Revista Cultura y Ocio

Mujeres en la revolución vietnamita

Por Tiburciosamsa

Mujeres en la revolución vietnamitaFoto de Dang Thuy Tram
No fue hasta 2011 que una mujer, Tong Thi Pong, ingresó en el Politburó del Partido Comunista de Vietnam. El pasado mayo otra mujer, Nguyen Thien Nhan, ingresó en el Politburó. Muy pocas mujeres parecen, cuando uno piensa en la aportación que las mujeres vietnamitas hicieron a la revolución.
Por ejemplo, ahí tenemos a Nguyen Thi Hung, una joven campesina que se adhirió al Partido Comunista de Indochina para escapar de un matrimonio concertado. Durante la hambruna que sacudió el norte del país en los años cuarenta, Hung se especializó en la organización de ataques a los graneros donde se guardaban las reservas de arroz. Y no sólo había que planificar el ataque en sí, sino también había que ocuparse de su transporte y distribución ulteriores. En 1945, estando embarazada de casi 9 meses, Hung dirigió una manifestación para tomar el poder en el distrito de Kim Dong.
Por esas mismas fechas, Truong Thi My, una antigua obrera textil, tuvo que organizar en 18 horas una marcha sobre Hanoi desde la vecina provincia de Ha Dong y a continuación regresar a Ha Dong para hacerse con el poder. Nguyen Thi Dinh abanderó a varios miles de campesinos que marcharon sobre Ben Tre para apoderarse de la administración provincial. Nguyen Khoa Dieu fue una de las oradoras principales en la gran reunión que se celebró en la ópera de Hanoi el 17 de agosto de 1945 y que marcó el ascenso del Viet Minh en la capital de Tonkin.
Las anteriores fueron mujeres a las que la fortuna les sonrió, pero hubo otras a las que las cosas se les torcieron y aun así, supieron dar lo mejor de sí mismas hasta el final. Nguyen Thi Minh Khai abandonó a su familia a comienzos de los 30 para entregarse en cuerpo y alma a la causa revolucionaria. Enviada a Hong Kong para entrenarse, fue detenida por los británicos y gracias a sus conocimientos de cantonés, logró hacerse pasar por china para que no la entregaran a las autoridades coloniales francesas. Pasó tres años en las prisiones del Kuomintang. A finales de los treinta estaba de regreso en Vietnam, encargada de extender las redes del Partido en el sur del país. En 1939 la designaron Secretaria de la sección del Partido en Saigon-Cholon y allí vio que luchar contra las autoridades coloniales apenas era más difícil que hacer frente a la desunión interna del Partido entre ortodoxos y trotskistas. A comienzos de 1940 dio a luz a su primera hija. Pocos meses más tarde, en julio, fue detenida. Fue ejecutada el 28 de agosto de 1941.
Nguyen Thi Nghia procedía de una familia acomodada, pero eligió la vía de la revolución. Trabajó en fábricas, donde se dedicó a extender los ideales revolucionarios. Se le encargó que asegurase el enlace entre el Comité Central del Partido y la región de Nghe-Tinh. Detenida en diciembre de 1930, se amputó con los dientes la punta de la lengua al intentar suicidarse. Torturada sin piedad, se fingió muda para que no la hiciesen hablar. Viendo que se moría, reveló a sus compañeras de celda que sí que podía hablar y les pidió que se mantuviesen fieles al Partido y a la nación.
El papel de las mujeres no se limitó a unas cuantas heroínas aisladas. En cierta ocasión los soldados franceses pensaron que para parar una manifestación de mujeres lo mejor sería desnudar a una de ellas. Eso la avergonzaría a ella y frenaría a las demás. Lo que ocurrió fue que las otras optaron por desnudarse también y marcharon a la cárcel desnudas y entonando cánticos comunistas.
La independencia no trajo la paz, sino más guerra y las mujeres siguieron estando en primera línea. Es ya famosa la historia de la médico Dang Thuy Tram. Con 26 años, llena de idealismo partió de voluntaria al sur. En su diario escribió frases como: “Más tarde, si llegas a vivir al bello sol con las flores del socialismo, recuerda los sacrificios de aquellos que dieron sus sangre por el fin común.” ¿Suena cursi? Se puede disculpar en alguien que vivió experiencias como ésta: “Hoy hice una operación de apendicitis sin suficientes medicinas, sólo unos pocos tubos de novocaína. Pero el joven soldado herido ni lloró ni gritó. Simplemente sonreía para darme ánimos. Me dio tanta pena, porque tiene el estómago infectado. Me gustaría decirle: “Los pacientes como tú, a los que no puedo curar, son los que me dan más pena.” En su última entrada, dos días antes de que la matasen en un combate, escribió: “No soy una niña. Soy adulta y fuerte ante las adversidades. Pero en este instante, ¿por qué quiero tanto una mano maternal que me cuide? ¿O la mano de un amigo cercano? Por favor, venid a mí y dadme la mano, ahora que estoy tan sola. Amadme y dadme fuerza para recorrer los tramos difíciles del camino que tengo por delante.”

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