Revista 100% Verde

¿No es evidente que no es un accidente de tráfico?

Por Cesarchaves @hogar_verde

Siniestro vial, también llamado accidente de tráfico

Quienes me conocen saben que no uso la expresión accidente de tráfico. La rehúyo a no ser que esté citando un texto en el que se encuentre inscrita. Por pura convicción. Porque la palabra accidente a mi entender evoca algo que tiene que ver con el azar o la casualidad, y como sabemos cualquier… accidente es de todo menos casual. Si acaso, causal. Me decanto por llamarlo siniestro vial o siniestro de tráfico; ambas formas tienen una connotación tan negativa como el hecho que designan.

Este mes, en la revista Tráfico y Seguridad Vial, que edita la DGT, Anabel Gutiérrez ha publicado un interesante reportaje sobre este asunto. Ha recogido cinco ejemplos de accidente de tráfico y los ha puesto a disposición de un fiscal de seguridad vial, un abogado, una filósofa, un psicólogo y un sociólogo, y hasta ha consultado al secretario de la RAE sobre lo de llamar accidente a lo que no es un accidente. Y entre unas y otras explicaciones veo algunas conclusiones llamativas.

Siniestro vial, también llamado accidente de tráfico

Las víctimas llevan años reclamándolo y la OMS lo convirtió en el lema de una campaña: hay que cambiar el término “accidente de tráfico” por otro más correcto, puesto que no es un suceso imprevisible.

Con este lid arranca el reportaje, y yo no puedo estar más de acuerdo con la petición. Golpe, colisión, choque, si queremos especificar; siniestro, si nuestro ánimo es más generalista. Pero, ¿accidente? Quizá una de las intervenciones que más me llaman la atención es la del secretario de la RAE, que se reafirma en el uso de esta palabra:

La terminología correcta en español para referirse a accidente es llamarlo accidente.

Abro el diccionario y busco el término. Dudo entre la segunda y la tercera acepción del vocablo:

accidente. (Del lat. accĭdens, -entis). 1. m. Cualidad o estado que aparece en algo, sin que sea parte de su esencia o naturaleza. 2. m. Suceso eventual que altera el orden regular de las cosas. 3. m. Suceso eventual o acción de que involuntariamente resulta daño para las personas o las cosas. Seguro contra accidentes. 4. m. Indisposición o enfermedad que sobreviene repentinamente y priva de sentido, de movimiento o de ambas cosas. 5. m. Pasión o movimiento del ánimo. 6. m. Irregularidad del terreno con elevación o depresión bruscas, quiebras, fragosidad, etc. 7. m. Síntoma grave que se presenta inopinadamente durante una enfermedad, sin ser de los que la caracterizan. 8. m. Gram. accidente gramatical. 9. m. Mús. Cada uno de los tres signos, el sostenido, el bemol y el becuadro, con que se altera la tonalidad de un sonido. 10. m. pl. Rel. Figura, color, sabor y olor que en la eucaristía quedan del pan y del vino después de la consagración. ~ de trabajo. 1. m. Lesión corporal o enfermedad que sufre el trabajador con ocasión o a consecuencia del trabajo que ejecuta por cuenta ajena. ~ gramatical. 1. m. Gram. En la gramática tradicional, modificación flexiva que experimentan las palabras variables para expresar valores de alguna categoría gramatical, como el género, el número, la persona o el tiempo. de ~. 1. loc. adv. ant. por accidente. por ~. 1. loc. adv. Por casualidad. Real Academia Española © Todos los derechos reservados

La segunda acepción me parece demasiado generalista. ¿Qué es un “suceso eventual que altera el orden regular de las cosas”? Pero es que la tercera opción de las que ofrece el diccionario, que para más inri queda ejemplificada con lo del Seguro contra accidentes, me parece una broma de mal gusto. “Suceso eventual o acción de que involuntariamente resulta daño para las personas o las cosas.” ¿Perdón? ¿Qué hay de esos siniestros en los que el conductor decide infringir las normas?

Pero, por encima incluso de eso, está la locución adverbial que cierra esta sección: “por accidente”, cuyo sentido queda absolutamente ligado al azar: por casualidad. Y ahí quería llegar yo. Detrás de cada siniestro hay una causa, o un cúmulo de ellas, las que sean. Ligar el suceso a una fatalidad del destino es impropio de los tiempos actuales, donde tenemos bastante claro cuál es el retrato de la siniestralidad, merced a los datos que se recopilan de cada colisión.

Golpe de chapa

Del “accidente” a la no asunción de responsabilidad

En el reportaje, el psicólogo Javier Urra —a quien he escuchado en algunas intervenciones en medios y que me parece brillante— entiende que aunque siempre haya causa, “no siempre hay culpa o responsabilidad”. Su ejemplo es “un conductor que saliendo de su garaje a 10 km/h se le cruza sin aviso una señora mayor que está sorda y no escucha el claxon”. Siento contradecir a Urra, pero el atropello que describe sería achacable al conductor, si para salir del garaje cruza la acera, o en caso contrario a la anciana, por más que sus capacidades sensoriales estén mermadas.

Otra cosa es que, como decía la definición del diccionario, la acción sea involuntaria, pero —una vez más— atribuir el atropello a los imponderables no sólo es inexacto sino que hace muy poco por mejorar la seguridad vial. Pensemos en el caso de una carretera en la que la señalización está mal puesta. Evidentemente, el técnico en señalización no tiene intención de hacer mal su trabajo, pero si de esa mala señalización resulta un siniestro con fallecidos, ¿hablaremos de accidente?

Señales de tráfico

Ante un factor de riesgo —una señora que puede ser atropellada— se imponen unas medidas preventivas: por parte del conductor, vigilar su vehículo cuando circula en presencia de ancianos, más aún si cruza una acera; por parte de la señora, vigilar la presencia de vehículos, más sabiendo que no los escucha con claridad. Dejar algo tan serio como es la siniestralidad vial en un limbo que no dominamos —el azar— supone volver a los tiempos en que las personas fallecían porque una deidad les había enviado una maldición.

¿Qué sería un verdadero accidente? Circular por una carretera y que de repente nos sorprendiera una fuerte nevada que nos hiciese patinar y perder el control del vehículo. Ojo, el accidente dejaría de serlo si antes de coger el coche hubiéramos escuchado decir en la radio que nevaría con fuerza y que lo mejor sería quedarse en casa. Eso pasaría a ser un siniestro con responsabilidad del conductor, por circular cuando no debe. Y si en la radio hubieran dicho que haría un sol de verano, la responsabilidad pesaría sobre el emisor de esa información.

En cualquier caso, el conductor es quien interactúa con los factores y decide en consecuencia.

Análisis multifactorial de la seguridad vial

El término “violencia vial”, desestimado

Se abre asimismo un interesante debate alrededor de un término que yo no acabo de ver, al menos no en todos los casos, por más que haya asociaciones de víctimas que lo defiendan. Se trata de la violencia vial. Aunque hay violencia vial en las carreteras, por ejemplo en el caso de conductores que absurdamente se pican contra otros conductores, o en el caso de conductores que circulan habiendo tomado drogas, hay muchos ejemplos que echan atrás este concepto.

Si a un conductor solitario y abstemio le patina el coche por culpa de una placa de hielo y vuelca, ¿de quién es la violencia vial?, ¿de la vía?, ¿del carácter del conductor?, ¿de su impericia?, ¿del hielo?, ¿del frío?

En este caso, el escenario que proponen desde la RAE es ilustrativo de cómo la violencia vial no puede aplicarse a todos los factores de riesgo, aunque sí a buena parte de ellos. Ante el factor vía, con presencia de hielo en la calzada, está el factor humano del conductor que debe saber reaccionar o bien desistir de la conducción cuando las condiciones meteorológicas o ambientales le superan.

Por ejemplo, ¿qué necesidad hay de meterse en un coche en la situación que vemos en este vídeo?

Desde luego, eso no es violencia vial, pero sí siniestros de tráfico debidos a una falta de educación vial galopante. Casi, como la que demuestra quien equipara, de forma algo torticera, los factores de riesgo inanimados con la violencia vial. Por su parte, el abogado consultado en la elaboración del reportaje habla de utilizar los mismos términos que se usan en el Código Penal español:

Sería imprudencia de tráfico aquella conducta del conductor que ha vulnerado normas del Código de Circulación [sic] produciendo daños corporales a terceras personas.

La imprudencia es, en efecto, un término que describe buena parte de la actitud presente en los siniestros motivados por la actitud del conductor al desatender las normas. Pero, ¿no es ese un modo de ser violento con la sociedad? ¿No tendrían razón entonces las asociaciones que piden que se hable de violencia vial? El único argumento válido para desestimar ese término es el de los factores que no quedan asociados a la temeridad del conductor.

Siniestro vial

Cinco siniestros viales y una preocupación final

Para acabar, los cinco ejemplos propuestos en el reportaje son siniestros viales, nunca accidentes o incidentes, como se llega a afirmar en alguno de los casos. Se trata de siniestros de libro donde la actitud de los usuarios de la vía es crucial para que ocurra algo que nadie habría deseado; esto es, el siniestro de tráfico.

El primero es un choque por alcoholemia del conductor, matizado con la excusa de que en cinco minutos de trayecto no va a pasar nada, el segundo es un siniestro en el que un menor sale despedido por no usar sistemas de retención infantil, el tercero es un siniestro vial debido a una conducción agresiva que tiene su origen en un sobresalto emocional, y el cuarto y el quinto son atropellos por falta de civismo, ya sea por parte de los conductores o, según el caso, del peatón atropellado.

Las tribulaciones de algunos de los expertos consultados son, como mínimo, preocupantes, y en más de un caso sientan las bases perfectas para que la situación no mejore. En el momento en que nos planteamos que cuando un niño se golpea contra una mesa no hay que decirle al niño que vigile sino que es mejor pegarle un manotazo a la mesa, por mala, es cuando comenzamos a perder de vista la verdadera dimensión de las cosas.


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