Revista Cultura y Ocio

Oba, the last samurai

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre
Cartel de la película

Cartel de la película

Después de seis décadas de ver películas sobre la guerra del Pacífico, algunas de ellas tan memorables y reconocidas como El puente sobre el río Kwai, De aquí a la eternidad, La batalla de Midway o, más recientemente, La delgada línea roja o La batalla de Iwo Jima, en las que se da un trato menos denigrante a los combatientes japoneses, por fin me he encontrado con una película con un enfoque verdaderamente objetivo. Se trata de un paradigma de mestizaje cinematográfico: basada en la novela de un ex soldado norteamericano (Don Jones), producida en Japón y con el sonido la mitad en inglés y la mitad en japonés.

Oba, the last samurái, es una producción del año 2011, de dos horas de metraje, dirigida por un tal Hideyuki Hirayama y que parece haber pasado sin mayor pena ni gloria por nuestro país (apenas he encontrado un par de reseñas en internet). Desde luego, nada comparable al éxito, la crítica y la publicidad de las grandes producciones bélicas norteamericanas. Sin embargo, con mayor o menor escasez de medios (desde luego, si los medios fueron escasos la cinta no lo resiente en ningún momento), esta película consigue hablarnos de la guerra desde el punto de vista de ambos bandos con gran respeto y consideración y, lo que es más importante, tratando de profundizar en la idiosincrasia de los soldados de los dos países, pero sobre todo de los japoneses, quizá para entender –y matizar− algunos de los estereotipos creados por Hollywood (como el harakiri, la sumisión al emperador o el extremo sentido del honor).

La película está ambientada en el desembarco norteamericano en la isla de Saipán, en las Marianas, al final de la guerra, en 1944. Los hechos, que al parecer son reales (o así se nos dice), se centran en la resistencia que un pequeño grupo de soldados y civiles japoneses, atrincherado en las estribaciones de una montaña, hizo durante más de un año frente a las fuerzas norteamericanas que se habían tomado el resto de la isla. Por su parte, los norteamericanos emplearán diversas estrategias para derrotarlos, aniquilarlos y, más adelante, tratar de rendirlos.

No sé si ha sido la sorpresa de encontrar una película como esta, las bondades del guión, de la interpretación o de la dirección, o la combinación de todos estos factores; lo cierto es que el resultado es magnífico, a la altura del mejor cine bélico, al menos como yo lo entiendo. Aparte de la mencionada objetividad (algo que ya de por sí vale mucho), la película nos muestra la dureza y la violencia de la guerra sin caer en los excesos de, por ejemplo, La colina de la hamburguesa; el sufrimiento de combatientes y civiles, la desesperación y el rencor, el honor, el coraje y el compañerismo de toda guerra, pero sin olvidarse del sentido común (¿sentido común?); como tampoco se olvida de reflejar el amor, la amistad y la ternura sin recurrir al melodrama facilón. En ningún momento tuve la impresión de encontrarme frente a escenarios descuidados, a tramas inverosímiles ni a personajes de cartón piedra. Al contrario, la fotografía es excelente, el vestuario muy cuidado y la historia bien trenzada, sin tensiones innecesarias ni desmedidos efectos dramáticos.

El protagonista por el lado norteamericano es el capitán Lewis, que ha vivido en Tokio antes de empezar la guerra y conoce y respeta la cultura de ese país. Él es quien narra la historia y suya la voz en off que a veces se oye. No obstante, y pese a tener el capitán Lewis un papel importante en la película, es el protagonista japonés el que verdaderamente la llena: el capitán Sakae Oba, un hombre de honor, pero con una sensatez que resulta chocante no ya en una historia bélica, sino en cualquier otra historia. Un hombre que es capaz de sobreponerse al varapalo que sufren las fuerzas niponas, reunir a soldados dispersos por la isla, dirigirlos y controlar sus más fieros impulsos, y cuidar de la población civil que queda bajo su custodia, mientras se debate entre el dilema de hacer la guerra hasta el final o velar por la vida de los demás. Encarnado por Yutaka Takenouchi, su actuación es, por lo demás, soberbia, mostrando una contención digna de encomio. Pero, por lo que podido ver, ni la película ni los actores fueron nominados a ningún Óscar ni a otros premios del panorama cinematográfico europeo.

“Oba, the last samurái”, una película que vale la pena ver.


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