Revista Economía

Monstruos sanguinarios a dos patas

Publicado el 20 julio 2014 por Torrens

Me ha dejado tan impactado que tengo pocos comentarios a hacer sobre la monstruosidad del derribo del avión de Malasya MH 17. 

El abyecto ser que apretó el botón no es humano ni inhumano, ni infrahumano, es antihumano. La base rusa lanzadora de misiles dispone de dos sistemas de radar, de los que uno se utiliza exclusivamente para identificar los posibles blancos. Si unimos a esto el que los aviones comerciales llevan un equipo denominado transponder que sirve para la identificación automática del avión mediante el sistema SSR (Secondary Surveillance Radar) del control de tráfico aéreo, significa que el monstruo que apretó el botón sabía perfectamente lo que iba a destruir (Por cierto, los terroristas que atacaron las torres gemelas, lo primero que hicieron al apoderarse del avión fue desconectar el transponder).

Una de las cosas que aprendí dando tumbos por el mundo es que la vida humana no tiene la misma cotización en todas partes. Hay sitios donde es muy valorada y otros donde no vale casi nada. Desgraciadamente nunca he estado en Rusia, pero conocí a bastantes rusos en Oriente Medio y todo y que muchos de ellos eran personas normales y civilizadas, tuve algunas experiencias que evidenciaban desprecio por la vida humana. En la fábrica de Alepo contábamos con un ingeniero ruso pagado por la O.N.U. con el que tuve una muy buena relación. Sharapov, era su nombre, y su mujer Sharapova, que también tenía la cabeza muy bien amueblada, me comentaron que había dos secuelas de la época zarista que el socialismo tan solo había apaciguado muy ligeramente y que tardarían siglos en desaparecer. Una era el gusto por la pompa, el boato y el lujo desmadrado y casi cursi, y el otro era el poco valor de la vida humana que ambos pusieron al nivel de lo poquísimo que vale en Oriente Medio. Me contaron por ejemplo una de las maneras de ejecución de la época zarista que entonces se seguía practicando. Al condenado no se le informaba de nada, y un día cualquiera entraban dos soldados en su celda y mientras uno le entretenía dándole cualquier explicación, el otro le disparaba un tiro en la nuca.

 


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