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¿No hay que mezclar política y deporte?

Publicado el 25 septiembre 2017 por Miguelm86

¿No hay que mezclar política y deporte?

“No hay que mezclar política con deporte”. Es una frase habitual y recurrente. En mi opinión, desacertada. ¿Por qué? Porque todo es política. Y más en un deporte plenamente mercantilizado y mediatizado como ocurre en estos tiempos. El problema viene cuando esa frase se pronuncia únicamente en contextos que le interesan a la persona que lo pronuncia. Normalmente suelen ser periodistas, deportistas o políticos. Ejemplos, hay miles. Pero, qué extrañamente, casualidad o no, suelen ir siempre en la misma dirección.

Hace 5 años, cuando todavía no había estallado definitivamente el ansia de un referéndum en Cataluña, la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, dijo la famosa frase antes de una final de Copa del Rey entre Barcelona y Athletic más recordada por la pitada al himno que por otra cosa. Más recientes son las críticas al Barcelona por su marcado carácter oficial independentista. En este caso fue, entre otros, Fernando Martínez Maíllo, coordinador general del PP. Allí estaba: “No se puede mezclar política con deporte”.

Hacer frases grandilocuentes y vacías tiene el problema en que se te pueden volver en contra. Igual me equivoco, pero no he escuchado a esos mismos políticos reprocharle a Rafael Nadal que diera su opinión sobre el referéndum catalán. El tenista está en contra. ¿Aquí no sale nadie a decir que no hay que mezclar política con deporte? Tampoco he escuchado críticas de los defensores de la “pureza deportiva” al jugador del Almería Morcillo, que dedicó su gol a la labor de la Policía y la Guardia Civil el pasado fin de semana. Tampoco he oído a Martínez Maíllo criticar al jugador Roberto Soldado, entre otros ejemplos.

El periodista Quique Peinado, autor entre otras cuestiones del libro (altamente recomendable) “Futbolistas de Izquierdas”, lleva defendiendo años algo que resumió bien en un par de tuits: “Los deportistas tienen derecho a hacer política, las aficiones, los clubes… Todos, de todos los colores y todas las ideologías. ¿Que os molesta cuando son contrarios a vuestra ideología? Pues claro. Pero se acabó la cantinela esa. Ya no cuela”. Un humilde servidor está plenamente de acuerdo. Se habla de política en los bares, en las familias, en los taxis, en la calle. ¿No puede hacerlo un deportista o un club deportivo? Gustará o no, como dice Peinado, pero no encuentro ninguna razón lógica para criticar o impedir que se haga. Quien lo hace conoce sus riesgos, que se lo digan a Gerard Piqué, pitado y criticado hasta la saciedad por, entre otras cosas, defender sus ideas independentistas.

Pero es que si nos vamos más allá, no hay que obviar que lo de “mezclar la política con el deporte” es un mensaje falaz. No se puede mezclar salvo cuando las entidades públicas rescatan con dinero público a diferentes clubes. Tampoco se puede mezclar salvo cuando se hacen negocios en los palcos de ciertos clubes relevantes. No se puedes mezclar ambas cosas salvo cuando has tenido cargos públicos deportistas en activo.

El deporte, como fenómeno de masas, siempre ha sido un medio de transmisión política. Para bien, o para mal. Las dictaduras del siglo XX utilizaron a sus deportistas en los JJOO como propaganda de sus “grandes naciones”. Varios países no asistieron a los JJOO de Moscú 1980 por las tensas relaciones políticas entre EE.UU y la URSS. En la retina de la historia, gestos como el de los atletas Tommie Smith o John Carlos con el puño en alto contra el racismo en México 86. Ejemplo hay decenas. Seguro que en alguno de ellos salió alguien en España a decir, “no hay que mezclar política con deporte”.

Desconozco las realidades concretas sobre este tema en otros países. Pero durante los últimos días hemos conocido dos ejemplos muy interesantes. Por un lado, el enfrentamiento entre Donald Trump y los todopoderosos jugadores de la NBA o la NFL. Stephen Curry y Lebron James, probablemente los dos mejores baloncestistas en activo del mundo, han plantado cara al presidente de EEUU. Golden State Warriors, campeones de la NBA, rechazaron ir a visitar la Casa Blanca, como marca la tradición. El motivo no es otro que una oposición frontal a las declaraciones de Trump respecto a las protestas de jugadores de la NFL negros contra el racismo. EE.UU, que tiene sus cosas, nos gana por goleada en este tipo de asuntos. Muchísimos deportistas de altísimo nivel hacen campaña por uno u otro partido. Impensable en España.

Como también es poco probable que clubes importantes se posicionen tan claramente en contra de la ultraderecha en el fútbol como lo ha hecho el Borussia Dortmund, “casualmente” un día después de que la AfD entrara en el Parlamento. Aquí, aunque reconozco que se han hecho avances como penalizar insultos racistas u homófobos, queda mucho por hacer.

Jugadores proscritos

La relación entre política y deporte ha provocado casos curiosos sociológicamente hablando. Me centraré en tres de ellos. Eñaut Zubikarai era un portero de la Real Sociedad en 2011. El Hércules estaba a punto de ficharlo. Pero no lo hizo por sus vínculos con la izquierda abertzale y la pertenencia de su padre a ETA. Según cuentan las crónicas, una gran masa de aficionados, junto a algunos directivos del club cuando conocieron “su historia”, rechazó el fichaje.

Salva Ballesta. Ex-jugador de fútbol en 2013, estaba a punto de fichar como segundo entrenador del Celta. No lo hizo, como él mismo comentó, por la presión de los aficionados vigueses. El ex-delantero no se ha callado la boca nunca, definiéndose como “patriota”, ofreciéndose a ir a la Guerra de Irak o señalando sobre Oleguer que “le tenía más respeto a una caca de perro”.

El último caso sonado ha sido el de Roman Zozulia. Un ucraniano desconocido en España salvo por jugar con su equipo, el DniPro, en Europa League. Llegó a Betis la temporada pasada. No rascó bola y el club buscó cederlo al Rayo Vallecano. Mala elección. Desde que la negociación salió a la luz, la afición del Rayo rechazó su llegada. Se dice, interesadamente, que sólo fue rechazado por los “Bukaneros”. Pero no es cierto, la gran mayoría de peñas se posicionó de la misma manera. ¿El motivo? Diferentes documentos audiovisuales en el que Zozulia mostraba su apoyo a un batallón paramilitar de ideología neonazi en Ucrania. O fotografías alabando a Stepan Bandera, un colaboracionista nazi de la Segunda Guerra Mundial y muy venerado por la ultraderecha ucraniana. Él se defendió diciendo que sólo era un nacionalista y patriota. Finalmente fichó por el Rayo pero la presión era tal que no llegó a vestirse las botas y volvió al Betis.

Se presupone que el fútbol está hecho para las aficiones aunque cada vez esa afirmación esté más alejada de la realidad en los tiempos de fútbol moderno que corren. Estos tres ejemplos son significativos de la fuerza que pueden tener en un momento dado la masa social. Son los menos, está claro. El fútbol es sentimiento. Se odia a jugadores que pasan al eterno rival. Se odian a jugadores que te metieron aquel gol que te condenó hace años. Se aman jugadores de pundonor, que se dejan todo por el escudo. Y toda esta iconocidad que mantiene vivo el fútbol incluye también los pensamientos de los jugadores. Para bien, o para mal. Tanto derecho tiene Salva a decir lo que piensa como los aficionados a rechazarlo. Punto.

Zozulia ha fichado por el Albacete. Ya lleva un gol y es en cierto modo la esperanza en la delantera para que el equipo se mantenga en Segunda División. Mi equipo es el Albacete. De toda la vida. No me hace gracia su fichaje. No me siento cómodo. No me gusta. No hace falta que explique mucho más. No voy a dejar de ser del Alba por ello ni a devolver el abono pero tengo sentimientos encontrados. Aquí, aunque afortunadamente los neonazis que poblaban las gradas en los 90 y principios de los 2000 ya no están, se le ha recibido con ilusión y como mucho indiferencia. Las críticas, al menos en redes sociales, son las menores.

Yo soy de los que piensa que el fútbol tiene que transmitir ciertos valores. Y desde luego, las simpatías con grupos neonazis no son el mejor ejemplo. Hay quien puede argumentar que mientras meta goles, da igual lo que haga en su vida privada. Un argumento difícil de defender cuando en los campos se multan los insultos o pancartas racistas. O con la cruz gamada. No es el caso de Zozulia pero, ¿aceptaríamos a un jugador que tiene proclamas racistas en sus redes sociales? No todo vale ¿Aceptaríamos a un maltratador que tenga orden de alejamiento por maltratar a su mujer? ¿Los que quieren a Zozulia dirían lo mismo de Zubiakarai? Y así se me ocurren muchas preguntas cuyas respuestas no sé si quiero escuchar.

“Cuando uno habla o se posiciona está expuesto a tener consecuencias. Tienes que asumir que eso puede ocurrir”, nos comentó Peinado hace varios años. “Prefiero cien mil veces a algún Salva Ballesta que a algún futbolista siendo de izquierdas prefiere callarse por evitar problemas”, añadía. Y yo que, soy de los que defiende la libertad de expresión, estoy de acuerdo. Con todo lo que conlleva. Para bien, o para mal. Con la certeza de que puedes ganar o perder seguidores.


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