Revista Deportes

No soy importante

Publicado el 23 junio 2020 por Trescuatrotres @tres4tres

No, para ellos no soy importante ni cuando siento como el cosquilleo inunda mi estómago a sabiendas que en unos días juega mi equipo.

No, para ellos no soy importante.

No, para ellos no soy importante a pesar de que relleno muchas horas de mi vida pegado a la radio, sentado en mi coche, con el motor en marcha a pesar de haber llegado a mi destino.

No, para ellos no soy importante.

No, para ellos no soy importante, aunque encienda la televisión y consuma todo ese cacareo que disfrazan de información centrada en los dos gallos del corral.

No, para ellos no soy importante.

No, para ellos no soy importante, ni siquiera cuando hago el esfuerzo de acudir a un quiosco para adquirir una prensa que permanece al servicio del poder.

No, para ellos no soy importante.

No, para ellos no soy importante cuando elijo con esmero la bufanda que me pongo al cuello y la que se anuda en mi muñeca.

No, para ellos no soy importante.

No, para ellos no soy importante cuando tengo que consultar la letra del último cántico de los míos, ese que no soy capaz de identificar en la grada.

No, para ellos no soy importante.

Para ellos solo soy importante cuando estoy contigo, y contigo, y contigo. Para ellos no soy importante, pero para ellos sí somos importantes. Cuando nosotros somos miles. Cuando cientos de miles renovamos el carnet del club, la suscripción a una plataforma televisiva, o cuando formamos parte de una medición de los datos de audiencia.

Pero no, creo que ni así somos importantes. Es importante mi bolsillo. No yo. Son importantes nuestros bolsillos. Nosotros, no.

Ya hemos sido capaces de consumir más de cincuenta partidos de La Liga de la nueva normalidad. Y a mí, este jueguecito, no me convence. Las gradas aparecen serigrafiadas digitalmente por una turba que pretende representarnos. En la televisión, el sonido de las aficiones suena, que no resuena, en una imitación desacompasada que tristemente burla a la realidad. El juego de los equipos rara vez me conecta, más bien al contrario, me aburre y acabo apagando la tele. Antes del final de un partido. Impensable. La pasión del aficionado es vital. Pero no podemos verla, sentirla.

Entiendo perfectamente la necesidad de reanudación de este negocio en su vertiente económica. Entiendo que es un sector muy relevante a nivel europeo. Estoy dejando de entender su utilidad social. Supongo que no todo el mundo necesita ver el espectáculo de las gradas. Yo pensaba que a mi me bastaría con el juego, incluso con la competición, el amor al deporte, o a unos colores, pero no es así.

Han sido las medidas extremas que la clase dirigente ha tenido que tomar, las que nos han demostrado que todo lo que es el fútbol no es nada sin mí. Sin ti. Sin nosotros. Pero, de algún modo, a ellos no les ha llegado el mensaje, para ellos no somos importantes.

Es probable que la reanudación de algunas de las grandes Ligas permitan dar continuidad a un sector económico sostenido por una burbuja que se está mostrando más sólida de lo que parece. El opio del pueblo es difícil de abandonar y siempre cuenta con el favor político, sin duda. Quizás sea ese factor el que determine su durabilidad. Pero se han olvidado del aficionado.

Y, aun así, este despotismo futbolístico, esta especie de lema en el que se puede afirmar que "todo el fútbol para el pueblo, pero sin el pueblo", se está abriendo camino como Legolas entre los Uruk Hai de Isengard en la batalla del Abismo de Helm: con una facilidad pasmosa a pesar de la resistencia de los aficionados más radicales, e incluso de aquellos que no lo son.

¡Lo que no logre el miedo! No salimos, no nos reunimos, no nos abrazamos al celebrar un gol. Nos quedamos en casa y compramos televisiones más grandes en Media Markt o El Corte Inglés, sillones cómodos y mullidos en la Maison du Monde, o mecedoras de madera de IKEA. Así los goles, cuando llegan, no logran mucho más que un pequeño salto de ese cómodo y mullido sillón, o un crujido de la madera en esa mecida más intensa. Eso sí, qué bien lo vemos en nuestra tele, más cercana a la pantalla de un cine IMAX que a las 32 pulgadas de nuestras primeras televisiones planas, hace 10 o 15 años.

Los creadores de WALL-E previeron una humanidad obesa. Probablemente se equivocaron al no percibir el narcisismo comunitario que nos invade y que nos coloca, en postura de flor de loto, delante del espejo todos los días. Egos que provocan que músculos inexistentes salgan a la luz con una agudeza dolorosa impenitente. Pero lo que sí previeron los padres de ese adorable montón de chatarra es que el poder hipnótico de las pantallas rendirían a cualquiera. Incluso a ti. Incluso a mí.

Por eso, aunque mi mente mantenga ese resquicio de resistencia al sistema. Aunque sepa que yo no les importo, que lo que les importa es mi consumo, cuando haya terminado de firmar estas palabras, abriré la nevera, cogeré un botellín de cualquier cosa y, a renglón seguido, me sentaré en mi mecedora de IKEA, crujiente y entrada en años gracias a mi entrada en kilos, cogeré el mando y pondré el partido, sí, el de fútbol.

No, para ellos no soy importante. Pero, siguiendo el camino que nos han diseñado, algún día, serán ellos los que no me importen a mí.


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