He luchado por desprenderme del rencor en múltiples ocasiones, pero nunca del odio al igual que del amor, pues si del amor al odio hay un paso, del odio al rencor hay miles, los mismos que pasos das en la vida si no consigues deshacerte de este mal compañero de viaje.
Si no puedes medirlo, no existe, pero, ¿cómo se mide un intangible? Intangible como cualquier sentimiento pero desde luego, real. Real en sus consecuencias, también físicas y desde luego en su ubicación pues si le preguntas a cualquiera dónde se aloja el alma te señalará el corazón mientras el odio se aloja en las tripas y es capaz de recorrer medio cuerpo hasta apretar con fuerza la garganta.
Puestos a divagar, propongo la construcción de un odiómetro, que compita por hacerse hueco entre los anuncios del reloj aviador y los cuchillos que jamás se desafilan en el espacio de la teletienda. Con una escala simple de colores, donde el rojo signifique que odias de verdad. Veintinueve con noventa, y si llamas en los próximos minutos, por el precio de uno te llevas dos.
Hoy aparecieron fotos en las que me hiciste daño. Muchas de ellas ni las recordaba. Me propuse perdonar aquellas situaciones y lo hice, pero ha sido inevitable que una ola de fuego y rabia recorra desde el esófago a las sienes. Me pregunto por qué llegué a perdonar lo que en otras ocasiones ha sido para mí imperdonable y la respuesta es sencilla: a mí me quiero bastante, pero a ti te quiero más y no temas que un día deje de quererte, preocúpate el día que sea incapaz de odiarte.
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