Revista Arte

No cuesta nada hacer las cosas bien

Por Insane Mclero @insanemclero
NO CUESTA NADA HACER LAS COSAS BIEN

Os sonará habitual y hablo en particular del Metro de Madrid, aunque esta escena se repite una y mil veces en dónde quiera que vayas. Esa persona que justo entra en el vagón del tren dos segundos antes de que las puertas se cierren con el único objetivo de ganarse la vida dignamente. De repente te fijas, y antes de que te des cuenta, te ha deseado un feliz día y un disculpen las molestias, mientras va encendiendo todos los cachivaches que el pobre, o la pobre - no haciendo ninguna alusión a lo económico precisamente- tiene que cargar a cuestas todo el día. Todo encaja cuando saca un instrumento, que muchas veces no sabes ni que procedencia tiene, y empiezas a escuchar música.

Es curioso ver las caras y la desagradable indiferencia que muestran los viajeros del vagón, o transeúntes si el contexto se disputase en la calle. Yo me fijo, y mucho. Observo como siguen a lo suyo, mirando el precioso cableado subterráneo, ojeando sus libros, contemplando el color de sus cordones, , mirando a dónde sea con tal de no mirar a los ojos al que está tocando aún con la respiración agitada después de la carrera que se acaba de meter. "Ya está el cantamañanas éste jodiéndome la canción que estaba escuchando", "Así no hay quién lea ni dos páginas", podrían ser dos de los titulares más comunes que llevan en la frente más de uno y que no tienen ningún problema y mucho menos remordimiento alguno, en hacérselo notar al protagonista en cuestión.

Trasladando el contexto a la calle. Hace aproximadamente un año, caminando por la Gran Vía de Madrid, me encontré a un batería callejero, se hace llamar "El Loren", haciendo música de una forma muy original: cubos de plástico, sartenes, platillos, chapas de metal...Cualquier cosa le vale. Al día siguiente, sin conocerle de nada, nos citamos en una calle céntrica de Madrid para hacerle un video y demás. Tampoco hacía falta ser muy espabilado para darse cuenta que había momentos en el que se sentía incómodo y acabé preguntándole el porqué. Me habló de la poca simpatía que mostraban a veces las autoridades locales en que se toque en la calle y también habló de las multas que pueden recibir, de ahí que no estuviese cómodo, utilizando los mil ojos, quién iba a estarlo...

Ya sabéis cómo funciona esto, viene el policía de turno y a veces, si tienes suerte, amablemente te dice todo de buena fe y que esto no depende de él, que él es un mandado, y en muchas ocasiones es verdad. En definitiva, vete a quejarte allí y a ése y si te decides a ir, luego tendrás que ir allá a hablar con tal y Pascual. La pescadilla que se muerde la cola y que entra en juego siempre en España, haciéndole complicado al ciudadano de a pie la posibilidad de quejarse porque posiblemente la cadena de incompetentes por la que tienes que pasar es tan larga, que no sabes ni por dónde empezar, y el tiempo, aquí más que nunca, a veces es más valioso que el oro. Así que muchos no se pueden permitir el lujo de esa pérdida de tiempo, porque para algunos implicaría algo tan simple como no comer.

En realidad no sé si es que nos hemos acostumbrado a ver como un agente que le han dado autoridad, corte el grifo a músicos de la calle, un lugar público que es tanto mío, como suyo, o tal vez como un agente de seguridad del Metro les coge por el brazo y les echan de los vagones como si fuesen delincuentes o como si fuesen a transmitir algún tipo de virus al personal.

Entiendo que algunos no les agrade escuchar 3 acordes de guitarra desafinados a las 8 de la mañana, o escuchar una dulzaina a todo trapo, o ver como tres mariachis con más instrumentos que personas te intentan teletransportar a México después de haber tenido un mal día. Hasta aquí lo comprendo. Pero seré honesto, lo que sí que no entiendo es la falta de respeto y la máxima indiferencia que se les tienen cuando lo máximo que vas a estar con estas personas son cinco estaciones mal contadas. Aguanta un poco,¿no crees?.

Saca tus auriculares de tus oídos por un instante, o deja de leer por 3 minutos ese libro, mírales a la cara al menos. Porque no sé si en realidad lo que más nos molesta es que nos incomoden de camino al trabajo, a la universidad, o a dónde quiera que sea que vayamos, o si una vez más en este país, lo que más nos jode, es que nos pidan pasta.

Os aseguro que a más de uno les encantaría tocar en teatros, o hacer conciertos dirigidos a personas que sí que valorarían su música, pero las cosas están así y lo único que intentan es jugar sus cartas en esta vida de la manera más digna que pueden.

Respetemos un poco más.


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