Revista Infancia

Nueve consejos para poner límites sin gritar ni amenazar

Por Monicaserrano
Nueve consejos para poner límites sin gritar ni amenazar



Una de las situaciones en las que más frecuentemente perdemos el respetoen la comunicación con nuestros hijos es cuando tenemos que establecer un límite o responder con una negativa a una petición.

Casi de manera automática, subimos el volumen de la voz y nuestro tono empeora cuando de establecer un límite se trata. Frases del tipo: “No pegues a tu hermano”, “No puedes subirte ahí”, “Te tienes ir a la cama”, “Debes vestirte ya”… se dicen, muchas veces, con gritos y desprecio, con tono de amenaza. ¿Os veis reflejados?Esto parte de la idea de que para lograr que nuestros hijos respeten un límite hay que decirlo de forma agresiva o amenazante. Realmente, los niños muchas veces intentarán lograr lo que desean y, si el límite constituye un obstáculo para ello, lógicamente, intentarán salvarlo.Así, cuando exponemos el límite de manera agresiva o amenazante, sentimos que vamos a lograr que los niños respeten lo que les estamos pidiendo con más probabilidad que si lo decimos con afecto y respeto. Y puede que sí, que suceda así, al principio.Los niños, quizás, obedecerán cuando les gritemos o amenacemos para que respeten un límite. Y utilizo el verbo obedecer, porque se someterán a lo que les pedimos. El grito, la amenaza, la falta de respeto activa el miedo en el niño: miedo a que nos enfademos, miedo a que no le queramos… miedo al abandono, a fin de cuentas.

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Es el miedo el que le mueve a hacer lo que nosotros decimos. Por eso el grito, a corto plazo, es tan efectivo. Y por eso lo usamos, porque sabemos que con él, logramos nuestro objetivo de manera rápida y sencilla: “¡¡¡Qué te he dicho mil veces que no pegues a tu hermano, que noooooo!!!”, “¡¡¡Vístete ya, hombre, que todos los días vamos tarde. Ya está bien!!!” ¿A que es así?Sin embargo, el grito, la amenaza, sirvió, probablemente, las primeras veces que lo usamos. Después, va perdiendo su eficacia porque cada vez tiene menos impacto en el niño y, al final, ya no activa el miedo, sólo causa malestar. Emocionalmente, además, es completamente dañino, pues genera inseguridad, pobre autoestima, sentimientos de rechazo e indefensión, entre otros.Aun así, la tendencia al grito queda bien instalada y es difícil modificarla. Esto es así no sólo debido a la efectividad que tenía al principio, si no a que nuestros modelos culturales y familiares de referencia refuerzan esto. A nosotros también nos gritaban y amenazaban.

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Sin embargo, poner límites o expresar negativas puede hacerse de manera afectuosa y lograr que el niño comprenda por qué ha de respetar dichos límites desde la aceptación y la confianza, en vez de desde el miedo y la resignación. Para lograrlo, propongo un ejercicio en varios pasos sencillos que te ayudarán a transformar los gritos y amenazas en explicaciones y acuerdos:1. En primer lugar, debes identificar todos los límites que estableces en la interacción con tu hijo, anotarlos y analizarlos. Hecho esto, es importante que elimines los que consideras innecesarios. Sólo estableceremos los límites imprescindibles y absolutamente necesarios. Los demás, los obviaremos.Cuantos menos límites haya, más fácil será para el niño respetarlos.2. Repasa los límites que quedan en tu lista (los que identificaste como absolutamente necesarios). Anota, en un registro, durante un par de días, como transmites esos límites a tus hijos, cuál es su reacción y cómo te sientes.3. Con el registro completado, observa cómo comunicas, qué palabras utilizas, tonos… y pregúntate si es necesario dirigirte así a tus hijos, si consideras que merecen ese trato, cómo reaccionarías si fuese otra persona la que se dirigiese a ellos de esa manera.

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4. Busca una o dos alternativas respetuosas para cada una de las frases expresadas sin respeto que anotaste en la lista anterior y repásalas. Así las tendrás más disponibles cuando se produzcan situaciones en que tienes que establecer el límite.5. Analiza la gestión del tiempo, el tiempo que esperas para que el niño haga determinadas tareas como vestirse, recoger sus juguetes o irse a la cama. Determina si le estás ofreciendo una cantidad de tiempo suficiente (las prisas no son buenas) y trata de organizar el tiempo para evitar estar apresurados.6. También es importante revisar las necesidades del niño. ¿Está preparado para hacer lo que le pides (recoger sus juguetes, vestirse deprisa…)? En caso negativo, habría que buscar la manera de ayudarle a hacerlo.

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7. Trata de acordar dichos (pocos) límites identificados como imprescindibles con tus hijos antes de que se produzcan las situaciones en las que hay que establecerlos de manera inmediata. Se trata de llegar a un acuerdo antes de que surja la situación de conflicto.Así, puedes explicarle que no puede pegar a su hermano, que no lo puedes permitir y buscar con él alternativas a la agresión. De este modo, cuando suceda la acción inadecuada, podrás recordarle lo que habíais hablado.8. Cuando vuelva a producirse la situación en que tienes que poner un límite, recuerda las opciones respetuosas que habías generado y utilízalas. Recuérdale a tu hijo el acuerdo al que habíais llegado sobre ello. 9. Si aun así, al niño le cuesta respetar el límite, tómate unos minutos antes de continuar (salvo que la situación sea peligrosa). Siéntate junto a él y pídele lo que necesitas de nuevo, con las opciones respetuosas que habías generado y recordándole, de nuevo, el acuerdo al que habíais llegado.Ten en cuenta que, tal vez, cuando empieces a practicar el establecimiento de límites sin gritos ni amenazas, el niño puede reaccionar, en un primer momento, mostrando más oposición. Es decir, si estaba acostumbrado a “obedecer” desde el conflicto y la falta de respeto, puede verse desconcertado cuando le pidamos las cosas con respeto. Por eso es importante persistir con esta manera respetuosa de poner límites. Verás como, después de practicarla un tiempo, es eficaz, satisfactoria y muy reconfortante.
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