Revista Cultura y Ocio

No ser esclavo de nada

Publicado el 31 agosto 2015 por María Bertoni
Verónica Llinás ganó el premio a la mejor actriz en el 17º BAFICI.

Ésta es la primera película de Verónica Llinás como guionista y directora.

La mujer de los perros es, a juicio de quien suscribe, una de esas películas que ningún espíritu cinéfilo debería dejar pasar. Por eso este post arranca con los datos de un desembarco atípico -o por escalas– que corre el riesgo de provocar cierta confusión. De hecho, la película de Verónica Llinás y Laura Citarella llegará primero -este jueves 3 de septiembre- a la sala Leopoldo Lugones donde en principio permanecerá menos de una semana, hasta el miércoles 9. Ese día se trasladará al BAMA Cine para proyectarse a las 22, igual que los miércoles subsiguientes. El largometraje también se exhibirá los sábados 5, 12 y 19 de septiembre a las 20 en el Malba.

Antes que (volver a) señalar las dificultades que el cine llamado de autor o independiente encuentra a la hora de encontrar salas disponibles, vale imaginar que este film es tan trashumante y prescindente como su protagonista: una mujer que se desplaza por una pequeña porción del conurbano bonaerense, sin otra compañía que la de sus perros y sin otra pertenencia que la casilla que construyó a pulmón.

Poco más de hora y media dura el seguimiento de esta ¿desclasada? que no pronuncia palabra. No dice nada, y sin embargo la actriz que la concibió e interpretó -la siempre sólida Llinás– nos la hace carne, es decir, visceralmente nuestra. Tanto es así que el personaje nos acompaña tiempo después del encuentro en la pantalla grande, meses en el caso de quienes la conocimos en el 17º BAFICI.

Llinás empezó a escribir el guión con su hermano Mariano y terminó haciéndolo con la también co-directora Citarella. En cambio, se cargó sola su personaje al hombro. La secundaron permanentemente entre cinco y siete canes, y compartió apenas tres escenas -siempre sin hablar- con actores que sí tuvieron (escaso) parlamento: los también encomiables Germán de Silva, Juliana Muras y Juana Salazar.

La actriz se despoja de sí misma, de todos los personajes que alguna vez encarnó, y se convierte en una paria o marginal según los parámetros del statu quo, en una loca para algunos vecinos. Los espectadores la acompañamos a lo largo de un año entero, separado por estaciones (acaso esta película tenga ése y otros puntos en común con la impresionante Primavera, verano, otoño invierno y otra vez primavera de Kim Ki-duc).

La fotografía de Soledad Rodríguez y la música de Juana Molina acentúan la potencia hipnótica de este retrato que trasciende la figura del personaje, e invita a barajar preguntas y reflexiones de índole filosófica o existencial. Como el largometraje del realizador sur-coreano, éste también trata el tema de la libertad fuera de nuestra pequeña zona de confort burgués. En este sentido, la protagonista parece desconocer ese miedo que Erich Fromm describió más de medio siglo atrás, y evoca la definición de libertad atribuida a Séneca: “no ser esclavo de nada, de ninguna necesidad, de ningún accidente, y conservar la fortuna al alcance de la mano”.

En contra de lo que pueda parecer, La mujer de los perros dista de ser una aproximación sociológica a una porción de nuestro universo poblacional (los desheredados de la Argentina). Se trata de algo mucho más profundo, y libre de los prejuicios que a veces emanan de esos abordajes (pseudo)académicos.


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