Revista Cultura y Ocio

Monólogo ‘sesual’

Publicado el 29 agosto 2017 por Icastico

Me gustan los monólogos graciosos. Esa gente que sube a un tablado, aparca el miedo escénico por unos minutos y va tejiendo un discurso de humor. Con alguno solo sonrío, con otros río. Pocos, muy pocos, me sacan una ristra de carcajadas que me obligan a llevar la manos a los ijares para sujetar la verticalidad. Evitar partirme de risa, precisamente. Entre llorar o mearme de la risa me quedo con lo primero, por cuestiones prácticas. Ambas cosas son graciosas. Si le preguntas al humorista quizás escoja la diuresis por haber llevado el humor tan abajo (sin pensar en el inconveniente). Debe sentar mejor que un aplauso. Podría incluir en su página personal los efectos causados en sus intervenciones, sobraría cualquier otra publicidad: Pepito Guasa, el humorista que te hará mear o llorar de risa, según confiesa el 12,7% de público a salir de su espectáculo (sin concretar lo qué). Yo reservaría, sin duda. En cambio, poco chiste tendrá la cosa para el propietario de la sala.

Lo de llorar se arregla rápido cuando las lágrimas son de humor. Si llevas una máscara de pestañas barata es otro cantar (gracias Gemma). Empapar gayumbos braga pantalón es una ‘gracia’ distinta. Lejos de ser un drama genera todavía más momentos gloriosos. Hablo por ‘experiencias’, conozco una familia bastante meona por naturaleza (de riñón perfecto) y he visto cómo ante una sesión de risa no se salvaba ni el sofá, que ya está marchito de los efectos colaterales del humor casero. En una ocasión, practicando sexo y humor a la par, cosa muy sana, me sorprendió la lluvia dorada de mi compañera al retirarme, quizás bruscamente, de tan feliz unión mientras aún se desternillaba con no sé qué ocurrencia, sin tiempo para defenderme, ‘dibujando’ de paso un ‘siete’ en el butacón. O aquella otra en que, la misma partenaire –y la misma práctica– salió huyendo entre risotadas de la cama al baño dejando un rastro en la moqueta del hotel que nos llevó un rato eliminar con la ayuda de unos metros de papel higiénico colocado en fila india y pisoteado. Los momentos fueron únicos, pero lo dicho, prefiero llorar.

No es que me guste especialmente mezclar la sonrisa vertical con la carcajada dental, cada cosa tiene su momento, pero es la crónica inmediata de los pormenores de la pasión recién sofocada lo que a veces desata la hilaridad, por muy serio que sea el sexo. Cosas ocurridas antes, durante o al final, en medio de los fuegos artificiales del éxtasis. El humor también da mucho placer.


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