Revista Psicología

On belief

Por Bernardo Pino Rojas
On belief

Ninguna ciencia de la cognición que pretenda proporcionar una explicación naturalista y realista de nuestra vida mental puede esquivar el problema acerca de la naturaleza de nuestros estados mentales, específicamente de aquello que llamamos creencias.

¿Qué tipo de cosas son las creencias? ¿Cuáles son aquellas propiedades fundamentales que las creencias debieran tener para operar como sea que lo hagan, permitiendo que las personas se desempeñen con cierta efectividad en el entorno que les toca vivir? Este tipo de preguntas puede está en la base de cualquier teorización acerca de la mente humana. Responderlas es un requisito para explicar cómo es que logramos entender el mundo y lo que en él acaece, si es que realmente algo contiene y alguna cosa acaece. Incluso lo poco que he dicho ahora requiere una aceptar una gran cuerpo de creencias.

La ciencia cognitiva de primera generación, por ejemplo, tiene una historia acerca de nuestros estados mentales. Nos dice que estos estados debieran tener esta o aquella característica estructural para para poder procesar información acerca del mundo que habitamos, o del mundo que creemos habitar, y ahí está la cuestión. Por supuesto, la historia precisa es menos simple, pero incluso si fuera lo suficientemente sofisticada para sorprender a muchos (como ha ocurrido, para bien o para mal), es una historia inteligible y plausible, y con eso estoy diciendo que se trata de algo correcto o incorrecto; que se trata de algo que podemos tomar como más o menos cercano a una posible verdad; que se trata de algo que podemos “creer” con mayor o menor confianza.

El mundo puede ser de una u otra manera, pero lo interpretamos y lo enfrentamos con actitudes distintas. Los/las filósofos/as, por ejemplo, son el tipo de personas que reconocemos por su actitud crítica y reflexiva acerca de todas las cosas que supuestamente son, o que acaecen en la vida. Pero la gran mayoría de las personas no somos así, y tenemos una actitud menos reflexiva y más dogmática con respecto a tales cosas. Dicho de otra forma, a diferencia de esas pocas persona capaces de ponderar la confiabilidad de muchas de sus creencias, la gran mayoría de los seres humanos vamos por la vida asumiendo que el mundo es literalmente como creemos que es. Y tenemos buenas razones para eso. Probablemente, siempre es más conveniente pensar que no debemos cruzar la calzada cuando el semáforo tiene luz roja, que el Sol sale y se esconde, que la corteza de la Tierra solo se mueve cuando tiembla, que Constanza o Gaspar van a venir a almorzar el próximo domingo cuando avisan que el próximo domingo van a venir a almorzar. Por razones prácticas, es más conveniente asumir que frente mi hay un gato carey sobre la mesa, cuando, en realidad, quizás solo sea más preciso pensar que tenemos creencias, algunas de las cuales son acerca de gatos y mesas (y un sinfín de otras cosas), y que además esas creencias pueden ser “verdaderas” o “falsas”. Es entendible, por lo tanto, que el problema de la naturaleza de las creencias no sea un problema para las personas comunes y corrientes, sino más bien para quienes tienen la oportunidad y las capacidades de investigar acerca de dicho problema. Como en muchos asuntos, una explicación seria de lo que probablemente ocurre en algún ámbito de (lo que creemos que es) la realidad es tarea de unos pocos, aunque se trate de algo que aplica (consciente o inconscientemente) para todos.

Por supuesto, alguien puede cuestionar que una determinada noción teórica es algo impreciso y poco respetable científicamente. Pero cuestionar una noción particular de creencia no es una justificación para esquivar la intuición de que aquello que llamamos creencias necesita una explicación científicamente respetable. Este parece el caso de las creencias. Por ejemplo, aun concediendo lo inadecuado de la noción de creencia, parece inevitable apelar a estados mentales con ciertas propiedades para explicar la robustez de nuestra conducta con respecto a un entorno cambiante. Dicho de otra manera, constatar lo insatisfactorio de un constructo teórico es una razón para explorar explicaciones alternativas, no para abandonar la explicación de un fenómeno determinado. Al menos, creo que eso debiera ocurrir en al caso de un ámbito explicativo donde el progreso es incipiente. Hasta nuevo aviso, el estudio de la mente es un ámbito donde todavía no se requiere callar acerca de lo que no se puede hablar.

 
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