo veces en casa de mi abuela entrar a mi abuelo en la cocina, coger un vaso y oír a mi yaya " ¡yeeeeeee!"; y mi abu decir " es que tengo sed"; " ¡aaaahhhh!" era la respuesta. Y ni mil palabras más hacían falta. Ahora compartimos la hipoteca o el alquiler con nuestros churris, y vamos a IKEA a comprarnos nuestro comedor todo cuqui. Como somos modernas nos llevamos al churri a la compra, pero por educación (y porque no hay más cojones) y entonces le preguntamos " Cari ¿cómo te gusta más en cerezo o en vengué?" Respuesta del Cari: " ¿Eso es marrón claro o marrón oscuro? Como a ti más te guste". Y tú te sientes toda triunfadora porque piensas que ya eres la reina de tu casa porque has conseguido de manera inteligente comprar tu comedor vengué. La sorpresa te la llevas cuando, después de pasaros todo el fin de semana montando muebles y tras conseguir que las estanterías queden estables aunque hayan sobrado más de la mitad de los tornillos, el señor Cari aparece con el póster que tiene desde los 16 años de Homer Simpson bebiendo cerveza para colocarlo encima del sofá... y tú te tragas el jodido poster, porque somos iguales y modernas ¿no?

¡Nosotras antes teníamos el mundo a nuestros pies! Y teníamos el dominio completo sobre los hombres; ellos dependían de nosotras para comer, vestirse, administrar la casa... En mi casa era muy normal ver a mi padre delante del armario con las dos puertas abiertas de par en par y gritar eso de " Nena, ¿Qué camisa me pongo hoy?" " Pero si tienes docena y media colgadas y la mama te las compra todas para que combinen perfectamente con los ocho pares de pantalones" ¿Y ahora? ¿Dónde carajos están los hombres, dónde? Ahora ellos están confundidos, no saben qué papel desempeñan en la sociedad y huyen de nosotras como el diablo de la cruz, les damos miedo, tanta independencia acabó por hacerlos huir y a nosotras se nos ha lanzado dentro del calabozo de la soltería crónica aguda. Antiguamente los matrimonios duraban para siempre. Vale, a mí también me entran picores sólo de pensar en estar 40 años con el mismo troglodita, pero pensándolo fríamente, más vale los malo conocido que lo que no existe por conocer. Además, ahora si te divorcias como te pongas tonta y ganes más que tu ex hasta tienes que mantenerlo al muy cretino. ¿Por qué, la liberación femenina? No veíamos que esto no iba a terminar bien.

Yo no aguanto más ser obligada al ritual diario de estar delgada como una escoba, pero con dos buenas tetas y un trasero durito, para lo cual tengo que matarme en el gimnasio, además de morirme de hambre. Ponerme hidratantes y antiarrugas por todo el cuerpo hasta el punto que si choco contra la pared no me estampo contra ella porque resbalo. Bebo tanta agua al día que parece que tenga el síndrome del radiador viejo. Me tengo que maquillar impecablemente cada mañana desde la frente al escote, tener el pelo perfecto y no atrasarme ni con el tinte y ni con las mechas, que las canas son peor que la lepra. Elegir bien la ropa, los zapatos y los accesorios, no sea que no esté presentable para esa reunión de trabajo con mis superjefes y chachicompis (todos hombres, por supuesto). Me paso el día resolviendo la mitad de las cosas por el móvil, frente al ordenador trabajando como una esclava (moderna, eso sí) y resolviendo problemas uno detrás de otro, ¡que además ni son mis problemas! Y salir con los ojos rojos por el monitor, claro, porque para llorar de amor, ni tiempo hay.

Lo teníamos todo resuelto y ahora estamos pagando el precio por estar siempre en forma, sin estrías, depiladas, sonrientes, perfumadas, uñas perfectas, sin hablar del currículum impecable, lleno de diplomas, doctorados y especialidades. Si nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar ¿para qué había que demostrárselo a ellos, a ver para qué? Nos volvimos "súper mujeres", pero seguimos ganando menos que ellos cuando ocupamos el mismo puesto de trabajo y nuestros superiores son hombres lo que conlleva ¡que nos dan órdenes estos cabrones! ¡Pero que bien que lo hemos hecho, coño! ¡Bravo! Un gran aplauso por nosotras. Hemos pasado de ser las dueñas y señoras de nuestras casas y familias a que un señor bajito, calvo y barrigón nos dé órdenes mientras nos mira el escote y sin poder partirle la cara de un bofetón. ¡Esto es mejorar, sin duda! (entiéndase el modo ironía on).

¡¡¡YA BASTA!!! Yo lo que quiero es que alguien me abra la puerta para que pueda pasar, que me aparte la silla cuando me voy a sentar, que me mande flores, que me dé serenatas en la ventana. Yo lo que quiero es un maridito que llegue del trabajo, que se siente en el sofá, que disfrutemos de una cena juntos, que me haga el amor muy rico, ¡que me haga sentir mujer! Porque sí, seré una súper mujer moderna de las de ahora, pero entre Robocob y yo la única diferencia son los tacones que me calzo. Descubrí que es mucho mejor servirle una cena casera a uno de estos orangutanes que atragantarme con un sandwich y una coca-cola light mientras termino el trabajo que me traje a casa, para variar.

Mis queridas colegas, inteligentes, realizadas y liberadas amigas, yo estoy hablando muy seriamente ¡renuncio a mi puesto de mujer moderna! ¡Vosotras deberíais pensarlo también!

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