Revista Cultura y Ocio

Nacer, crecer, comprar, vender, morir

Por Calvodemora
En literatura me sigue fascinando la brevedad, la concisión, la posibilidad de que lo extenso pueda ser rebajado sin que nada se pierda o, si se prefiere, el deseo de que esa rebaja, esa voluntad de acortar y de disminuir, posea la misma hondura que la novela larga, exhiba la misma musculatura narrativa que su hermana mayor. Está de moda lo breve, pero es el vértigo de estos tiempos, su zozobra, su cinética, la que ha izado al género. La propia tecnología fomenta que lo breve triunfe. Hay que ser concisos, hay que luchar contra lo extenso. Lo que no sé es si en esa operación sale perjudicada la eficacia narrativa y se terminan perdiendo matices y gana el formato y pierde lo que el formato acoge. A este estado de las cosas se suma la facilidad - bendita ella - con la que cualquiera pueda dejar huella en la senda de la literatura, esté donde esté la senda. Porque hoy en día todos podemos publicar, no hay nadie que esté apartado, no hay apestados, no existen. Basta un blog o una cuenta de facebook o de twitter para que yo mismo airee mis cavilaciones, y acudo a mí porque soy quien tengo más cerca y soy alguien que no está metido en la rueda de las editoriales, ni tiene visos de estarlo. Lo frenético de este mundo pide raciones breves, ocurrencias de un minuto, naderías formidables que se despachan en el autobús, en la pantalla del móvil o en uno de esos nuevos relojes sincronizados con nuestra vida cibernética y que nos informan, como quien mira la hora, de lo que se cuece en el mundo y de quién lo cocina. ¿Malo? No, no tiene que serlo. Que sea literatura o no tampoco importa. Más vale que discutamos sobre nuevos formatos de la escritura o sobre si escribir con esa austeridad conviene o no: el caso es que se escriba, la cosa es que sea la escritura el asunto del que hablamos y no otros, no sé, hay muchos y todos tenemos varios lamentables que invariablemente nos cercan. Pierden Thomas Mann y Marcel Proust, pierden Tolstoi y Faulkner. Al paso que vamos, si prospera esta logística de la lectura, será verdad que pierdan. En una generación o en dos, no tendremos lectores voluntarios de La Regenta o de Lolita. No estará el cerebro preparado para soportar la quietud que exige leer, no querrá esa dilatación de la trama, preferirá que le resuelvan la incógnita con rapidez al modo en que lo hace un cuento breve, uno de esos maravillosos microcuentos. Será el género en alza, el Género por antonomasia, desbancando a la novela, que ha sido el sostén de las letras desde hace casi tres siglos. La vida parece un aforismo. Naces, creces, compras, vendes, mueres. Importa la violencia del contenido: que llegue bien y llegue pronto. No interesa que se ramifique, no habrá nada bueno en que el autor se entretenga en declarar su amor por la periferia, por las emociones prescindibles. El problema es creer que hay emociones prescindibles. No me extiendo más. No vaya a ser que parezca una novela. 

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