Revista Cultura y Ocio

Obras completas I, por Jorge Luis Borges

Publicado el 07 noviembre 2009 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
MI RELACIÓN CON J. L. BORGES
He terminado de leer este libro que en realidad son nueve: tres libros de poemas (Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno San Martín), tres de ensayos (Evaristo Carriego, Discusión, Historia de la eternidad) y tres de relatos (Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph). Todos los he leído, desde este momento, al menos dos veces.
Lo compré el año pasado, e intercalándolo con otros, leí hasta quedarme a las puertas de los libros que ya había leído hace más de una década: los de relatos Ficciones y El Aleph. Ahora he leído todo de nuevo y casi de un tirón, con las únicas interrupciones de Rebelión en la granja (por trabajo) y el libro de poemas El canto.
Mi relación con Borges ha sido de cercanía y alejamiento. Lo primero que leí de él fue en el instituto, con quince años, gracias a un profesor de matemáticas que le fascinaba, y nos hizo leer tres cuentos con la excusa de que eso nos ayudaría a entender mejor el infinito. Y aunque su lenguaje no es sencillo, Borges parece un autor muy apto para adolescentes, para esa época de la vida en la que se hacen más importantes las cuestiones metafísicas sobre la concepción del mundo.
Tras esos tres cuentos, asociados a una clase de matemáticas, no volví hasta los diecinueve o veinte años. Entonces me encantaron sus libros de relatos, como Ficciones o El Aleph. Se me empezó a hacer algo pesado en un libro, que creo que era El informe de Brodie. Pensaba que a sus ingeniosas construcciones les faltaba vida. Creaba arquetipos y no conseguía penetrar en la psicología de los personajes, que me empezaron a parecer carentes de vida, que era lo que yo buscaba a mis veinte en los libros: una explicación coherente de los otros y de mí mismo.
Al volver, ya pasados los treinta, lo que más me ha sorprendido de la obra de Borges han sido los libros de poemas, la modernidad de una poesía escrita hace ya casi un siglo. Borges se fija en una calle, un atardecer, y desde ahí hace alguna reflexión filosófica. Es la suya una poesía cargada de reflexión y sentimiento (me ha sorprendido esto en alguien que consideraba de carácter frío y matemático).
Me costó más leer los ensayos. Y supongo que esto en parte se debe a que mucho de lo que leo es en el transporte público (tengo la suerte de vivir a más de hora y cuarto del trabajo y ser por tanto un gran lector de mundo subterráneo), y esas pesquisas sobre la duración del infierno o las traducciones de Las 1001 noches en el tren o el metro, a las siete de la mañana, algún día se me atragantaban. Aunque la verdad es que he disfrutado más de la segunda lectura, sobre todo de Evaristo Carriego (supongo que esto está influido también por mi viaje de este verano a Argentina, y haber pisado el barrio de Palermo del que nos habla Borges). Aquí el autor reinventa la mitología de su barrio, del pobre poeta del suburbio que era Carriego, las descripciones de los juegos de cartas (el truco), las inscripciones de los carros o la historia del tango.
Toda esta primera temática localista, del malevo, el guapo, el cuchillero… dejará de ir teniendo importancia frente a las obsesiones de madurez de Borges: la estructura del tiempo y de la realidad, las series infinitas, como esa fijación por la historia de Aquiles y la tortuga, de la que habla en, al menos, dos ensayos, y vuelve a citarla en más de un cuento.
Quizás, además de sorprenderme con la calidad de la poesía y haber podido entender mejor las ideas de sus cuentos tras leer los ensayos, de lo que más he disfrutado es de la parte más famosa de la obra borgiana: los cuentos. Algunos como Funes el Memorioso, Tema del traidor y del héroe, o El sur, son auténticas obras maestras (no entraré aquí a hablar de argumentos, pues creo que son de sobra conocidos).
EL LENGUAJE EN BORGES
Como reflexión general podría apuntar que el uso del lenguaje de Borges me parece el más luminoso del español de, al menos, todo el siglo XX. Decía García Márquez que a él Borges no le gustaba, pero que lo leía para aprender a escribir (puede que esta cita sea apócrifa), y supongo que estas palabras estaban motivadas en parte por ideas políticas. Considero un error acercarse a un autor tan original como Borges con prejuicios políticos; imagino que esto era lo que le pasaba en el fondo a Sabato en su ensayo El escritor y sus fantasmas.
Las frases de Borges son una maravilla en cuanto a construcción y elegancia. Pensaba que Onetti era un maestro de la adjetivación, pero ahora creo que Borges lo es más, con esa velada distancia e ironía que impone a su visión de la realidad.
Penetrar en el mundo de Borges es hacerlo en una nueva literatura, compleja, rica… Y cuando pensaba que a los personajes de Borges les faltaba vida, opino ahora que me equivocaba, ya que buscaba al personaje donde no estaba: el gran personaje de Borges, su gran creación es él mismo. Ese tipo excéntrico, perdido en el barrio de Palermo, uno de los rincones más remotos de Occidente, con una biblioteca, rodeado de malevos, guapos, cuchilleros, jugadores de truco… tipos que él nunca podrá ser y que no le van a aceptar y creando cuentos sobre laberintos (el mundo es el laberinto para Borges), poemas sobre la repetición de las situaciones, las rayas de un tigre donde se contiene de nuevo el laberinto, el mundo…
J. L. BORGES Y H. P. LOVECRAFT
Este post podría acabar aquí, pero me apetece comentar una idea que se ha ido forjando en mí y con la que me ha resultado divertido especular: la relación que he creído ver entre estos dos escritores americanos: Jorge Luis Borges y H. P. Lovecraft. Ambos asomados a la costa atlántica americana, aunque desde latitudes opuestas.
Uno en Buenos Aires y el otro en Providence, de espaldas al mundo que les rodea y que se dedican a mitificar. Mientras que Borges siente fascinación por el bruto (el malevo, el guapo, el cuchillero…) y el gaucho (el vaquero libre de las pampas, el Martín Fierro), Lovecraft lo hace con el anglosajón puro, el inglés recién importando de las metrópolis europeas, refinado y lleno de referentes arcaicos.
Ambos encerrados en casa, sin intención de salir al mundo a trabajar; algo que finalmente tendrán que hacer: Borges en una biblioteca, Lovecraft vendiendo entradas en un cine.
Ambos reprimidos sexuales: casi no existe en la obra de ninguno una referencia al sexo femenino o al deseo físico.
Ambos creando una obra muy original, aunque paradójicamente estén muy influenciados por otros escritores. Pero en el retorcimiento de sus mitos, su personalidad fluye hasta cotas muy altas. Ambos tendentes al fascimo. Borges con las dictaturas militares americanas, "Entre la barbarie y el orden, me quedo con el orden", diría, y justificando la esclavitud en América; y Lovecraft despreciando a los inmigrantes, a los que siente como una amenaza frente a su imaginario mundo anglosajón perfecto.
En cuanto a la obra he sentido esa conexión al leer cuentos de Borges como Las ruinas circulares, con ese hombre solo que duerme sobre los restos del templo de una civilización arcana. La influencia del primer Lovecraft me parecía clara, muchos de sus cuentos, como La tumba también se sustentan sobre hombres solos, civilizaciones olvidadas y el poder de los sueños.
Lo mismo he sentido en el cuento de Borges El inmortal, al leer la descripción de una ciudad en la que habitaron los dioses. Eso lo hace Lovecraft en cuentos como Polaris. (De todos modos para estas descripciones de ciudades ignotas Lovecraft se cimentaba en los cuentos de su admirado Lord Dunsany.)
Borges no para de citar libros que no existen, que se pierden en desiertos. Esto lo hace Lovecraft con su Necronomicom y sus tierras de Egipto, por ejemplo.
Ambos están obsesionados con los ritos de religiones olvidadas (mitos crueles, ancestrales...)
Ambos desarrollan en sus cuentos el placer de la pura fabulación: sus personajes pueden tener cualquier nacionalidad y aparecer en cualquier lugar del mundo (un lugar más imaginario que real). Así en el cuento El templo de Lovecraft se nos habla de un capitán de submarino alemán, los protagonistas alemanes o ingleses abundan en la obra de Borges. Sé que Borges sí leyó a Lovecraft, en algún otro libro de sus obras completas habla de él. Creo (me guío por referencias) que le desacredita como epígono decadente de Poe y rechaza su tendencia hacia la creación de monstruos viscosos.
Supongo que entre dos freaks, uno anglosajón y otro latino, el anglosajón tiene tendencia a ganar a todos los demás en excentricidades. Supongo también que Borges no querría mirarse en ese espejo deformante que se creaba al doblar el ecuador por la mitad y contemplar su otra imagen atlántica.

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