Revista Cultura y Ocio

Nuestro año en Colombia (I): ¡hola Bogotá!

Por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por Rober Cerero

Hace mucho tiempo que no me liaba a teclear mis típicas mierdas. Demasiado. Cualquier excusa parecía suficiente: que si el máster no je qué, que si el trabajo no je cuanto, que si el pavo en el horno… Pero, gracias a Dios –al que sea ¿eh?, que aquí somos muy tolerantes-, hace poco me surgió una excusa aún mejor, pero esta vez para retomar el blog: me iba a vivir a Colombia.

Sí señor, a la orden, siga, a Colombia que nos íbamos. ¿A santo de qué? A currar para la embajada, chico ICEX y tal. ¿Pero Colombia dónde? Bogotá, Bogotá. Abuela, tranquila, que Colombia no es lo que era. Pero ¿y cuánto tiempo? Pues un año, pero que vuelvo en verano, de verdad. ¿Pero solo? No joé, con cinco compis más del máster. Cinco compis que vais a conocer en este capítulo de nuestras travesuras por Colombia.

Nuestro año en Colombia (I): ¡hola Bogotá!

El Team Colombia

Porque sí, porque me niego a reenviar fotos, audios; a contar lo mismo por teléfono una y otra vez. Aquí chapurrearé lo más interesante/divertido que nos vaya pasando, y aviso de que ya llevamos unas cuantas historietas –ah, ¿no lo he dicho? ¡Que llevamos ya un mes por aquí! Y si no lo sabías es porque no eres suficientemente amigo mío, así que te mando un corte de mangas virtual-.

Eso sí, como es habitual en mí, rodearé todo de un halo de azúcar, para la risa y entretenimiento del lector (y cuando digo lector digo mi tía, mi abuelo y un par de colegas de los que tardan un buen rato en cagar). ¡Al lío!

Airbnbeses y gentucilla varia

Lo primero es lo primero: llegamos a Bogotá con lo puesto, sin piso, sin ná. Nos repartimos en un par de Airbnb y p’alante. Bueno,  en dos Airbnb y en el Hotel Hilton. Porque así es Bosco, un tipo original, de estos que están dementes pero en el buen sentido de la palabra. Bosco no iba a ir a un Airbnb, qué cojones, Bosco tiene un colega al que le pagan una suite en el Hilton de Bogotá y que, por supuesto, se la cede a Bosco hasta que encuentre piso. Eah, tócate los cojones Mariloles. Eso sólo le pasa a gente como Bosco.

Ah, a Bosco podéis llamarle también Alfredo, cosa de que elegir nombres para hijos con algún tipo de aplicación de principios de los 90, pero eso no viene al caso.

Nuestro año en Colombia (I): ¡hola Bogotá!

El Patrón Alfredo Bosco, para servirles

Yo me fui a un Airbnb la mar de apañao con los que ahora son mis compis de piso, Adri y el bueno de Jose. O Joselito, o Josete, o Jose Luis, Jose Mari, Josefino o, sobre todo, la Señora Josefina. La Señora Josefina es una Señora, o bueno, un Señor, de los pies a la cabeza. Es ese tipo de persona que hasta los peos se los tira con estilo. Un tipo muy bien situado, genialmente situado, cuyos amigos son, los que menos, hijos de ex presidentes de Microsoft.

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Josefino, un tipo con estilo hasta para dormir la siesta

Luego está Adri, el más joven, el señor de la Cecina, de El Bierzo. Adri tiene una habilidad; una habilidad como otra cualquiera: es un experto en gastar pasta de las formas más novedosas, insospechadas e innecesarias. En serio, me parece brutal. ¿Una pipa de madera? No fuma, pero ¿y si alguna vez lo hace? “Ostras, qué espada más guapa, siempre he querido una espada”. Ese tipo de cosas, ya sabéis. Un genio. Un puñetero genio.

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Adri, en una de sus típicas y maravillosas formas de gastar Pesos

Y por último, en el otro Airbnb, que en verdad era otro hotelito, pero me parecía mejor decir que era otro Airbnb, la pareja del año: Carlos y Cris. Dos buenos se han juntao oye. Una roteña, otro granaíno, cada uno de su padre y de su madre, cada cual más personaje. Carlos tiene un Excel en la cabeza, domina el tipo de cambio mejor que el Banco de la República (Carlos joder, quien convierte no se divierte –Alba y Lina, ICEX Copenhague 2017 dixit-).

Carlos es la típica persona que considera a Colombia como un gran zoco marroquí:

  • “Hola, ¿si somos 6 nos hace rebaja?”
  • Señor, está usted en la sala de espera del traumatólogo.

Grande Carlos.

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Eh, oye, que la corona y la banda fueron de grati!

Y grande Cris, más apañá que un jarrillo de lata (no es la primera vez que uso esta expresión y paso de explicarla. Preguntad a vuestros abuelos, ya veréis –tiene que ver con la guerra y tal-). A la pobre Cris, estudiante de derecho, bufete, departamento jurídico en el Banco Europeo de Inversiones, van y le enchufan el perfil de TICs. Sí, sí, en el ICEX nos dan perfiles: básicamente comercio exterior, proyectos (para ingenieros) y TICs…. ¿Para informáticos? NO. Para el primer pringao que pase por ahí. Cursito de formación y hala: a arreglar el módem, configurar cuentas de correo y, sobre todo, a llamar constantemente a Madrid porque hay problemas reales que alguien no informático no tiene ni puñetera idea de arreglar.

Y encima, tiene que hacer de madre del resto. El cielo ganao.

Nuestro año en Colombia (I): ¡hola Bogotá!

Cris, mu seria.

Los primeros días

Bueno, ahora ya situáis quién vive con quién, y empezáis a daros cuenta de que mal no nos lo vamos a pasar, ¿no? Ahora es el momento de empezar a soltar prenda sobre qué narices se hace en Bogotá un día normal. Pues os voy a contar lo que se hizo en Bogotá el primer finde normal:

Llegamos a Bogotá un jueves por la noche, y el viernes por la mañana nos plantamos mu peripuestos en la oficina. No os creáis que a las 11 ¿eh? Nanai. A las 8 allí. Bueno, 8:10, para qué engañarnos… Y, ¿qué nos encontramos? “Anda, ¿sois los nuevos? Pues no os esperábamos hasta el lunes… La Consejera no está”.

Ah, pues genial, primer failed. Bueno, vamos a dar una vuelta, desayunamos y ya volvemos a las 10 a presentarnos. Muy majos los jefes, muy maja la consejera, pero ahí no había ni Perry: todos nuestros compis estaban aún de vacaciones… Todos menos Luis. El gran Luis, o Javier, como le llama la Consejera. La Bestia Hispana (fruto de cierto pasado boxeador). El azote del socialismo. La persona que más rápido habla del mundo.

Luis es un tipo que vive como quiere. Es su propio jefe, se gestiona sus horarios, y se las sabe todas. Nos acogió desde el minuto uno como si fuésemos de la familia, metiéndonos en mil planes, llevándonos a comer, dándonos consejos, dándonos envidia… A Luis sólo le quedan unas semanas en Bogotá, y va a ser una gran baja. Una jodida gran baja.

Nuestro año en Colombia (I): ¡hola Bogotá!
Luis, un día normal 

Pues bien, una vez hecha la toma de contacto en la oficina, olfateado un poco el barrio, y gozando internamente de la multitud de puestos de jugos (zumos, pero jugos), arepas, empanadas y demás comida ambulante que tanto me flipa, cae nuestra primera noche de viernes sobre Bogotá. Habrá que salir, ¿no?

Estamos bastante perdidos en la vida, así que tiramos de uno de esos contactos que nos dieron desde España y a los que jamás volveremos a ver. En este caso, Daniela y su amiga X. No recuerdo el nombre, así que X está bien. La verdad es que fueron muy simpáticas las dos. Además, conocimos a tres chicas de La Rioja en el avión, nos dimos los números y hala, juntiña con ellas también.

La noche estuvo bien: probamos la primera cena con copas –Cris se pidió una manzanilla Tío Pepe, mu pura ella- y fuimos a nuestro primer rooftop, Fabuloso (se llamaba así, no me juzguéis), con vistas a la ciudad, mucha señorita meneando el culo y una música menos reguetonera de la esperada: salsa, ballenato y house comercial. Bien, Bogotá, bien.

Al rico costillar

Y tras el viernes llegó el sábado, y con éste mi primera tentativa de probar los servicios médicos colombianos: fuimos con Luis y los de la Casa del Terror –ya os hablaré de este fenómeno- a los karts. Pero karts en plan Colombia. Sin cinturón, sin mono, sin guantes. Casco y gracias. Pues no se me ocurre a mí otra cosa que intentar adelantar por fuera, chocarme contra un pilar y reventarme las costillas.

Nuestro año en Colombia (I): ¡hola Bogotá!

El circuito, cuando todo era maravilloso

Pero reventarme de lo lindo: posición horizontal  lo que queda de día y todo el domingo, sin poderme lo más mínimo. ¿Lo peor? Que en la última tanda que nos quedaba de karts y a la que yo renuncié, dos bastardos superaron mi tiempo. ¿Lo segundo peor? Que esa noche había fiesta en casa de las riojanas –organizada por mí, por cierto- y me tuve que quedar encamao. Las costillas, lo juro, me siguieron doliendo hasta hace 10 días más o menos…

Y tal y como llegó el finde, se fue. Dedicamos los días siguientes a patearnos la zona para buscar piso, y a hacernos con el día a día del trabajo. Y mientras tanto, nombramos a Josefino dj oficial del Airbnb. Cosa rica los ritmos latinos del Spoti de ese chaval. Pues claro joder, es un señor hasta para la música.

En fin, para ser mi primer post en un año no está mal, ¿no? Dentro de unos días llegará el segundo finde (ojo, que vienen la Casa del Terror y Andrés Carne de Res), la demencia de Bosco y el viaje a Medellín/Hacienda de Pablo Escobar/Guatapé/Ataque de algún tipo de ser vivo.

Stay tuned!


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