Mourinho

Mourinho ha muerto como técnico de la peor de las maneras: con miedo. Un colega, quizá un alumno como Simeone, le ha matado con el mejor fútbol, el del atrevimiento, el de exponer todo, el riesgo como fin. Mourinho ha perdido cuatro semifinales seguidas.

No soy aficionado al deporte rey, pero recuerdo perfectamente las noticias continuadas sobre el ex entrenador del Real Madrid, que siempre atrajo la tensión hacia sí más que hacia sus propios pupilos. Nunca entendí por qué a un buen jugador se le paga esa astronómica cantidad cada año, vergonzosa si comparamos lo recibido por quien acierta pataleando un balón, con quien trasplanta hígados durante catorce horas seguidas; per entiendo menos aún el mérito de los entrenadores. Un equipo como el Real Madrid o el Barcelona, con unas plantillas de profesionales contados entre los mejores del mundo, no precisan otro “coach” para nada más allá de decirles que salgan al campo a hacer lo que saben. Leo en los medios que tienen la virtud de ser grandes motivadores aunque parece que la chispa necesaria en el Chelsea no fue encontrada por Mourinho que, digan lo que digan, vino como traductor y ayudante del entrenador titular del Barcelona. Demostró mala educación, prepotencia e incluso grosería; criticó en la raya del insulto a compañeros suyos y vino a nuestro país a hacer caja, con sus miras puestas en la Premier inglesa, en la que ahora vive la soledad de la merecida derrota.