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‘Muqâbala’, danzar con el ser – Halil Bárcena

Por Eltallerdelaeam @elTallerdelaeaM

‘Muqâbala’, danzar con el ser – Halil Bárcena

‘Muqâbala’, danzar con el ser – Halil Bárcena

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Muqâbala, que en árabe significa ‘encuentro’, es el nombre técnico que recibe la danza derviche del giro, corazón del samâ’, la liturgia específica de los derviches giróvagos mevlevíes, los seguidores de la senda interior sufí trazada por Mawlânâ Rûmî (m. 1273), caracterizada por el uso de la música y la danza como métodos de transformación interior.

Dada su indudable plasticidad, el giro derviche constituye la parte más atractiva y sugerente de la enseñanza mevleví. Los primeros viajeros occidentales por tierras del islam quedaron fascinados con la danza de los derviches. El año 1910, tras contemplarlos en El Cairo, Rainer María Rilke escribió lo siguiente sobre su forma de danzar: “Es el auténtico misterio de la postración de la persona que se arrodilla desde dentro”.

Con ser importante, sin embargo, la muqâbala es una parte, sólo una parte, de la enseñanza sufí de Mawlânâ, que es mucho más global y totalizadora -tiene su significado como un todo-, abarcando al conjunto del ser humano y sus relaciones con el mundo y la divinidad. Tanto la danza giratoria en sí como los distintos ejercicios de preparación que la hacen posible constituyen una plasmación plástica de dicha enseñanza espiritual, a través de un lenguaje corporal en el que cada gesto, cada posición y cada secuencia rítmica poseen una significación específica. Por consiguiente, no puede comprenderse la muqâbala mevleví desgajada de la enseñanza sufí de Mawlânâ. Resulta aberrante reducir el sufismo a un simple dar vueltas; eso sería -y en algunos casos lo es- una forma vacía de toda significación. De ahí que sea prácticamente imposible acercarse a la práctica de la muqâbala sin antes haber modificado nuestra forma de pensar ordinaria, también en lo referente a las ideas preconcebidas acerca de lo que debe ser la espiritualidad.

El sentido subyacente de la muqâbala es la transformación del conocimiento en poder. A eso Frithjot Schuon le llamaba ‘tener un centro’, que entre otras cosas significa también una nueva conformación de la estructura corporal, a partir del omphalos, el hara de los japoneses, verdadero centro vital del hombre, que exprese el pleno vaciamiento humano y su entrega confiada a la divinidad. El aprendizaje de la muqâbala, que se ha de efectuar con el máximo rigor y precisión, ya que sin exactitud el trabajo deviene superficial, exige la participación incondicional de todo el ser, una presencia total que supone la intensificación de la atención. Sólo así es posible ponerse en disposición de recibir una fuerza vital, baraka la llaman los sufíes, que ha de tener su propia vida en el practicante.


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