Revista Cine

Ne change rien (Pedro Costa, 2009)

Publicado el 05 abril 2010 por Ventura

Torturas

La obra de arte se ha liberado de la muerte por el acto de resistencia prodigado por Gilles Deleuze. Serge Daney también defendió que dos de los más grandes cineastas, Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, fundamentaron su cine en una manera de resistencia. Pedro Costa, en la filiación de una cierta tradición de arte, llega en Ne change rien con una película que lucha en todo momento contra la representación acordada en el arte musical, contra la insólita idea de que el cine es música, contra la exaltación eufórica de las canciones. Cine de oposición, no es menos un cine de cabeza que conduce a la idea irreductible de que las películas más modestas pueden todavía considerarse un lugar en el que el hombre se encuentre consigo mismo dentro del mismo escenario. En Ne change rien Pedro Costa filma a su amiga Jeanne Balibar en su trabajo como cantante después de filmar a Straub/Huillet, otra vez más sobre la invención de la creación artística.

Ne change rien (Pedro Costa, 2009)

Ir al cine hoy en día sigue siendo un extraño milagro. ¿Qué hacemos? Compramos una entrada que nos da derecho a instalarnos en una butaca y ver, entender, pensar o sentir la danza motivada por las sombras sobre una pantalla en blanco. El dispositivo cinematográfico que consiste en dar brillo a las ilusiones mantiene la distancia con las ilusiones y con su propia extrañeza. El último film de Pedro Costa refuerza esta sensación increíble de asistir a una experiencia insólita. Comenzamos viendo a una tropa de fantasmas bajo un dosel de luces dispersas; unas manchas oscuras y unos focos luminosos esbozan los contornos de unos músicos y de la cantante y actriz Jeanne Balibar en concierto. Todo está aquí, como una imagen, reducido en un solo plano: No cambia nada, la historia de Pedro Costa y la de la troupe de músicos será la misma que la de las sombras que trabajan en explosión de luz que irradian los cuerpos, como las obras que ellos fabrican. La ficción partirá, felizmente, sobre la eclosión de la oscuridad de una obra artística, a fuerza del trabajo y la repetición. A raíz de este primer planteamiento inicial en el que se ensaya una canción titulada Tortura, Costa filma de cerca el rostro de la cantante Jeanne Balibar en el estudio de grabación. El escenario está listo, los personajes están presentados; como en el teatro clásico, como en la tragedia griega, todos los personajes están introducidos antes de romper el hilo de la historia. La gran contemporaneidad del cine de Pedro Costa no es reducible a una cierta tradición narrativa, mediante la inversión de toda la historicidad teleológica y progresista del cine. Lo que importa no es aquí, como en Cameron (puesto que el nunca está de actualidad), inscribir su obra dentro de un testamento, a menudo vano, sino que las innovaciones dan aquí una sensación de presencia, después de un tiempo recluido en el campo del documental, como algunos han querido ver después de No quarto de Vanda. Pedro Costa ha dicho varias veces que detesta el documental, sus películas se ajustan plenamente con el régimen de ficción, con lo que el pretende y ha dado forma. Ne change rien no es una excepción.

Introducida en los primeros planos, la ficción puede revelar su contenido. Su naturaleza es doble. Mientras anuncia su desinterés por el documental, Pedro Costa trabaja un cine donde la calidad magistral se consigue al combinar en un mismo cuerpo los huesos del documental con la carne de la ficción. Espigando momentos del presente de Jeanne Balibar, Pedro Costa con su montadora Patricia Saramago, articulan y organizan su propio camino para desarrollar una ficción. La naturaleza de esta ficción es ambivalente, ya que puede leerse desde la perspectiva del documental (la creación artística, ¿se consigue con el agotamiento del trabajo?) como a través de la intriga que establecen las letras de las canciones. Amigo de Jacques Rivette, Costa, más que nunca, dice: “todo film es un documental sobre su propia creación”. En el orden de la ficción, Ne change rien dispone  de las canciones para formar su línea narrativa, destacando al mismo tiempo un retrato erótico de Jeanne Balibar. Los dos primeros planos que filma Pedro Costa muestran la sensualidad de la actriz, su pelo ondulado, la caricia de sus labios en el micrófono, su mirada de “mujer fatal”, la pose lánguida con que susurra la letra de su canción Johnny Guitar, todo contribuye a la creación de un ídolo divino. Como en su Trilogía de Fontainhas (Ossos, No quarto da Vanda y Juventud en marcha), Pedro Costa atribuye a las bagatelas la semblanza de cosas nobles. En esa Trilogía ya era fácil percibir en los cuerpos de los emigrantes caboverdianos las figuras de Rembrandt o en las caras de las hermanas Duarte, retratos a lo Vermeer. En Ne change rien son las pinturas del Caravaggio las que recuerdan las apariciones de Jeanne Balibar y sus músicos. Reconocemos perfectamente eso que Adrian Martin llama, a propósito de la última película de Costa, “blancos que queman, negros que devoran”, esa pasión por la carnalidad de los cuerpos y por la exaltación estética de las figuras.

Ne change rien (Pedro Costa, 2009)

El encanto del primer tramo de la película proviene del uso de un blanco y negro tenebroso, un suave trabajo de calibración, similar al trabajo de William Lubtchansky para Philippe Garrel, ese blanco y negro carbonoso que baña los rostros y los cuerpos y traza una sombra que los camufla. Ese blanco lechoso, irisado que surge de la oscuridad, no es tanto por la evanescencia de un cuerpo recién lavado en la pantalla que por el resultado de un trabajo de iluminación. Si Jeanne Balibar parece tan espléndida ante la cámara de Pedro Costa, al punto de alcanzar la belleza de una Gene Tierney, es gracias a la paciencia y al mimo con los que Costa la filma. El camino recorrido en la película discurre entre una oscuridad casi total de la secuencia inicial hasta finalizar en una última secuencia, en la que aparece una muy pálida luz. Entre esos dos momentos, todo el film es una continua progresión lumínica. Esta visibilidad progresiva del cuerpo de Balibar no es nunca forzada, sino que parece como una progresión en su método de trabajo, un trabajo que aquí se nos antoja como una necesidad vital. Por ese motivo, Costa repite y repite secuencias que surgen por la propia ética de la calidad del trabajo. Ne change rien responde a la idea de que lo más importante de una obra de calidad no es el prestigio que consiga sino el proceso de trabajo que se ha llevado a cabo. De las canciones de Jeanne Balibar no sabremos nada en la película, únicamente lo que las precede (las repeticiones y los arreglos) y lo que las sigue (los conciertos). Lo mismo pasa en las escenas de su trabajo para Le Périchole de Offenbach, donde Costa no nos muestra nada, relegándolo todo al fuera de campo, pero cuando Jeanne Balibar ensaya con su profesora de canto, Costa se detiene en su rostro, a veces exasperado de tanto repetir, fijándolo en el centro del plano.

Una de las grandes influencias del método de  Pedro Costa no proviene de Ford, Tourneur o Straub (a los que continuamente menciona) sino del Yasujiro Ozu que estaba convencido de que “una mesa y tres personajes hacen una película”. Ne change rien, como siempre en Costa, construye un espacio en el que todos habitan todos los personajes. Los encuadres y los raccords entre ellos invierten tres espacios: el escenario (el que abre el film y regresa en varios encuadres), el lugar de ensayo (el estudio situado en un ático de Sainte-Marie-aux-Mines) y el teatro (en el que se ensaya La Périchole). Entre esos lugares es donde Costa teje el hilo entre sus personajes, por la duración de los planos y por los que allí tiene lugar, se infiltran dos planos irreductibles entre las demás áreas de la historia: el primer plano de Jeanne Balibar en el ensayo de Adelante, adelante, soldado de La Périchole y un plano medio de dos mujeres japonesas en un café de Tokio. El primero, como un gran plano bergmaniano, suspende su conexión con el espacio y el segundo, el que rompe con el resto de la película, al no estar en él presente los músicos, es un claro homenaje a Ozu. Esos dos planos excepcionales funcionan como dos etapas en la progresión de la película hacia el esplendor.

Ne change rien, título incongruente pues todo en la película procede del movimiento, como sucede en la Trilogía de Fontainhas y continúa en ¿Dónde yace tu sonrisa escondida?, aparece como una nueva dirección o un paréntesis (sus próximas películas nos lo dirán) en la que mas que asistir a una desaparición, asistiremos a un nacimiento y a una progresión. Después de haber filmado la desaparición de un barrio, Costa filma la creación de una obra. El gusto por el renacimiento ya estaba en Vanda, Straub, Huillet o Ventura, pero Costa encuentra en Ne change rien su imagen más sensual.

Juan Antonio Miguel.


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