Revista Libros

No soy de aquí

Por Isladesanborondon

NO SOY DE AQUÍ


NO SOY DE AQUÍ
   Salgo a la calle y la primera, en la frente. No, bastante más abajo, en mi zapato, ahora embarrado de caca de perro. Me cago… En un ejercicio de paciencia, Intento que la suela deje parte del pringue en el borde de la acera. De mal humor, me llego hasta el quiosco de prensa, que cada día se parece más a una tienda de chinos. No ha tanto tiempo que sobresalían torres de periódicos sudando al sol tinta barata por todos sus poros. Internet, pienso. El puto amo. Móviles que se mueven por sí mismos. La gente sujeta con mano firme esa batería prodigiosa. Fundamental para sobrevivir si eres un replicante. Y yo, estos días, obsesionado con los niños congoleños que trabajan en las minas de coltán. Mineral teñido de sangre. Suena mi móvil. Una voz anónima en nombre de la compañía me ofrece un modelo de última generación. « No me interesa, gracias».Y corto sin darle a mi interlocutor la oportunidad de insistir. 
   Es viernes, toca botellón, nadie lo anuncia porque todo el mundo lo sabe. Dentro de unas horas saldrán hordas de chavales desenfocados por la realidad convulsa, a embotarse de alcohol y drogas hasta las cejas.  El mono, el pedo, el colocón, el viaje, es una promesa que se da por supuesta. Supongo que si yo tuviera su edad, haría lo mismo. ¿El futuro? No flipes. Es un capítulo de Ciencia ficción. Otros, a esas horas de la madrugada, esta noche podría ser uno de ellos, pasearán solitarios por las calles bulliciosas de gritos y de música rabiosa saliendo de los coches aparcados. Podría ir al cine. La idea se descarta por sí misma, de sobra conoce mis manías. Viernes, sábado y domingo, prohibida la entrada a las salas dolby surround con palomitas. La combinación crujiente que no va conmigo. Yo soy un antiguo, de "Cahier du Cinéma".    Pero todavía es temprano, en los árboles escucho a un pájaro esforzándose por marcarse un trino, pero se asfixia como un asmático, y los dos hacemos un dúo de toses. Pulmones abrigados de humo, nicotina y polución en proporciones iguales. La calle también es territorio perruno, algunos se mueven melancólicos, otros enfermos de histeria tiran de la correa de sus dueños. Veo a algunas mujeres de piel café que arrastran niños con cara de cerdito, con restos de galleta y Nocilla hasta las orejas, tan bien uniformados como mal hablados. Veo hombres y mujeres trajeados de oficina, preparados para la guerra. Un guardia rompe con su silbato el nivel de decibelios permitido, las bocinas protestan su ineptitud para conducir el tráfico como es debido. Un rumano desenfunda su bote de jabón sobre los parabrisas de los coches. El conductor del autobús insulta al chófer del BMW que bloquea el carril de los proletarios. La dueña del coche, ajena a tanto follón por nada, sale de una tienda exquisita. Cerca, un chico se juega la vida en bicicleta. Una mujer en silla de ruedas intenta cruzar al otro lado de la calle. Dos coches aparcados en el paso de cebra, la obligan a avanzar por la vía. El autobús sigue tronando. Frente a la sede de no sé qué empresa, al son de proclamas originales tales como "El pueblo unido, jamás será vencido", un grupo de trabajadores exigen la devolución de su trabajo, aunque en su fuero interno saben que la batalla está perdida antes de iniciarla. "La conciencia nace con la rebelión, porque el que se rebela se respeta a sí mismo". Quizás Camus tenga razón, y en contra de mi desesperanza, quizás esta ciudad no esté perdida del todo, quizás todavía pueda "distinguirse a los viles de los honestos".
   En el número 8, un mensajero motorizado pregunta por una calle al portero del edificio, el guardián de la puerta llama al camarero, que apoyado en la pared de su local se fuma el último de la mañana. Un poco más allá, los operarios levantan la acera para enterrar más cables bajo el subsuelo, ya de por sí tan oscuro y enmarañado como mi ánimo. Se acerca un fulano y me pide algo para comer. Revuelvo en el bolsillo y encuentro una miseria, que sumada a otra, hacen dos miserias. Decido regresar a casa, por hoy, ya he visto suficiente gris. El azul del cielo también está ausente. Con el periódico bajo la axila, sin ganas de tomarme ese cortado que tenía pensado, vuelvo a la cueva de la nunca debí salir.

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