Revista Historia

Ochenta años

Por Josemarialama @josemarialama
Ochenta añosTodos los 7 de agosto, de madrugada, recuerdo la salida, aún a oscuras, de los hombres del comandante Castejón desde Los Santos a Zafra. Eran las 3 de la madrugada. Recuerdo que ese día nadie, de los que no se habían marchado, pudo dormir. Las sábanas blancas colgaban de los balcones. Recuerdo a mi bisabuela Lola, que colgó el sacudidor de trapos blancos “para que hubiera paz”. El alcalde, Pepe González, había reunido en la plaza a la gente la noche anterior para recomendar que no se resistiera a las tropas. Aún había esperanza de que eso evitara la masacre. Recuerdo el cañoneo a las 5 de la mañana sobre la estación, donde un tren partía. Los proyectiles del artillero Fernando Barón buscaban también la Fábrica de la Luz, cerca del cuartel de la Guardia Civil, y recuerdo el estruendo de alguno al impactar en la esquina de la calle Ancha.Después, a las 7 de la mañana, se me viene siempre a la cabeza Cirilo, único resistente, empuñando el arma subido a un cinamomo hasta caer abatido por los soldados. Recuerdo a las tropas entrando en el Campo de Sevilla. Y al capitán Fuentes en la puerta de Santa Marina. No hizo falta que liberara a nadie porque la guardia había sido levantada a primera hora, antes de marcharse del pueblo las autoridades republicanas.
A las 8 de la mañana recuerdo a las tropas en el Ayuntamiento. El nombramiento de la Gestora, con los ricos del pueblo. Y las primeras listas. Y las discusiones para poner y quitar nombres. Y las primeras 500 pesetas encima de una mesa para evitar una captura. Recuerdo las puertas abiertas de las casas para que los moros no las echaran abajo. Y cuando alguna encontraban cerrada, la rapiña en el interior, los muebles volando por los balcones y la mercadería en la puerta. Una máquina de coser, algún reloj: “¡Paisa, barato, barato!”.
A las 11 recuerdo la misa en La Candelaria. El templo abarrotado y los “detente bala”, hechos con las monedas de El Rosario, en los pechos de los militares. Y a don Daniel en el púlpito. Y a Juan Galán concelebrando antes de unirse a las tropas y de pedir su pistola. Recuerdo al medio centenar de personas capturadas, en círculo, en el centro de la plaza Grande, esperando. Y a la gente alrededor, con brazaletes blancos, mirándolas. Y a los soldados deambulando con las armas en la mano. Y a Castejón sentado en un sillón que le había sacado a la calle don Tomás, el farmacéutico.
Nunca se me olvida el calor de las 12 de la mañana de ese día. Y la comitiva por la calle Sevilla de vuelta a Los Santos. La gente aplaudiendo, atemorizada, o escondida tras los visillos. Y la cuerda de presos, atados en grupos de siete u ocho, con las caras desencajadas: Antonio Amaya, Ángel Caño, Bárbara Bizarro, Luis Mata, Diego Luna, Paca Infante, Luis Madroñero, la “Reverte”, Antonio Guerrero, Teodomiro Trujillo, Julián Vitorique, los Coronel, los Montaño… Y don Rafael, el modelista, fuera de la cuerda, pero sin querer separarse de doña Juana, la maestra.
Recuerdo ese mediodía de hace ochenta años como si fuera hoy. Los camiones, los caballos, las tropas… Aún oigo el sonido atroz de las balas de los fusilamientos, que cada cinco minutos detenían la marcha de los “conquistadores”, y veo alejarse por la carretera de Los Santos la polvareda de la historia fatal de ese día.
[Zafra en agosto de 1936. Dibujo de Justo Calderón]

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