Revista Pareja

Nunca volveré a sentirme igual

Por Cristina Lago @CrisMalago

vivir la vida

Fue la mejor época de mi vida. Me hizo vibrar como nadie lo había hecho jamás. No encontraré a otra persona que me haga sentir así. ¿Y si es verdad? ¿Puede la capacidad de sentir agotarse para siempre? 

La respuesta es no.

Las emociones no se gastan. No son pilas desechables. Son pilas recargables.

Si te estás haciendo todas estas preguntas, estás introduciendo un error de concepto. Asumes que tu destino es vivir narcotizado en una espera gris a que llegue alguien de fuera a hacerte sentir. 

Para muchas personas que viven desvinculadas con sus propias emociones, enamorarse es la única manera que han conocido de sentir intensamente, de estar vivos y plenos por completo. ¿Cómo no van a existir adictos al enamoramiento? Otros necesitan tirarse en paracaídas, hacer rafting en ríos salvajes. Tú necesitas enamorarte hasta las cachas, entregarte hasta el paroxismo y engancharte como a la más potente de las drogas duras. Si la relación es como una montaña rusa donde puedas sentirte inmensamente feliz a la vez que totalmente desgraciado, tanto mejor (y tanto peor).

Porque después de la ruptura, del dolor, del placer, del subidón y del bajón, todo te parecerá soso, aburrido, sin gracia hasta que llegue el siguiente chute. Hasta que venga la persona adecuada con el aparatito mágico que te recarga de nuevo las pilas.

Cuidado. El uso y abuso de este recurso conduce precisamente a lo contrario de lo que se busca: acabamos por insensibilizarnos, insistiendo ya en relaciones que no nos llenan y conformándonos ya con no querer, sino con que alguien nos quiera.

Como decía Hank Moody, el escritor alcohólico y mujeriego de la lúcida Californication, estamos tan desesperados por sentir algo, cualquier cosa, que seguimos chocando unos contra otros y jodiéndonos el camino hasta el fin de los tiempos.

Las buenas noticias son que todos venimos ya equipados con nuestro propio aparatito mágico. La vida puede vivirse intensamente: y no hace falta estar enamorado de alguien, tener un dineral, ligar mucho, tener un montón de amigos, que todo te vaya estupendamente o que goces de una salud de hierro.

Porque vivir empieza desde lo más profundo de nosotros y emana hacia afuera. No al contrario. 

Vivir no significa recuperar al niño puro y sin condicionantes que fuiste, significa aceptar todas esas capas, esas neuras y esos miedos que llevas encima y que no sólo no son tus enemigos: son lo que hacen de ti una persona única.

Vivir significa convivir con todo ello sin culparlo, aceptando que todo eso también eres tú.

Vivir significa, siempre, mirar adentro.

Pero, estoy lleno/a de preocupaciones, no puedo relajarme, no paro de pensar y pensar ¿cómo conectar con lo que siento?

Mira los anuncios de la televisión. Están llenos de consumismo vitalista. Quiero sentirme vivo, me compro tal coche. Quiero sentirme vivo, me voy a escalar el Kilimanjaro. Quiero sentirme vivo, me compro un perfume de 60 euros.

Te reto a algo mucho más difícil que todo eso. Te reto a sentarte en un banco del parque más cercano, cerrar los ojos, dejar la mente en blanco y sentir que el calor del sol te llena por dentro.

Repite el ejercicio cuantas veces haga falta.

¿Sigues pensando que necesitas a alguien para estar vivo?


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