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Oblomov, de Iván Goncharov

Por Ninyovampiro @ninyovampiro
Oblomov, de Iván Goncharov
A pesar de que, no sin cierta fatuidad, me jacto de ser rusófilo, e imagino que en otra vida fui funcionario del grado más bajo en el San Petersburgo imperial, hasta ahora no había leído este clásico de las letras rusas. ¿Y por qué? Sería fácil decir que yo también sufro de oblomovismo, pero tal alegación se ha convertido ya en lugar común. Es como los que pillan un resfriado y lo llaman gripe. No, el oblomovismo es una cosa muy seria y no hay que confundirlo con la indolencia, la pereza, o la falta de curiosidad.
Oblomov, de Iván GoncharovUnos días de la vida de Oblomov, dirigida en 1979 por Nikita Mikhalkov
Es bien conocida la historia que nos cuenta Goncharov en esta novela. Ilya Ilyich Oblomov es un terrateniente que desde hace años no hace prácticamente más que levantarse de la cama para tumbarse en el sofá y viceversa, desde donde, envuelto en una raída bata, se pasa el día comiendo, durmiendo o recibiendo visitas. Su criado Zakhar y él se echan continuamente los trastos a la cabeza, pero en el fondo se respetan mutuamente y, sobre todo, saben que la desidia de uno se complementa a la perfección con la apatía del otro. Pero este modo, digamos, de vida tiene un precio. Las tierras producen menos, los campesinos se escaquean de pagar sus impuestos, el señorito no se da cuenta de que sus amigos lo están dejando sin blanca, y Oblomovka, la residencia familiar en el campo, se cae a pedazos. Su amigo Stolz le insta a cambiar de vida, a actuar, a trabajar, a viajar, a quitarse esa asquerosa bata. Y nuestro héroe implora que le dejen de dar la brasa. Pero un día llega el amor...
Oblomov, de Iván Goncharov
El origen de la novela está en un relato titulado "El sueño de Oblomov"

A partir de un planteamiento tan sencillo, y con una obra de más de 500 páginas en la que sucede muy poco, Iván Goncharov consiguió no sólo crear una novela que trasciende época y fronteras, sino que dio vida a uno de esos personajes que alcanzan la categoría de símbolo. De hecho, se dice que Oblomov personifica la decadencia de la pequeña nobleza rusa, a la que, décadas más tarde Chéjov magistralmente terminó de fulminar; otros van más lejos, y sostienen que esa apatía y ese conformismo no son exclusivos de la nobleza, sino que son un mal común en Rusia. "El viejo Oblomov sigue entre nosotros", escribió Lenin en 1920.
Oblomov, de Iván GoncharovLa famosa foto de los escritores de la revista Sovremennik. Un oblomóvico Goncharov, a la izquierda, echando una miradita a su amigo y futuro odiado Turguenev. Tolstoi, de uniforme y a su bola.
Goncharov fue un autor muy poco prolífico, que, aparte de la que nos ocupa, apenas escribió dos novelas más y unos pocos relatos que, a lo sumo, le habrían otorgado un discreto lugar en algún manual de literatura. Sin embargo, con esta novela tocada por la gracia, se ganó un puesto entre los clásicos, y no es exagerado afirmar que Oblomov es una de las grandes novelas europeas del s. XIX. Se publicó en 1859, es decir tres años después de Madame Bovary. En cierto sentido, Oblomov representa el lado opuesto de la obra de Flaubert. En 1892, un filósofo francés llamado Jules de Gaultier acuñó el término bovarismo, para referirse al estado de insatisfacción crónica de una persona, que se traduce en un intento de escapar mediante la realización de sueños vanos y desmesurados extraídos de la ficción. Pues bien, Stolz, el amigo de nuestro héroe, acuña el término oblomovismo (en mi traducción, oblomovitis (!)) para designar todo lo contrario: un estado de indiferencia crónica, que se traduce en el empeño de aferrarse al tedio, la rutina, la mediocridad y la falta absoluta de interés por nada.
Oblomov, de Iván Goncharov"Cómo Ilyusha se convirtió en Ilya Ilyich". Oblomov nunca se puso él solo los calcetines
La novela, no obstante, es mucho más que un tratado sobre el oblomovismo. El argumento, como ya hemos señalado, es de lo más sencillo, pero los temas que en ella se reflejan tienen mucha enjundia. En primer lugar, y de manera obvia, está la filosófica cuestión del para qué. ¿Para qué todo esto? ¿Levantarse, trabajar, sufrir? ¿Nacer, crecer, reproducirse? Y en segundo lugar, vienen todas las demás: la servidumbre del campesinado (abolida por Alejandro II dos años más tarde de la publicación de la novela), el papel de la mujer en la sociedad, y, quizá en una de sus primeras manifestaciones, la oposición entre Asia y Europa, entre eslavófilos y occidentalistas. A este respecto, cabe señalar, como hace Orlando Figes en El baile de Natacha, que Goncharov hizo gran hincapié en el origen asiático de la infame y simbólica bata de Oblomov: "una auténtica bata oriental (...) sin el menor rastro de Europa". Y recordemos que desde el primer momento, el inquieto, emprendedor y moderno Stolz, hijo de alemán, le insiste a nuestro héroe para que se deshaga de una vez por todas de esa bata.
Oblomov, de Iván GoncharovLa inolvidable imagen de Agafia y sus inquietos codos, tras la cortina
Si el protagonista se ha convertido en un arquetipo reconocido en todo el mundo, ello se debe no sólo a su carácter simbólico, sino sobre todo al exquisito retrato psicológico que hace de él Goncharov. Así, Oblomov, que de entrada tiene todas las de perder para ganarse las simpatías del lector, se erige como un auténtico héroe, cuya bondad se impone, en el recuerdo de quienes lo conocen, sobre su papel de víctima. Una bondad, señalémoslo, totalmente alejada de la santurronería, dado que, en primer lugar, hacer el mal cansa más que ser buena persona. Y en segundo lugar, no nos cabe ni la más mínima duda de la sinceridad de Oblomov al insistir, una y otra vez, en su renuncia a la felicidad por el bien de su amada.
También los retratos de su criado Zakhar, de su amada Olga, o de su casera Agafia y sus irresistibles codos son inolvidables, propios de un grandísimo escritor (es de lamentar que el mismo Goncharov no estuviera libre de oblomovismo, y que además se volviera paranoico en sus últimos años, asegurando que Turguenev le plagiaba las ideas), y poco importa que, por el contrario, Stolz le saliera tan, tan bueno, y Tarateyev tan requetemalo.
Oblomov, de Iván Goncharov
Son muchos los que ven en el oblomovismo una actitud ante la vida, y no una carencia. No sé qué pensar al respecto. En cualquiera de los dos casos, en nuestro héroe esta condición se manifiesta en un miedo al cambio, una repulsión ante el afán, y un horror ante la pasión. Naturalmente, el amor arrasa con todo, pero sus efectos secundarios son igualmente nocivos: desde ese momento Oblomov sí percibe su condición como un mal, el mal de los muertos en vida. Él no sólo no se cura, sino que además ahora es consciente de su enfermedad. ¿Puede decirse, así, que el oblomovismo nos protege de la muerte, dado que sólo puede morir quien está vivo? El constraste entre Oblomov y Olga adquiriría, desde este punto de vista, mayor relevancia todavía. En este sentido, quiero señalar un pasaje situado hacia el final de la novela, unas líneas maravillosas sobre el modo en que Olga se enfrenta a su felicidad y vislumbra su porvenir:
Miraba con miedo al futuro, donde, como decía él, los esperaban problemas, tragedias y dolor. No soñaba ya con una noche azul; otra perspectiva se desplegaba ante ella, una que no era traslúcida ni alegre, que no rebosaba paz y abundancia, con ella y él solos. No, lo que veía era una serie de privaciones y pérdidas cubiertas de lágrimas, inevitables sacrificios, una vida de ayuno y renuncias forzadas, (...) soñaba con enfermedades, con ruina económica, con la muerte de su marido... Se estremeció, se desanimó, pero contempló con valor y curiosidad ese nuevo aspecto de la vida, lo examinó con horror y midió sus fuerzas con él... Tan sólo el amor no la traicionaba en ese sueño.
Al leer esas líneas, me vino a la mente la grandiosa escena final de Six feet under, que además me va a venir de perlas para poner punto final.
(Si hay alguien que no ha visto esta serie, le advierto que ésta es la madre de todos los SPOILERS).

P.D. No quepo en mí de gozo: ¡acabo de encontrar la película de Mikhalkov con subtítulos en inglés!Aquí está.

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