Revista Cultura y Ocio

Nuevas aventuras de Holmes y Watson (7)

Publicado el 21 noviembre 2009 por Gkch


LA AVENTURA 
DEL DIAMANTE 
PEDRUSKOW
(VII) 
[Dedicado a Sir Lance] 



XIII

Holmes pidió que compareciese la señora Hutchinson, la cual, para abreviarles a ustedes la narración, declaró que es cierto que le sirvió un té antes de que comenzase la tragedia, y que en él alguien pudo poner o una narcótico o un veneno, pero ella aseguraba no tener arte ni parte en aquella atrocidad. 
Fuera veneno, droga o dolor auténtico, eso provocó que la señora Hutchinson tuviera que llamar al médico. El segundo té ya no pudo tomarlo. El ama de llaves y cocinera vio horrorizada la colcha ensangrentada, tiró el té y no pudo ni siquiera atravesar el umbral de la habitación, punto que Holmes remarcó y que consideraba esencial en el caso, como luego se demostró. Una vez que la señora Hutchinson se fue, Lestrade miró a Holmes como quien espera el resultado de unos análisis médicos. Yo, por mi parte, le observé también y le dije, lleno de dudas:
-Amigo Holmes, ya no sé qué pensar. Parece que la señora Hutchinson no pudo matar al lord, aunque no imagino qué motivos podría tener para ello. No entiendo su reiterada insistencia en el detalle de que ella no entrase en la habitación del difunto, como no sea para exculparla.
-Ya lo entenderá, querido Watson. A su debido tiempo. Ahora estoy un poco cansado, pero me quedan fuerzas para hacer lo último que debemos hacer. Y son dos cosas: examinar el cadáver y el maletín del doctor Hopkins. Con ello y, si encuentro lo que espero, casi podremos dar el caso por cerrado.
-Pero, pero… -balbuceó Lestrade- si aún falta descubrir el diamante y…
-Oh, amigo Lestrade. El diamante está localizado. Desde que llegamos aquí sé dónde está el diamante. Ya les dije que me encanta la decoración del salón principal y me sigue gustando.
-¡¿Quiere decir –exclamó Lestrade– que el diamante está aún en Moresby Mansion, que no ha salido de aquí!? Pero si mis hombres lo han registrado de arriba abajo y no ha aparecido nada.
-Eso es porque no saben mirar donde deberían, Lestrade. Vayamos, pues, a examinar el cadáver y el maletín del buen doctor.
-¿Espera usted encontrar en él el arma del crimen? –pregunté.
-Ojalá, pero me temo que no. Espero encontrar el simulacro del crimen…
Fuimos a la capilla ardiente donde yacía el cadáver de lord Godofredo. Estaba tan pálido como la cera. Holmes examinó a conciencia las heridas producidas por las puñaladas. Tras un análisis de la piel, algo azulosa; las pupilas, un tanto dilatadas; y las uñas, también azulosas, del difunto lord, mi amigo dictaminó que era muy posible que hubiera sido drogado o envenenado antes de ser salvajemente asesinado. Lejos de aclararse, el asunto se oscurecía más y más. ¿Acaso intentaron matarlo de diversas formas? ¿Por qué envenenarlo y luego apuñalarle? Yo no salía de mi asombro. Gracias a la autoridad de Lestrade, nos hicimos con el maletín de Hopkins. No había rastro de cuchillos o armas que hubieran podido ser usadas en el crimen, pero Holmes halló algo que le puso de un humor excelente: unas gotas de una tintura rosada en uno de los pañuelos del doctor le hizo sonreír como un niño.
-Señores: ¡el caso está resuelto! Déjenme esta noche para reflexionar sobre todas las piezas del puzzle y mañana, tras la lectura del testamento, les revelaré a todos la solución del misterio.
Lestrade y yo nos miramos, atónitos, llenos de perplejidad. Ni él ni yo podíamos dar crédito de la seguridad de Holmes y de su insultante capacidad deductiva. No nos quedaba más que ir a comer, dejar que pasasen las horas hasta el día siguiente, y meditar sobre el caso, uno de los más singulares de la carrera de mi amigo Holmes, el cual, como se leerá muy pronto, lo resolvió, coronando con él una de sus más sensacionales aventuras.
XIV
La noche anterior a la lectura del testamento de lord Godofredo Moresby y a la resolución del enigma por parte de mi amigo Sherlock Holmes, yo no podía dormir, así que me puse el batín, me calcé las pantuflas y salí.
Todo en Moresby Mansion estaba en calma. En el cuarto contiguo al mío oí los ronquidos de Lestrade. En el de Holmes, silencio. Ni siquiera se veía luz tras la rendija de la puerta (mi amigo suele pasarse las horas leyendo o meditando y es capaz de aguantar mucho tiempo sin dormir). En fin, bajé para ver si podía tomar un vaso de leche. Al acercarme a la cocina oí un ruido extraño. Provenía de la despensa. Detecté la presencia de una sombra, tal vez fuera un mendigo de los alrededores que andaba a la caza de comida. Con todo sigilo, me aproximé, cogí un rodillo de amasar, lo alcé y…
-¡Quieto, Watson! –me detuvo una atronadora voz, sujetándome el brazo.
-¡Holmes! ¡Es usted! –grité, casi sin resuello.
-Sí, y por poco dejo de ser yo mismo bajo el peso de su justicia.
-Pero ¿qué hace aquí a las tres de la mañana? Déjeme deducirlo: igual que yo, no puede usted dormir por la excitación del caso, ¿verdad?
-Siento defraudarle: ya he echado un sueñecito. Buscaba el bote del té de…
-Yo también me tomaré uno.
-No se lo aconsejo. Éste, por lo que puedo colegir, contiene restos de algún tipo de veneno. Para identificarlo necesitaría mi equipo, pero basta con oler el bote para saber que no sólo contiene té.
-Eso es muy peligroso. Alguien más podría ser envenenado sin querer…
-No, según tengo entendido. Este bote es especial: contiene el té favorito del lord, un Earl Grey de bastante calidad. Nadie más que él toma esta infusión.
-¿Cómo lo sabe? ¿Lo ha deducido por alguna pista en el bote?
-No, hombre. Antes de irme a dormir se lo pregunté a la señora Hutchinson. Y va siendo hora de que usted y yo volvamos a nuestro cuarto. Si quiere un té, espere a mañana, que hay otros botes. La leche está ahí. Y también hay bizcochos borrachos, y frutas de Aragón…
-Gracias, prefiero la leche.
-Pues vaya leche… -susurró Holmes.
Tomé mi vasito, acompañé a Holmes a su cuarto y ambos nos fuimos a dormir, que mañana teníamos mucho que trajinar.

TO BE CONTINUED 
(CONTINUARÁ…)
Y ya queda poco: ésta es la penúltima entrada antes de que Holmes, Watson y Lestrade descubran el misterio del diamante Pedruskow...


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