Revista Cultura y Ocio

Muerte en Venecia

Publicado el 14 diciembre 2014 por Universo De A @UniversodeA

A la hora de la verdad, ¿de qué trata de verdad el arte?, ¿cual es el auténtico fondo de la belleza?

Muerte en Venecia

Sinopsis y ficha técnica

“Death in Venice”

Ópera en dos actos y diecisiete escenas
Libreto de Myfanwy Piper, basado en el relato Der Tod in Venedig (1912) de Thomas Mann

Estreno en el Teatro Real
Coproducción del Teatro Real y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intemezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)

Ficha Artística

  • Dirección musical: Alejo Pérez
  • Dirección de escena: Willy Decker
  • Escenografía: Wolfgang Gussmann
  • Figurines: Wolfgang Gussmann, Susana Mendoza
  • Iluminación: Hans Toelstede
  • Coreografía: Athol Farmer
  • Dirección del coro: Andrés Máspero

· – ·

  • Gustav von Aschenbach: John Daszak
  • El viajero (viejo presumido, viejo gondolero, director del hotel, barbero del hotel, director de los músicos, voz de Dionisio):
    Leigh Melrose
  • La voz de Apolo: Anthony Roth Costanzo
  • Empleado inglés. Guía de Venecia: Duncan Rock
  • Tadzio: Tomasz Borczyk / Alejandro Pau
  • Pedigüeña: Itxaro Mentxaca
  • Conserje del hotel: Vicente Ombuena
  • Vendedor de cristal: Antonio Lozano
  • Camarero: Damián del Castillo
  • Vendedora de encaje: Nuria García Arrés
  • Vendedora de periódicos y fresas: Ruth Iniesta
  • Otros personajes : Debora Abramowicz
    Miriam Montero
    Alexander González
    Rubén Belmonte
    Elier Muñoz
    Sebastián Covarrubias
    Vasco Fracanzani
    Igor Tsenkman
    Ivaylo Ognianov
    José Alberto García
    Enrique Lacárcel
    Paula Iragorri
    Ohiane González de Viñaspre
    Adela López
    Legipsy Álvarez
    Esther González
    José Carlo Marino
    Oxana Arabadzhieva
    Álvaro Vallejo
    Carlos Carzoglio

 

Desde la Antigüedad clásica, con Fedro de Platón en el vértice, artistas e intelectuales han perseguido el canon de belleza ideal. En el siglo XIX, Thomas Mann plasma sus inquietudes al respecto en el relato La muerte en Venecia. Sumido en un profundo vacío creativo, el escritor Gustav Aschenbach se debate entre las fuerzas contenidas de lo apolíneo y la pasión de lo dionisíaco. El catalizador será el adolescente Tadzio, con el que coincide en su último viaje a una decadente Venecia asolada por una epidemia de cólera, presagio del derrumbamiento de un mundo que ya no volverá (el libro se publica en 1912). En su última ópera, con un nuevo universo sonoro de colores y texturas, Benjamin Britten, el gran heredero de Purcell, refleja la crisis existencial y estética del protagonista a lo largo de 17 escenas en las que se desarrolla un atormentado monólogo interior. La estilizada puesta en escena de Willy Decker –quien califica la obra de “fascinante, llena de ambigüedad y equívocos”– subraya la tensión intelectual y erótica que consume al protagonista, resaltando su lado más onírico.

……………………………………………

Comentario previo

Como digo en el subtítulo: ¿de qué va el arte?, ¿para qué sirve realmente?, ¿cuál es su utilidad?; ¿es el arte algo puro que se eleva por encima de nosotros o sólo el reflejo de nuestras más profundas frustraciones y de nuestro lado más oscuro representado de una forma idealizada, agradable; o no siendo así, de una forma admisible para el resto de la sociedad?; ¿se trata acaso de una forma de desahogo?, ¿de una necesaria salida a los desengaños de la vida?, ¿de una manera de sobrevivir?… sea como sea, lo cierto es que el arte suele ser definido como una forma de expresión (y si nos dirigimos al tema de la necesidad de expresarse, eso significa que hay algo, un asunto que es necesario sacar, no se trata de una frivolidad que ignorar o desdeñar) y que durante toda su historia ha estado girando alrededor del tema de la belleza, de una forma u otra, incluso en su permanente debate de si copiar o no a la naturaleza (¿es la naturaleza o no lo más hermoso?).

¿Pero qué hay en el fondo de todo eso?, tal vez el arte no sea sino una salida, tanto para el artista como para quien contempla la obra, una forma de supervivencia, de animar a seguir. Nos gustan los finales felices porque es como desearíamos que fuese la vida, y muchas veces, nuestros gustos no hacen sino reproducir nuestros deseos de forma indirecta, quizás incluso los más ocultos, a veces, lo que parece más reprimido surge a través del arte (parece que Mann lo hizo a través de su relato, por mucho que su mujer defendiera que su marido no se dedicaba a seguir jovencitos y que no era así en absoluto).

Aunque no debemos hacer nunca un análisis psicológico barato, al igual que con los sueños, las cosas nunca son lo que parecen, y en todo hay que profundizar… siempre y cuando no de miedo adentrarse en los lugares más oscuros y profundos de la psique humana.

La belleza no deja de ser otro tema tan interesante como siniestro; bien es cierto que se puede diferenciar entre belleza y atractivo, la primera, en principio, quizás no produce más que el gusto de la observación; pero el segundo siempre tiene una connotación sexual; ello explica que se pueda tener el uno pero no el otro, ambos o ninguno. ¿O simplemente se nos ha aprendido a desexualizar la belleza?, cuando vemos una pintura con un desnudo, ¿no vemos nada más?, que apreciamos, ¿la belleza de un buen acabado o el desmesurado atractivo de un cuerpo al que sólo le falta la vida?; confieso que yo ha habido ocasiones en las que he deseado besar los labios de una estatua, unido a la fantasía de comprobar si se despertaba y me devolvía el beso. O llevándolo a un contexto más normal y vulgar, cuando vemos una simple imagen publicitaria de una persona bella, ¿qué nos suscita?, si profundizamos en ese sentimiento, ¿que significa, que implica, a dónde nos lleva?, ¿belleza y atractivo son lo mismo o no?… pero no voy a pasar de aquí, ni me voy a extender en reflexiones baratas sobre la belleza, pues grandísimos artistas de todos los tiempos ya han dicho todo lo que yo jamás seré capaz de decir mejor.

También solemos tratar de desligar las obras de los artistas, y yo he dicho en muchas ocasiones en este blog que el arte es lo único puro frente a la impureza del ser humano… quizás porque es la idealización de nosotros mismos, de nuestras mejores y… peores cosas. Todo parece bonito y agradable en arte, incluso cuando no lo es, o no se representa como tal. Quizás sea porque nos han enseñado a verlo así, hemos sido educados en la idea de que el arte es bonito, y que se le puede permitir todo; históricamente, todo lo que se prohibía o no era bien visto, se vio representado en el arte y hoy día más que nunca, quizás reflejo de nuestra propia sociedad.

Arte y belleza, dos intrincados conceptos, tan antiguos como el tiempo (en la prehistoria ya el humano sentía la necesidad de expresarse a través de la pintura en las cuevas), y precisamente por ello, sumamente complejos, enigmáticos, indescifrables, difíciles y… peligrosos, tanto como para romper nuestra doble moral, como para destruír todo lo que concebimos como respetable; quizás porque ni arte ni belleza entienden de eso, siempre han estado por encima del bien y del mal, por más que haya quien les deseara achacar estar en alguno de los dos bandos (especialmente gente religiosa: los partidarios de que lo bello sólo podía ser bueno -santo Tomás de Aquino-; o los que condenaron la belleza como una peligrosa tentación y todo acercamiento a la voluptuosidad como pecado -el monje Savonarola-), siempre han estado equivocados, arte y belleza están por encima de cualquier concepto de moralidad, y quizás ahí, es donde reside mucho de su amenaza; pero en el riesgo y en lo prohibido está el placer, ¿no?; una de nuestras primeras historias (y por tanto formas de arte) va precisamente de eso: Adán y Eva y el fruto prohibido.

Visconti quizás sabía eso muy bien, era probablemente una persona atormentada, contradictoria y compleja, que vivía en múltiples mundos a la vez sin encajar en ninguno; y seguramente entendía a la perfección el concepto de arte, belleza, y todo lo que implica, que yo, he tratado de explicar arriba como bien he podido. Quizás sus películas son la mejor explicación audiovisual de lo que yo he comentado antes: aparentemente son preciosas, bellísimas, muy estéticas… pero siempre tratan temas horribles, desagradables, sucios e incluso vulgares que las personas decentes ni se atreven a tocar y que prefieren evitar o ignorar en la realidad (ahora bien, esos mismos decentísimos presumirán de cultísimos por haber visto una película de Visconti o leer a Mann). Yo siempre he definido a Visconti como un látigo de seda, te azota con mucha fuerza, pero debido al material, resulta ser con una suavidad tan tremenda que ni te das cuenta de lo perverso de la acción; no en vano, una de las películas más desagradables que he visto en mi vida ha sido precisamente “La caída de los dioses”, donde el protagonista no tenía salvación posible, todo lo peor que se pueda ser y hacer en este mundo, lo era y lo hacía él, sin límite: asesinato, pederastia, incesto, violación sexual, maltrato físico y psicológico… y como culminación era un nazi.

Pero volvamos al tema, en la película de “Muerte en Venecia”, que naturalmente se desarrolla en un lugar estético por excelencia, y siempre decadente (cuestión muy del gusto del director y mía); se trata también una historia tan escabrosa como escandalosa, permitidme que lo suelte sin más: la persecución de un preadolescente por parte de un viejo verde, con claros deseos pederastas, que se ha obsesionado con él. He debatido mucho este tema con las más variadas personas, y pocos quieren admitir la crudeza de este argumento; Hasta en las sinopsis que leemos en el programa del Teatro Real se esquiva el tema hablando de la persecución de la belleza… etc (aunque en los artículos los autores tienen que acabar admitiendo, de forma moderadamente subrepticia, las verdaderas y depravadas intenciones del protagonista… hay la necesidad de disfrazar lo imperdonable con la capa artística para que resulte admisible, lo ya comentado), pero, ¿a quién queremos engañar?. Hablando con otras personas me han comentado que no se trata tanto de eso como de una contemplación platónica y del sentimiento del propio chico, del deleite de saberse deseado, pero aquí todos sabemos donde conduce eso… imaginemonos ese argumento tan hermoso, idílico y artístico en la vida real… saldría en los telediarios, y con una detención por medio.

Y a pesar de ello, la película es una delicia, una belleza que se recrea en largos planos en los que todo es perfecto, todo bonito; en los que apenas pasa nada, excepto lo que se insinua, si uno lo piensa, ni siquiera se nos exige que nos demos cuenta de lo que sucede, sólo que nos dejemos llevar… y los amantes del arte y de la belleza, caemos en la trampa, aún siendo conscientes parcialmente del amargo veneno que siempre se esconde tras todo filme de Visconti, tragamos, pues lo hermoso siempre nos subyuga. Otros, simplemente verán una alta cultura de la que presumir; y a otros les aburrirá profundamente y serán incapaces de acceder a ello, no se ha hecho la miel para la boca del asno.

Sin embargo, y sin querer dejarme llevar en esta ocasión por el engaño de la siempre pasajera belleza; no debemos de olvidar que en nuestra sociedad (nuestro país concretamente) se permite legalmente que los niños tengan relaciones consentidas a edades bastante reducidas, con lo que… ¿estamos ocultando algo?. La fascinación por los jovencitos no se queda ahí, sólo hay que echarle una ojeada a la mitología griega o a “Las mil y una noches”, resulta perturbador cuando uno piensa todo eso… también es cierto que la vida en tiempos pasados empezaba antes y acababa más deprisa, por lo que quizás la adolescencia fuera la edad media….

Sea como sea, se habla de un inquietante sentimiento que no se ha mantenido ajeno al arte, ¿es quizás algo incontenible?, ¿algo terriblemente irremediable? (hay pederastas que han declarado que no podían contenerse)… mejor no pensarlo, pero precisamente el arte provoca precisamente eso; quizás también sea un gigantesco látigo de seda, pero mejor enfundado y disfrazado, para que nadie sea capaz de ver las más profundas y terribles perversiones que anidan en el alma humana.

Hablemos pues de algo consentido en nuestra sociedad de hoy día: la homosexualidad; algo aceptado y rechazado a lo largo de toda la historia (por motivos más político-religiosos que otra cosa), y sin embargo siempre presente, como la enfermedad y la muerte, siempre inevitable, puede tocar en cualquier sitio y a cualquier persona, no importan ni lugar, época, condición social o capacidades personales: es algo que se es. Durante mucho tiempo ha estado perseguido (y aún lo sigue estando en muchos sitios), se veía como algo malo… sin embargo eso ha sido superado, hoy nuestra doble moral (un arma de doble filo, muy útil de cara a la protección de otros, porque nadie se atreve a contradecir el juicio social) impone el “no” a la homofobia, aunque siga existiendo, las personas que lo son, se verán obligadas a callarse y a fingir una tolerancia que no sienten (como ya digo, en ocasiones la doble moral es sumamente útil, lo mismo pasa con otros temas como el racismo o cualquier tipo de xenofobia)… y eso se debe a que hemos superado determinados tabús sexuales; ahora bien, ¿dónde está el límite, qué está bien y qué está mal?, ¿existe tal cosa?, ¿es todo lo consentido válido por el hecho de haberlo sido, estamos dispuestos a tolerarlo, o a permitir que no haya fronteras?, terribles cuestiones, aún más terroríficas de abordar con franqueza, veracidad, y sobre todo, éxito; la verdad, pensándolo bien, no creo que nadie pueda responderlas, y mucho me temo, que quizás nunca jamás pueda hacerse.

Quizás ni siquiera haya un bien o un mal, o valores que estén por encima de todo y sean universales, al fin y al cabo, han ido cambiando con las épocas y los lugares; y nunca han sido los mismos…. Quizás todo sea tan sencillo como que la única regla válida es tratar de evitar el sufrimiento de los demás. Pero desgraciadamente, en la vida nada es nunca tan simple, nunca lo ha sido….

Pero volvamos al tema principal; sí, el argumento de “Muerte en Venecia” es realmente terrible; pero está tan bien disfrazado, y el darnos cuanta de ello sería tan horrible, que es mejor dejarlo en una simple persecución de la belleza, suena mucho mejor que indagar en lo más oscuro de nosotros mismos; porque lo cierto es que, pese a la idea platónica de que la humanidad es buena, lo cierto es que ya decía Woody Allen en “Si la cosa funciona” que todos los grandes regimenes han fracasado precisamente porque se basan en la idea de que el humano escogerá el bien si le dan a elegir… pero lo cierto es que, tristemente no es así; el mejor ejemplo de esto último quizás son las religiones: creadas para asegurarse de mantener a la humanidad bajo raya gracias a unas normas que le obligan a la bondad o a respetarse los unos a los otros (que sin embargo necesitan de una disuasión -al igual que las leyes para que sean cumplidas necesitan de algún método coactivo, nadie las acataría si no fuera por eso, otro buen ejemplo de la maldad humana-: el infierno, una reencarnación poco afortunada… etc… ¡el ser humano necesita forzosamente obtener un premio o un castigo para poder ser bueno!, ¿hay mejor ejemplo acaso de su maldad y de lo interesado que es?), y el hombre es tan pérfido, que ha sido capaz de coger algo bueno, ¡y retorcerlo hasta convertirlo en algo malo! (los fundamentalismos y fanatismos religiosos de toda la historia son el ejemplo más claro de esta cuestión).

Pero mejor no pensar, mejor quedarse en lo superficial, y la belleza siempre lo es; el arte suele pedirnos que pensemos, la belleza jamás; así que cuando se combinan hay que elegir, con todas sus consecuencias, como en toda decisión, cierto; pero esta es una de las más peligrosas que podemos tomar, pues no volveremos a ver el mundo de la misma manera.

Y ahora volvamos a la deliciosa frivolidad del mundo real, y hablemos del teatro en si; aunque por cierto, últimamente en todas mis críticas completas parece que me dedico a hacer un tratado sobre el tema del arte… si acabaré publicando uno recopilando todas estas críticas, y lo titularé como en siglos pasados: “De res artisticum” jajaja.

¡Qué desastre en los guardarropas, no he visto cosa igual!, ahora sólo hay uno, aunque nunca sabes cual, de modo que te andas paseando de uno a otro continuamente, yo no sé para qué tienen contratados a esos chicos que encima se ponen a discutir delante del público hasta que hora tienen que quedarse. Naturalmente, las colas a la entrada y la salida son interminables, y como sólo hay uno para todo el teatro, es un auténtico infierno, cada vez vamos a peor. ¿Por qué no rehabilitan aquellos improvisados en otras plantas?, ¿por qué no hay dos en la baja?, ¿por qué es tan infinitamente difícil que los atiendan dos personas competentes y rápidas?; naturalmente, el público ya empieza a espabilar y pasa de dejar nada en el guardarropa, ¿para qué?, ¿para estar esperando más de media hora antes y después de la representación?, ¡va a ser que no!; es una auténtica pesadilla, tan absurda como inexplicable en este teatro que no debería de tener absolutamente ningún problema en estes temas (aunque sólo sea porque nunca antes los tuvo); yo ni lo comprendo ni lo comprenderé jamás, es una cuestión de gestión básica que está total e imperdonablemente descuidada.

Aparte de lo anterior, parece que la gestión del señor Matabosch va a resultar escandalosa, no por lo que se representa en el escenario, como con el señor Mortier (¡aunque han vuelto los desnudos!, ¡y a porrillo!); sino por lo que lo rodea, la nueva revista del Real está probando ser tan poco informativa y educativa como una de esas revistas que te regalan en cualquier cine, que contienen el argumento de la película y poco más, nulo sentido informativo, y mucho menos crítico; así, aunque el programa sigue manteniendo una buena calidad, la revista empieza a resultar muy poco interesante y nada profunda, y cada vez con menos páginas. Vamos a peor.

Quizás, debido a esa frivolidad y dejadez que está apoderandose de todo el lugar, cual una enfermedad contagiosa, hasta el conferenciante Jose Luís Téllez se está despendolando, ¡Dios mío!, ha pasado de los trajes superformales, y de aparecer todo serio cada día, a vestir corbatas de llamativas manchas azules con pantalones chinos a juego con un tono igualmente indescriptible, ¡madre de Dios!, ¡esto se hunde! (el próximo día aparece con vaqueros rotos, ya te lo digo yo); aparte de su ropa (toda una declaración estética… o desafío, no sabría que decir… espero que tuviera todos los trajes en la tintorería y medio armario, sólo así puedo explicarme lo que vi), su conferencia, excesivamente centrada en los aspectos musicales más técnicos de la ópera, no acabó de gustarme.

También nos encontramos con un nuevo restaurador, Ramón Freixa, sustituyendo al grupo Arturo, como ya sabíamos… de momento lo que ofrece no me convence nada y tampoco me parece que traiga ninguna novedad. Parece que la nueva estapa gastronómica del Real pasará sin pena ni gloria por su historia; por más que el nuevo chef se anuncie a bombo y platillo en el programa y nos recuerde que él también es un asistente habitual… pero mucho me temo que no creo que hable mucho de él en este blog, pues no parece que vaya a haber nada que reseñar.

Para finalizar, destacar que vuelve la Almoneda (la subasta del atrezzo y decorados del Real); que está claro que el año pasado tuvo éxito (bueno, algunas piezas, porque otras he notado que reaparecen, ¡quieren librarse de ellas y hasta han bajado los precios!), puesto que se repite por las mismas fechas. De momento la gente ya anda cotilleando por el teatro, y las mujeres valoran si los vestidos que ven son adaptables para la vida fuera del escenario o no; la cosa resulta graciosa, hay que reconocerlo. En todo caso, no deja de resultar interesante y llamativa esta forma del teatro de conseguir ingresos (y muy aprobable y digna para un teatro público), y tanto o más, que la gente compre, pues no creo que sea por pura mitomanía (no me parece que la gente sea aquí tan fan), pero no acabo de verle el enfoque práctico a comprar algo que es falso, un elemento de decorado literalmente (y que aún así lo pagas carísimo); no sé, yo no lo acabo de ver, habría que preguntarle a los compradores.

Como curiosidad final, hablar del público, el cual, una vez más, al igual que en “Brokeback mountain”, resultó ser de un perfil muy claro, vamos, que había mucho ambiente, no os resultará difícil suponer cual. Realmente el mundo gay es una piña cuando se trata de sus cosas (la mafia del terciopelo, como se bromea en EEUU); lo cual no me deja de llamar la atención, porque, si eres gay, ¿es lógico que estés pensando todo el tiempo en lo gay que eres?, ¿no sería lógico que te aburriera este tema y que te apasionara otro distinto?, no sé, no lo veo, ni me apetece profundizar en la cuestión ahora.

 

Crítica

Por lo general, la ópera del siglo XX, al igual que la música que solemos denominar “clásica” de este siglo, no suele entusiasmarme, al menos no durante mucho tiempo (ya reflexionaba sobre ello en “Brokeback mountain”. Por ello, tampoco Britten (y de hecho, me extrañó mucho que Mann fuera tan fan del músico… en realidad me extrañaba casi que cualquiera pudiera serlo) me suele enloquecer, sin embargo, quizás un sentimiento de fatalidad (tan operístico, Viscontiano, y de esta obra en concreto) acabó conduciendome a querer ver esta nueva producción (aunque me resistí durante un tiempo, ¿eh?). Finalmente no me arrepiento en absoluto, dentro de lo que cabe (leer arriba todos mis sentimientos encontrados y reflexiones atormentadas varias) la disfruté mucho.

Lo cierto es que el libreto, aunque un tanto inconexo, como siempre en Britten, plasma correctamente la historia que se quiere contar, e incluso le aporta cosas; la verdad es que lo vemos todo a través de la mirada agotada del protagonista, que se hunde en la espiral de su propio deseo y culpabilidad, todo lo cual está bastante bien reflejado.

Aunque no hay duda de que lo que mejor lo plasma es la música, para la cual la atonalidad es tan adecuada (aunque Britten tiene la sabiduría de no dejarse llevar demasiado por ello y usar algo de música tonal, pero entendámonos bien, belcantismo no vamos a ver), y manifiesta genialmente la situación del protagonista, sus sentimientos y todo lo que sucede: toda esa tensión, el agotamiento, las casi alucinaciones, el desgaste, la desesperación, la indecisión… toda la angustia está perfectamente plasmada en la brillante música del británico.

Magnífica, realmente magnífica esta ópera, a mí reconozco que me entusiasmó totalmente y me pareció totalmente genial, de hecho, ya no sé con que adaptación quedarme, si con la de Visconti o con la de Britten, que aunque contemporáneas, no se influyeron entre sí, aunque sean igualmente fascinantes.

En lo que respecta a esta nueva producción del Real, la dirección de escena, de un vanguardismo moderado (Matabosch sabe como complacer a su público, así que en sus montajes nunca hay mucho exceso, y los que hay son compensados por otras concesiones… algo que Mortier o no supo hacer o prefirió ignorar) es del por lo visto, premiado por esta misma producción, Willy Decker. Y no es para menos, la verdad es que dentro de su, quizás excesiva simplicidad, se consigue reflejar bien la situación del protagonista y esa historia de obsesión en la que ya nada encaja en su vida, ese destino fatal que le acabará destruyendo; todo ello marcado por una buena escenografía.

No falta polémica, ya lo digo, y como la de los mejores tiempos de Mortier (y sin embargo no hubo ni un sólo abucheo, al final va a resultar que sí estaban organizados); se ve de todo: desnudos continuamente (el actor que hace del chico se pasa media representación en cueros -tiempo en el cual hace cariñitos frecuentemente a parte del reparto-… menos mal que no cogieron a un niño de verdad -Mortier seguro que lo hubiera hecho, ¡qué escándalo! jajaja-); besos y momentos homoeróticos entre el tenor y el chico… etc. Tampoco faltan ocasiones llenas de insinuaciones sexuales y “erótico-festivas”, a destacar el momento en que una manada de chicos desnudos se lanzan sobre el tenor y lo devisten casi totalmente. Pero, por alguna extraña razón, el Real ya no se escandaliza, ¿curioso no?, aunque tal vez tenga que ver con el público asistente (del que comentaba anécdota arriba, en el comentario previo).

Cierto que no faltan momentos vulgares o que rozan esto, pero, ¿acaso el tema no lo es?, sin embargo, se mantiene lo suficientemente bien la estética y el concepto del arte para que resulte soportable; una peligrosa fina línea para que no se perciba lo que realmente se está contando… y que al director de escena le cuesta mantener, y en ocasiones falla, pero en general, consigue lograrlo (al fin y al cabo, sino fuera así, no tendría una crítica completa en Universo de A, sino una express, ¿no?).

El resto del tema técnico está muy bien. Aunque como ya digo, veo un exceso de simplicidad en la puesta en escena; pues no se llega a ver nada de Venecia, es en cierto modo, una idea artística totalmente antiviscontiana (quizás se busca deliveradamente, en cuyo caso, sería bastante poco original, puesto que evitar copiar a alguien, es una manera indirecta de plagio), pues parece buscar exactamente lo contrario: frente al barroquismo, el minimalismo; frente a la estética desmesurada, la simplicidad; frente a la luz, la oscuridad… no obstante, veo muy bien reflejada la idea de la obsesión que carcome al protagonista hasta sus últimas consecuencias a través de la dirección de escena y la escenografía.

Lo que sí me ha desagradado muchísimo es esa costumbre cada vez más extendida (incluso en este teatro) del uso de los altavoces y de grabaciones (en este caso se usa para dos voces); con franqueza, si no puedes disponer de todas las voces o no van a ser en riguroso directo, mejor que no produzcas el montaje, pues es decepcionante, y un escándalo en una casa como la del Teatro Real, que parece entrar cada vez más en la decadencia y en la incultura teatral que se apodera de todos nuestros templos del arte dramático (si ya verás como acabarán vendiendo palomitas también, al paso que vamos).

En cuanto a los cantantes, por desgracia no se puede decir gran cosa de ellos en este tipo de óperas, en general tan poco lucidas para sus voces (con cierta razón y crueldad no falta quien diga que sólo acaban en estas óperas quienes no tienen capacidad para las otras); sin embargo, yo diría que destacaron todos por igual; una buena elección de reparto.

En definitiva; si asumimos lo que implica ver “Muerte en Venecia” (leer comentario previo), si estamos dispuestos a viajar a lo más oscuro del ser humano con el protagonista (y no tomárnoslo en serio, porque si cometemos ese error, apaga y vámonos), disfrutaremos muchísimo de esta nueva producción del Real de una gran ópera de Britten; ahora bien, aseguraos de que después podréis volver a la luz.

 

Muerte en Venecia
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