Revista Arte

Museo Naval de Madrid

Por Alma2061
Museo Naval de Madrid, museo español dedicado a la navegación, cuya sede radica en la ciudad de Madrid. Fundado el 19 de octubre de 1843, durante el reinado de Isabel II y bajo la presidencia gubernamental de Joaquín María López, su impulsor había sido desde 1792 Antonio de Valdés, quien fuera secretario de Marina del rey Carlos III. Valdés había designado a los cosmógrafos Martín Fernández de Navarrete y José de Mendoza y Ríos, entre otros, para diseñar el proyecto y hacer acopio del material necesario. Dicho material se conservó inicialmente en las instalaciones del Depósito Hidrográfico, hasta que en 1843 se reunió en el palacio de los Consejos, próximo al palacio real. Tras pasar por diferentes ubicaciones, en 1930 encontró su definitivo destino en el edificio del Cuartel General de la Armada, para ser inaugurado oficialmente en su nueva sede dos años más tarde.Exhibe de forma cronológica fondos navales que se remontan hasta el reinado de los Reyes Católicos, es decir, hasta finales del siglo XV: instrumentos náuticos, retratos de monarcas, almirantes y navegantes, escenificaciones artísticas de distinguidos buques o de batallas navales, así como modelos de embarcaciones y armas. Su vestíbulo principal está dedicado a la creación del propio Museo Naval y a cuantas personas destacadas estuvieron vinculadas al mismo. La disposición de las diferentes salas, cronológicamente dispuestas y denominadas según una cadencia de numeración romana consecutiva, comienza con la destinada a ilustrar la época de los Reyes Católicos, sigue con la de los monarcas de la Casa de Habsburgo (siglos XVI y XVII), destina dos de ellas al reinado de Felipe V (1700-1724), la última de las cuales comparte los años de Fernando VI (1724-1759). La sala V está dedicada al reinado de Carlos III y a la casi totalidad del de Carlos IV, cubriendo cronológicamente los años transcurridos entre 1759 y 1805. La siguiente sala interrumpe el orden cronológico para albergar las exposiciones temporales, en tanto que la VII recorre los 28 años que van desde 1805 hasta la muerte de Fernando VII. Una serie de salas vuelven a cortar el orden predeterminado para ilustrar la marina científica, las armas y etnografía, las guerras de Cuba y Marruecos, o la presencia española en las islas Filipinas, todo ello durante el siglo XIX. Los objetos pertenecientes al reinado de Isabel II (1833-1868) pueden ser contemplados en la sala XII, en tanto que la siguiente cubre el periodo que llega hasta 1902, cuando el rey Alfonso XIII alcanzó la mayoría de edad. Al reinado de éste se destina la sala XIV, y a la II República y a la Guerra Civil la XV. La última de las salas cronológicas, que llega hasta la actualidad, recoge fondos de la época del régimen franquista y del posterior reinado de Juan Carlos I.Los descubrimientos geográficos de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII pueden ser vistos en la siguiente sala, mientras que la última, la XVIII, exhibe una colección de instrumentos científicos y astronómicos, así como algunas muestras cartográficas proyectadas durante la edad moderna. Los dos patios centrales del edificio están dedicados, respectivamente, a los arsenales y la construcción naval de los siglos XVIII y XIX, y a los primeros 31 años del XX. Entre las salas V y VI un vestíbulo de honor sirve para la recepción de visitantes ilustres y conserva retratos de monarcas del siglo XVIII y principios del XIX, así como mobiliario de la época. Por último, la sala del Patronato alberga las reuniones del organismo homónimo y reproduce una cámara de oficiales de una fragata decimonónica. :p> / x� �f� class=MsoNormal style='margin-bottom:0cm;margin-bottom:.0001pt;text-align: justify;line-height:normal'>Agüeros en el camino de Burgos
Ya aguijan, ya sueltan la rienda. A la salida de Vivar vieron la corneja al lado derecho del camino; entrando a Burgos, la vieron por el lado izquierdo. El Cid se encoge de hombros, y sacudiendo la cabeza:—¡Albricias, Álvar Fáñez —exclama—: nos han desterrado, pero hemos de tornar con honra a Castilla!El Cid entra en BurgosYa entra el Cid Ruy Díaz por Burgos; sesenta pendones le acompañan. Hombres y mujeres salen a verlo; los burgaleses y las burgalesas se asoman a las ventanas; todos afligidos y llorosos. De todas las bocas sale el mismo lamento:—¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor!Nadie hospeda al Cid.—Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse.—EI Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la glera.¡Con cuánto gusto le hospedarían! Pero nadie osa, por miedo a la saña de don Alfonso. Antes de anochecer han llegado a Burgos cartas suyas con prevenciones muy severas y autorizadas por el sello real. Mandan que nadie dé posada al Cid Ruy Díaz, y que quien se atreva a hacerlo sepa por cierto que perderá sus bienes, y además los ojos de la cara y aun el cuerpo y el alma. Gran duelo tienen todos. Huyen de la presencia del Cid, no atreviéndose a decirle palabra.El Campeador se dirigió a su posada; llegó a la puerta, pero se encontró con que la habían cerrado en acatamiento al rey Alfonso, y habían dispuesto primero dejarla romper que abrirla. La gente del Cid comenzó a llamar a voces; y los de adentro, que no querían responder. El Cid aguijó su caballo y, sacando el pie del estribo, golpeó la puerta; pero la puerta, bien remachada, no cedía.A esto se acerca una niña de unos nueve años:—¡Oh, Campeador, que en buen hora ceñiste espada! Sábete que el rey lo ha vedado, y que anoche llegó su orden con prevenciones muy severas y autorizadas por sello real. Por nada en el mundo osaremos abriros nuestras puertas ni daros acogida, porque perderíamos nuestros bienes y casa, amén de los ojos de la cara. ¡Oh, Cid: nada ganarías en nuestro mal! Sigue, pues, tu camino, y válgate el Criador con todos sus santos.Así dijo la niña, y se entró en su casa. Comprende el Cid que no puede esperar gracia del rey y, alejándose de la puerta, cabalga por Burgos hasta la iglesia de Santa María, donde se apea del caballo y, de hinojos, comienza a orar. Hecha la oración, vuelve a montar, y, saliendo por la puerta de Santa María, cruza el Arlanzón. Al lado de Burgos, pasado el río, está el arenal donde acampa, manda izar la tienda y deja el caballo. Así el Cid Ruy Díaz, que en buena hora ciñó espada, cuando ve que no le acoge nadie, decide acampar en el arenal. Muchos son los que le acompañan. Allí se instala el Cid como en pleno monte. También le han vedado comprar sus viandas en el pueblo de Burgos, y nadie osaría venderle ni la ración mínima que se obtiene por un dinero.Fuente: Cantar del Cid. Según el texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal, con la prosificación moderna del Cantar por Alfonso Reyes y el prólogo de Martín de Riquer. Madrid: Espasa-Calpe, 1977.

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