Revista Opinión

No se puede ser liberal y apoyar a Trump

Publicado el 21 enero 2017 por Vigilis @vigilis
No soy mucho de de poner a funcionar la impresora de carnets de liberal porque es una actividad inútil y además suele ser mejor dejar que la gente sea feliz con su visión de sí misma aunque viva en un perpetuo error. Sin embargo, despersonalizando el asunto, no podemos ser ingenuos y asumir para el liberalismo victorias, fracasos, estéticas y razones que no son del —amplísimo y heterogéneo— ámbito del liberalismo.

No se puede ser liberal y apoyar a Trump

#winning

Pongamos que el mundo que conocemos tiene un padre que es el liberalismo y una madre que es la socialdemocracia. Los liberales solemos quejarnos de la "mamitis" que tiene el mundo, sobre todo Europa, con su insaciable apetito por más derechos positivos y estados que nos lleven de la cuna a la tumba. Es la socialdemocracia la que malcría políticamente a la gente. Por nuestra parte, el liberalismo es el que, primero, trae el dinero a casa (esta es una familia tradicional y antigua), segundo, echa las broncas (las sociedades son fuertes cuando los gobiernos son austeros) y tercero, funda la familia y las relaciones con otras familias. Desarrollo este último punto porque viene a cuento de lo que quiero explicar.
El orden mundial que conocemos se debe al liberalismo político. La idea del estado-nación es la base del liberalismo. El estado-nación surge por oposición al estado-finca. Los países pasan de ser cotos privados de caza o fincas particulares a ser naciones políticas. Trasladar la soberanía de una o varias familias a todos los habitantes es la gran transformación política que inaugura lo que entendemos por Edad Contemporánea. El vasallo pasa a ser ciudadano.

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Yo soy más termidoriano pero la historia es la historia.

Una vez creado el estado-nación y el concepto de soberanía nacional, el desarrollo y evolución de la idea democrática contemporánea lleva a que el ciudadano pueda ser legislador. A partir de ahí ocurre una cosa muy curiosa y es que pese a las dificultades de cuadrar millones de aspiraciones individuales más o menos la cosa funciona: las sociedades liberales y demoráticas son las más libres en términos banales (desplazarte, hablar, organizarte, etc.), también las más prósperas y curiosamente las más seguras, menos conflictivas, más poderosas militarmente, más sanas y mejor educadas. A ver, que yo defiendo la libertad individual por motivos éticos pero incluso el utilitarista se ve obligado a reconocer que la libertad funciona. Es tan sencillo que parece que se esconde alguna mentira pero no: la libertad funciona mejor que la alternativa.
Es tal el éxito del liberalismo al fundar la Edad Contemporánea que incluso los países que no tienen un sistema liberal de gobierno se ven obligados a funcionar con la idea de soberanía nacional. Las dictaduras más horribles que hay sobre la tierra —Cuba, Corea del Norte, Francia (jiji), etc— se ven obligadas a apelar a la nación y por tanto a jugar con conceptos liberales, pues saben que si son sinceras reventarían.

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Cádiz, 1812.

Hace 25 años cae el Imperio del Mal y con ello no sólo se expande el orden liberal por la antigua finca comunista sino que los países descolonizados en la posguerra comienzan procesos de transición sin la injerencia soviética que creó tantas miserias, hambres y guerras civiles. El orden liberal se expande a Europa Oriental, Asia y África.
Con la idea liberal compartida ampliamente por todo el orbe, el acuerdo se hace más sencillo: aparecen enormes áreas de libre comercio y libre circulación. Casi todas las plataformas continentales tienen algún tipo de acuerdo transnacional económico, comercial y de circulación. Paralelamente, aumenta la prosperidad y con ella la salud, la educación y la seguridad. Es tal el triunfo que las amenazas internacionales surgen del terrorismo —el terrorismo es evidencia de impotencia política y de fracaso— y de pequeños países autocráticos que a quien más aplastan es a su propia población.
Es decir, el liberalismo no sólo crea que el estado contemporáneo sino los andamios que sustentan las relaciones entre esos estados. Jamás hubo algo parecido en la historia. ¡Qué gran época la nuestra!
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Esta es la forma de contar el liberalismo que más me gusta, la optimista: los liberales estamos ganando y cuando uno gana no se pone a la defensiva, cuando uno gana sigue atacando con el objetivo de obtener una victoria aplastante. Escucho a muchos decir que hay que "replantear cosas" porque hay gente simple que no le gusta el sistema, que prefiere una alternativa antiliberal. El problema es que toda alternativa antiliberal ha sido probada en el pasado y sabemos que funcionan peor. Y no funcionan peor sólo en el aspecto económico —un argumento demasiado manido— sino en el resto de aspectos que definen a la comunidad política, que definen a la comunidad de intereses compartidos, de logros y sufrimientos compartidos.

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Las cosas no se echan de menos hasta que las pierdes.

Esto a su vez no implica una defensa del inmovilismo. El liberal de hoy no tiene que ser el conservador de mañana. El mundo cambia —o mejor dicho: al mundo lo cambian— y hay que adaptarse a los cambios. Veo que por ejemplo en el tema de la inmigración hay propuestas para endurecer los criterios de acogida, algo que parece que tiene sentido ahora mismo pero que en una generación, con el cambio demográfico que se torna global, habrá que replantear de nuevo. Tenemos que lidiar con el problema terrorista probablemente incorporando nuevos frentes de choque. Y por supuesto nuestro gran cambio demográfico que es un asunto que como estamos metidos en él parece que no lo vemos. Lidiar con estas cuestiones aplicando un retroceso antiliberal no veo cómo puede ser mejor que continuar por el camino de la libertad, la prosperidad y la extensión de la ciudadanía.

Lo de Trump

No se puede ser liberal y apoyar a Trump

"I am growing stronger".

Donald Trump acaba de ser investido presidente y por tanto no se puede juzgar su presidencia pero seríamos ingenuos si no analizáramos su discurso. Trump habla de "America First", para resumir su modelo antiliberal de proteccionismo económico, nacionalismo étnico y aislacionismo diplomático. Yo creo que estos pilares no se pueden separar. Trump es coherente en su discurso y aplica un colectivismo antiliberal a todas las áreas de acción del estado.
No entiendo que se pueda decir que es antiliberal en lo económico-social y liberal en política exterior (esta es la tesis que maneja Rallo). El aislacionismo en política exterior no lo considero una característica fuerte del liberalismo, máxime en nuestros días en los que una mariposa bate las alas en Tokio y una oveja da a luz en Mondoñedo. Ciertamente el no intervencionismo militar tiene sentido para una presidencia liberal: uno se debe a sus electores y a su país y no se mete en asuntos ajenos. Pero hoy en día esta idea cambia ya que lo que opcurre en otro país afecta a la libertad del tuyo. Un ejemplo: si dejamos que Rusia siga creando inestabilidad e invadiendo países, nuestras libertades (y nuestros intereses económicos, la capacidad de firmar posibles acuerdos) se ven amenazadas. Por tanto, en muchas ocasiones una agresión a un tercero es una agresión indirecta contra nosotros y a partir de ahí la defensa es legítima, justa e imprescindible.
Sobre el proteccionismo económico hay poco que decir. A nadie se le escapa que la defensa de los "campeones nacionales" y la tendencia al autoconsumo son medidas que están en las antípodas de todas las ramas hijas del liberalismo. Chicago, Viena, Elección Pública, Liberalismo Clásico, Minarquismo, Gobierno Limitado y demás están todos de acuerdo en que esa no es una ruta liberal (los liberales recordamos demasiado poco las cosas que tenemos en común cuando en verdad todos aspiramos a lo mismo en diferentes dosis).

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Lo que pasa cuando no comercias.

Sobre el nacionalismo tribal o étnico o grupal, creo que no hay que comentar mucho: la excusa de "proteger a la nación" suele usarse para ignorar cuando no aplastar las aspiraciones individuales de la comunidad política. Una bandera gigantesca siempre augura malas noticias para el ciudadano-legislador. Poner la patria por encima del compatriota es antiliberal en el sentido de que ignora la base fundamental del liberalismo que es la de reconocer al ciudadano derechos que le son propios por el hecho de ser ciudadano y su dignidad como persona por el hecho de ser persona.
Esto no quiere decir que el liberal no tenga bandera (de hecho, algunos tienen varias, e incluso patrias sentimentales). Al relacionar el país de uno con una herencia histórica, con una tradición, con un respeto educado por lo que otros han construido es normal y suele ser común sentir aprecio por el país de uno. Nio existe antiliberalismo en ello ya que hablamos de educación y sentimientos. Ahora bien, esto sólo es posible en un ambiente de pluralidad política (esto es, en una sociedad liberal) que garantice la oposición y el control al gobierno. Entre las labores del gobierno no está la de decirle al ciudadano lo que tiene que sentir por su país aunque en muchas ocasiones se juegue a esto, sobre todo en las conmemoraciones de la historia nacional y en los asuntos que tienen que ver con la defensa. En las sociedades plurales estas contradicciones las dejamos pasar porque ya están asumidas y no percibimos qué puede tener de bueno abandonarlas.
Como nota frívola tenemos la propaganda antioccidental rusa para dar una nota de color gris al asunto. No es una coincidencia que los seguidores europeos de Trump sean a su vez condescendientes con la persecución de las libertades civiles en Rusia, sus crímenes de guerra en Siria y su amenaza a países fronterizos. Sobre esto sólo voy a decir que si apoya a Rusia es antiliberal. Da igual en qué siglo leas esto.

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