Nunca he sido yo muy de labios rojos hasta que una Nochevieja en la que tocaba trabajar hasta la hora de la cena, una de mis compañeras decidió pintármelos. Y descubrí un mundo nuevo.
No sé sí será verdad esa especie de terapia que producen en una misma pintarse los morros rojos según la cual una se va mejor y lo ve todo de otro color, y tampoco he contrastado si es cierta esa estadística que en tiempos de crisis las ventas de pintalabios se disparan pero lo cierto es desde aquel 31 de Diciembre, mis ojos se van solos detrás de unos labios rojos.
Me encantan. El contraste con las sonrisas blancas, ese puntazo que le dan los labios rojos a algunos looks, esos besos marcados en la mejilla… Me encantan.
Estoy en ese nivel de adoración de los labios rojos que me atrevería a decir a todas las novias que en una de las pruebas de maquillaje se pusieran los labios rojos. Probad. Por probar no se pierde nada y quizás se gane el look de novia que no encontrabas en las anteriores pruebas. Probad. Probad en las pruebas oficiales y también en casa, coge ese pintalabios rojo destinado a las noches de fiesta y píntate los morros, ponte una camiseta blanca y hazte un recogido de esos informales que quedan más perfectos que el día que quieres conseguirlo y no hay manera y siéntete una novia en tu salón. Quizás tú chico no entienda esos labios rojos para no salir de casa pero seguro que tampoco le extraña, en realidad, los novios terminan por entender esa pequeña locura transitoria que en algún momento de los preparativos surge en las novias.
Labios rojos para enmarcar sonrisas enormes.
Labios rojos para dar glamour a esas lágrimas que se escapan por tus mejillas.
Labios rojos para el día más feliz de tu vida.
Labios rojos como, casi, una filosofía de vida.
FOTOS: Javier Gurrea
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