Revista Cultura y Ocio

Oda al queso

Publicado el 03 mayo 2018 por Molinos @molinos1282
Oda al queso«No me gusta el queso» Pero, vamos a ver alma de cántaro, ¿cómo no te va a gustar el queso? El queso es una inmensidad que encierra en su interior tantas y tan buenas cosas que no se puede despachar con esa simpleza:«no me gusta». Decir que no te gusta el queso es como decir que no te gusta el campo o ninguna ciudad o la ropa en general. Una simpleza, una estupidez, una tontería. 
El queso es la cumbre de los alimentos. Es tu mejor amigo, tu amante, tu comodín, tu payaso y tu pañuelo de lágrimas. El queso nunca te abandona, siempre está contigo. El queso llega a nuestras vidas pronto, quiere seducirnos, conquistarnos, abrirnos las puertas a su inmenso mundo de color, sabor y texturas pero como sabe que somos memos y que no tenemos criterio lo hace de una forma que no nos asuste, en forma de juguete: quesitos triangulares, bolas de minibabibel de colores brillantes. Llamar queso  a lo que hay dentro es casi un insulto pero eso no lo sabes hasta que creces, te enriqueces y te enamoras del queso.  ¿Por qué el queso, con todo su mundo y su savoir fair hace esta absurda presentación en nuestra vida? Porque el queso nos conoce, sabe que los humanos somos bobos y que de críos no somos capaces de valorar los sabores  ni las sorpresas. Queremos comer todos los días lo mismo y que todo sepa exactamente igual a cómo sabía la última vez. De canijos la variabilidad gustativa no es una cualidad que apreciemos. Y hay gente que se queda ahí, son los de «no me gusta el queso» y «nada como la comida de mi madre»
Después, el queso empieza a seducirnos poco a poco haciendo cosas divertidas: se deja rallar para que hagas aludes de queso sobre tus spaghettis, se deja fundir para ponerle una deliciosa costra a la lasaña o los canelones al horno y si encuentra el entorno adecuado se presenta en su forma más divertida del mundo mundial: la fondi de queso. Si de niño tienes la suerte de tener acceso a esta cumbre de la diversión gastronómica serás para siempre devoto fiel de la cofradía del queso. ¿Qué puede haber mejor que mojar trocitos de pan o de patata pinchados en un palito en un líquido amarillo que al estirarlo hace hilos? NADA. Por favor, si hasta sale en Asterix que es una cumbre de sabiduría. 
El queso es generoso. Es una cumbre gastronómica pero no por eso va de chulito por la vida, el queso es tan guay que se junta con los sosos, con los marginados, con los tristes: la ensalada y la tortilla francesa. Pones taquitos o lascas de queso en una ensalada y mágicamente pasa de ser algo sano y sin gracia a ser algo resultón. Echas queso en una tortilla francesa y por arte de birli birloque, pasas de sentirte una solterona sin propósito vital a ser alguien con gracia y estilo.  Y eso por no hablar de cuando el queso se hace salsa....o helado.  
Cuando el queso te ve con posibilidades de ser una persona con criterio empieza a mostrarse en todo su esplendor. Te ve preparado y te da la oportunidad de probar quesos con personalidad, los quesos que huelen. En esta etapa ya está claro quien se ha quedado atrás, quien permanecerá para siempre fuera del paraíso quesil, son todos esos que dicen: a mí los quesos que huelen me dan asco. Esos se quedan atrás, abandonados en el mundo de las comidas sin olor, sin personalidad. Abandonados en la cuneta sin capacidad para apreciar el rótulo "quesos caseros". 
Los quesos que huelen son los quesos de los elegidos. Exigen entrenamiento, paladar, capacidad para la adaptación y gusto por la novedad. Todos huelen pero son todos distintos, la experiencia que proporcionan cada uno de ellos es diferente pero todas son buenas, todas merecen la pena. Si te gustan los quesos que huelen eres un privilegiado, la vida jamás terminará de darte sorpresas y el queso será tu aliado para siempre. Ya estarás preparado para decir "El queso es mi pastor y nada me falta" porque sí, porque los que hemos sido agraciados con el sentido del gusto sabemos que podríamos vivir comiendo solo queso. De desayuno, comida y cena. Sabemos que el queso no nos dejará solos. Es tan inmensa su disposición a ayudarte que  incluso el que no sabe cocinar, el que no ha encendido un fuego en su vida, el que no tiene cocina pueda montar una cena y quedar como un rey. ¡Prueba a hacer eso con las judías verdes o con la quinoa! Si no sabes cocinar y tienes que montar una cena, quien sabe si incluso una cena romántica, el queso y sus infinitas variedades está ahí para ayudarte. Compras los quesos, los cortas sintiéndote imaginativo y los colocas en un plato con uvas, frutos rojos o pan. ¡TACHÁN! Ya pareces algo. El queso te hace mejor, te hace sofisticado. Y si la cena es romántica y va muy bien, extremadamente bien y en la madrugada es necesario reponer fuerzas... puedes comerte lo que haya sobrado. Prueba a que te apetezca comer brecol a las cuatro de la mañana. Prueba a que sea sexy, prueba a comerlo a dos.  
Pero el queso no está solo para el jolgorio y las risas. Si llegas a casa con el corazón roto y no quieres  comer nada porque la vida ya no tiene sentido el queso estará ahí para pasarte la mano por el lomo y abrazarte. Quizá lo haga en forma de queso de tetilla que puedas mal cortar  o incluso comer a bocados entre lágrimas o quizá lo haga en forma de loncha de queso que puedas comer de pie delante de la nevera o quizá, si nos ve muy desesperados nos deje meter directamente el dedo en la tarrina de untar y chuparnoslo porque estamos tan tristes que sabe que no podemos hacer más.  Ni siquiera el jamón serrano, Dios lo guarde en todo su esplendor, es capaz de acompañar tanto. 
El queso no se acaba nunca. ¡Dios salve al queso!  

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